27 oct 2009

LOS DOGMATICOS Y EL DOGMA

LOS DOGMÁTICOS Y EL DOGMA

El dogma es la expresión del pensamiento que desea imponer y elevar una interpretación intelectual al nivel de verdad absoluta e indiscutible. Dogmáticos son aquellos que se encuentra poseídos por una mente temerosa, la cual adopta al dogma para tener un sostén que realice las veces de una muleta donde apoyarse intelectual y psicológicamente con el fin de evadir el miedo. Los dogmas se encuentran en casi todos los sistemas de pensamientos: religiosos, políticos, filosóficos, sociales, científicos, y en las dos falacias mentales modernas, que ostentan el record de especulaciones intelectuales; la psicología y la economía.
Toda especulación e interpretación intelectual de un hecho, que se postule cómo verdad, es mentira. En ello se sustenta el dogma. Hacer de un hecho o de una experiencia personal, una interpretación intelectual y pretender convertir dicho análisis especulativo en verdad, es el dogma en sí mismo, es lo dogmáticamente correcto.
El dogma es insalvable, solo el dogmático se puede salvar. Al ser el dogma establecido por la tradición, la propaganda y la cultura de la sociedad a través de versiones visuales, auditivas y escritas, las cuales conforman la comunicación y la educación, el dogma se transforma en la publicidad obsesiva inevitable de ver, oír o leer, lo que significa la influencia y el sometimiento constante de la mente a las verdades reveladas o interpretadas.
Todo dogmático es básicamente un fundamentalista en términos, minimamente, psicológicos e intelectuales, lo que expone a la mente del dogmático a ser potencialmente un ser que esta predispuesto a matar o morir por su causa. De modo que sí la política, la religión y toda expresión de pensamientos, no se hubiese dedicado a expandir sus dogmas particulares, no existirían fundamentalistas ¿verdad?, o sea, terroristas, guerrilleros, nacionalistas, patriotas, religiosos, espiritualistas, economistas, políticos, cientificistas ni psicólogos, que propagandizan sus especulaciones y deducciones intelectuales con el propósito de que quien los acepte, pase a integrar su secta, sabiéndose dueño de la verdad [¿?].
El dogma petrifica y cristaliza la mente en un punto de vista fijo, esquemático, estático, muerto, inamovible, lo que solo permite la evolución de la mente a través de la ampliación de los mismos argumentos que justifiquen con más certeza la verdad del dogma. O sea, la mente evoluciona en un circulo vicioso basada en el propósito de convertir en verdad sus propias mentiras.
Cuando la mente no percibe la mentira cómo mentira, es evidente que existe la posibilidad de que acepte dicha mentira como una verdad, de modo que la aceptación de lo falso se convertirá en el esfuerzo y la tarea de la mente en demostrar con nuevos argumentos, análisis e interpretaciones que ello es verdadero. Esta es la tarea de la mente esclava al circulo vicioso; tratar que, en lo que se cree, se convierta en verdad.
El deseo de que sea verdad, aquello en lo que se cree, es lo que refuerza el criterio que se le da al dogma de veracidad absoluta, lo que significa que ello es la piedra que tiene el hombre para apoyar su cabeza, por ser ese deseo de veracidad lo que debe ser protegido, resguardado, y para ello nada mejor que la mayor cantidad de argumentos, análisis y justificativos, con el fin de que la estructura y esquema mental que permite tener el dogma, no sea destruido de forma alguna, por el peligro que ello significa para la mente teme-rosa que no puede vivir en libertad.
El dogma que contiene toda doctrina, creencia, ideología, es la piedra donde se apoya la mente del hombre temeroso con el fin de escapar de la locura que presiente tener cuando su mente es cómo la del hijo del hombre, el cual no tiene una piedra donde apoyar su mente -cabeza- o sea, no tiene doctrina, creencia, ideología, teoría, argumento alguno para sostener su libertad intelectual, psicológica, emocional, sentimental, en definitiva, la libertad de su mente. Es obvio que ello lo convierte en un pobre de espíritu.
El dogma adoptado convierte a todo aquel que lo acepta en millonario ilustrado, en poseedor de fortuna intelectual, en hombre perteneciente al status-quo cultural, o sea, lo convierte en un hombre superior por pertenecer a la clase de los cerebralmente eruditos. Solo que por razones que desconocemos los pobres de espíritus son los dueños del reino de los cielos, o sea, que frente a esta disyuntiva el dogmático tiene dos opciones; o cree en sus ideólogos teológicos o cree en Jesucristo... ¿verdad?.
El dogmático defiende aquello que no sabe que es así cómo él cree, o sea, defiende su duda y la eleva al nivel de verdad, lo que significa que la única verdad que tiene para defender el fanático, el fundamentalista, el dogmático, el que tiene la mente adoctrinada, es su duda. Esto hace que deba poner toda su confianza en que dicha duda se concrete algún día en verdad, de modo que lo único que posee cómo real, es la esperanza y su autoconvencimiento; autoconvencimiento que tiene la tarea de tratar de vencer y doblegar a la duda para confirmarla psicológicamente en estado de verdad. La duda es necesaria elevarla al nivel de verdad, y ello solo es posible mediante el dogma.
El dogma es la expresión intelectual que le da forma de amoldamiento psicológico de verdad a la duda. Cuando el trasfondo psicológico es satisfecho por medio de la interpretación intelectual, es cuando surge el autoconvencimiento de que la duda es verdad, y en ese momento es donde se cristaliza el dogma en la mente; con el consecuente fanatismo posterior y el circulo vicioso del pensar.
Cuando el dogmático eleva de categoría su duda, es también cuando inconscientemente sella su mente, siendo la inteligencia y la comprensión las primeras expulsadas del hogar, de modo que el pensamiento crea sus intereses psicológicos, intelectuales, emocionales, materiales, en torno de su verdad dogmática, abriendo la mente solo para el entendimiento intelectual que tenga relación con el dogma aceptado cómo verdad.
El temor es el motor que impulsa a la mente a identificarse con el dogma, con el fin de escapar de la inseguridad, y encontrar en ese sistema de pensamiento particular la seguridad que le permita sostener la sensación de orden psicológico que da el sentir cuando se pertenece a algo. El dogmático sintiendo que pertenece a algo se aferra a su nueva verdad y evidentemente que se convence que debe protegerla, resguardarla. Ello da nacimiento a la violencia que se ejercita a través de la defensa de la causa.
El ser humano acepta el dogma por temor, o sea, con la finalidad de escapar de la inseguridad termina por esconder y sumergir el miedo en el fondo de su conciencia. En las capas más superficiales de la mente se encuentra presente la apariencia de seguridad, lo cual es la imagen de seguridad que vende el hombre con mente dogmatizada. Esta apariencia es la que motiva a la mente a amar el dogma, por ser la modeladora de una sensación de orden en el pensar.
El dogmático encuentra esta sensación de orden en el pensar cuando adopta alguno de los tantos dogmas particulares y colectivos que están en oferta en el mercado de las ideas que ofrece la sociedad: políticos, religiosos, cientificistas, económicos, psicológicos, sociales. La necesidad de darle un cierto orden y orientación a la obsesión mental -que trabaja calladamente a través del parloteo incesante de la mente, lo cual se asemeja a la locura- es la motivación principal para predisponerse a la adopción de cualquier dogma que satisfaga la ansiedad psicológica y la necesidad imperiosa de frenar la irracionalidad del conflicto interno que crea el parloteo.
Lo peligroso del dogma es que cuando a logrado lavar el cerebro de cualquier vestigio de duda y producir la seguridad psicológica en el dogmático de que se encuentra en lo cierto, de que posee la verdad. A partir de ahí, la mente se sumerge en la enajenación y, dicha enajenación es la que produce placer por la posibilidad que brinda el poder depositar el pensamiento en una sola idea obsesiva. Al cerrarse la mente a un punto de vista exclusivo, sectario, el dogmático va aceptando la evolución de su violencia cómo algo normal y necesario. Normal por lo que debe ser defendido y necesario porque lo que merece ser resguardado no puede desaparecer, de manera que la aplicación de la violencia se encuentra justificada por el fin que siempre justifica los medios. La violencia siempre es la reacción a la defensa de un dogma particular o colectivo, ya sea para la defensa del ego herido -dogma particular- o la defensa de la doctrina, la creencia, la patria -dogma colectivo- y ese fin justifica todo y cualquier medio sectario y violento. Ello es el dogma en la acción, ello es el peligro placentero del dogma, ello es el producto final del dogma.
La mente al interrelacionar al intelecto con el pensamiento dogmático, pasa a ser intrínsecamente violenta, bajo la expresión exterior o interior, por estar esclava a la trinchera ideológica, comandada a la defensa de su verdad. Este constante estado de defensa de su verdad es lo que arrastra a la mente a la marginalidad de la alineación enajenante, con el consecuente estado de paranoia que ve como enemigo a todo aquel que no acepte sus postulados cómo única y exclusiva verdad, de manera que la violencia pasa a ser una herramienta tan útil como el argumento, ya que la violencia es la respuesta inevitable que provoca la defensa necesaria que debe tener una mentira convertida en verdad.
El dogmático tiene la posibilidad de liberarse del dogma, pero el dogma no tiene la cualidad de poder enseñarle al hombre a ser libre. Cuando el dogma habla de libertad, en realidad esta sometiendo a la mente a la esclavitud de la mentira que es todo concepto verbalístico, puesto que la palabra libertad no es la libertad, ya que la palabra no es la cosa en sí.
El ideal de libertad encierra tanto dogmatismo cómo los oscurantistas ideales dictatoriales y déspotas, por ser todo ideal, doctrina, teoría, un sistema de pensamiento basado en la creencia; y lo que uno cree no es sino que meras creaciones del pensamiento, del intelecto, o sea, dogmas.
Las ideologías que sostienen cómo principios la igualdad, la justicia, la fraternidad, la libertad, el amor, la bondad como virtudes a cultivar y metas a conquistar, expresan la ignorancia de sus ideólogos ante la incomprensión que tienen para comprender que todo aquello que sea virtud no puede ser cultivado, ejercitado, idealizado, puesto que todo concepto idealizado es dogma, es creencia, no realidad, y precisamente la virtud es una realidad ajena a toda verbalización intelectual.
La ideología de la fraternidad, del amor, de la libertad, de la igualdad, no es la fraternidad, el amor, la libertad, la igualdad, es simplemente la inconsciencia de los ideólogos de lo que es. Y es la incomprensión de lo que es lo que lleva a los ideólogos a convertir en dogma todo aquello que se encuentra fuera de la órbita del pensamiento, aquello que la mente no puede atrapar.
El intelecto, el pensamiento, la conciencia, la memoria, o sea, la mente, tiene la capacidad de convertir en dogma todo lo que ella desee, se proponga o considere que debe ser traducido a la verbalización intelectual, de modo que cuando el intelecto estructura determinadas virtudes en doctrinas, es obvio que corrompe dichas virtudes al convertirlas en idealizaciones dogmáticas, lo cual es corrupción por ser toda virtud intocable por el pensamiento.
La mente corrompe a las virtudes y a los valores más puros de la vida al convertirlos en dogmas ideológicos que pueden ser pensados, analizados, interpretados de acuerdo al punto de vista particular de cada uno, y es evidente que ninguna virtud puede ser interpretada por el pensamiento porque ella es lo que es, por lo tanto, se encuentra fuera de la órbita del pensamiento y de aquello que la mente puede atrapar, capturar, guardar y registrar, ya que nada de ello es un recuerdo. La virtud es algo vivo, sustancial, que tiene la cualidad de la acción por sobre las palabras, lo que significa que es un hecho antes que una idea, de forma que su idealización es la destrucción de la virtud cómo hecho, y ello es la perversión del dogma doctrinario.
Es obvio que toda mente adoctrinada es dogmática, supersticiosa, enajenada, sectaria, alienada, o sea, aislada en su propia sistema ideológico de pensamiento, o sea, en su verdad absoluta, o sea, en su creencia milagrera, o sea, en sus certezas absolutas, o sea, es una mente que garantiza la miseria de la violencia y su consecuente alimentación

LA MENTE Y DIOS

LA MENTE Y DIOS

La mente tiene nombre pero no tiene forma. La vida no se trata de tener fortuna, sino de tener sabiduría.

El hombre esta sujeto a vivir bajo la existencia de los tres mundos que lo circundan; el mundo de la ambición, el mundo objetivo y el mundo subjetivo. El mundo de la ambición es el mundo del pensamiento, el mundo objetivo es el mundo de la forma en el cual estamos y el mundo subjetivo es el mundo del espíritu, el mundo trascendental. Ahora voy a dar una explicación que solo la podrán com-prender sí no utilizan todo su bagaje intelectual para intentar descifrarla, todo lo que deben hacer es percibir lo que quiero decir. Todo lo que aparece en los tres mundos pro-viene de la mente, lo que significa que ninguna explicación o definición intelectual nos llevara a la comprensión de la vida. ¿Comprendieron?.

El pensamiento pregunta, inquiere, responde, duda, cuestiona, afirma, analiza, investiga, opina, argumenta; esa es nuestra mente. Lo que hagamos o lo que seamos, esa es la mente. La mente no es ni sabia ni ignorante, nosotros le damos el alimento que tenemos a mano y ello la convierte en una u otra cosa: sabia o ignorante. Lo que significa que el buscar la sabiduría fuera de la mente es ignorancia, lo que significa que buscar lo trascendental fuera de la mente, es buscar lo que no conocemos con la complicidad y auspicio de la ignorancia. La mente es nuestro Dios interior, la mente es aquello que tiene nombre pero que no tiene forma, la mente es el espíritu indomado por el intelecto, pero que con-tiene al intelecto. La mente es el intelecto pero el intelecto no es la mente; de forma que el intelecto no puede encontrar a Dios, pero no encontraremos a Dios más allá de la mente.

La mente busca la iluminación como sí ello fuera algo ajeno a la mente, de modo que esa búsqueda se transforma en algo parecido a querer atrapar el vacío, porque se busca por fuera lo que se encuentra dentro, puesto que es obvio que nada se puede encontrar fuera de la mente, y en el caso que así fuera, todo lo que se encuentre afuera, será encontrado por la mente.

La mente indaga y busca lo divino, lo sagrado por medio de la lectura de libros sagrados, lo que es búsqueda intelectual, pero la verdad sobre lo divino, sobre lo sagrado, es tan evidente por sí misma que lo único que termina realizando la explicación intelectual es ocultarla, creando con ello un mundo psicológico sobre lo desconocido que nos lleva a tener un punto de vista particular sobre lo que no conocemos, lo que significa un punto de vista particular sobre nuestra ignorancia.

El tener un punto de vista particular sobre lo sagrado, sobre lo inconmensurable, lleva a la mente ignorante a tener una posición final al respecto, pero la posición final de la mente realizada, es que no toma ningún punto de vista especial y sin embargo es capaz de adoptar cualquier punto de vista de acuerdo a las circunstancias.

El deseo de tener un punto de vista particular, fijo, esquemático y definitivo sobre Dios, es el calambre psicológico que produce el intento de querer atrapar a la mente con el pensamiento. Este ejercicio eterno lo realizamos a partir de la creencia de que Dios existe fuera de la mente. Sí así fuera ¿dónde se encuentra?, lo que significa que nos imaginamos uno. Ahora bien, ¿cuál es el sentido de imaginarse uno? lo que significa que no podemos conocer a nuestra mente sí nos estamos engañando a nosotros mismos. El ser humano ignora y es inconsciente de que su propia mente es el Dios interno, por ello es que busca a Dios fuera de su mente, de modo que usa su propia mente para encontrar a Dios. El usar la mente para encontrar a Dios, es la imposibilidad de encontrarlo, ya que se esta buscando en cualquier otro lado menos donde El esta, y por ello es que jamás podremos ver que la propia mente es el Dios interno que habita en nosotros.

Usar la mente para repetir oraciones, recitar sermones, hacer rituales, crear dogmas, teologías o para invocar a Dios, es engañarse así mismo, puesto que nuestra propia naturaleza es la naturaleza divina, puesto que nuestra propia mente es Dios dentro de nosotros. Recitar oraciones y sermones; practicar rituales, normas y disciplinas; inventar dogmas, teologías y creencias o repetir las escrituras sagradas de memoria, es inútil si no conocemos nuestra mente, porque a menos que tengamos conocimiento de nosotros mismos, todo conocimiento posible sobre lo inconmensurable es nada más que autoengaño.

Nuestro autoengaño nos lleva a querer encontrar nuestra naturaleza divina fuera de nuestra naturaleza mortal, lo que nos obliga a preguntarnos: ¿dónde está entonces?. Lo que haya más allá de nuestra naturaleza ¿tiene algún sentido para nuestras vidas?. De modo que el saldo absoluto de la ignorancia consiste en preguntar ¿Dónde Esta Dios?. La ignorancia se nutre de nuestra renuncia a la sabiduría, lo que significa que renunciar a la sabiduría para quedarse atado a la ignorancia es renunciar a lo trascendente para quedar atado a lo mundano, es creer que la vida es tener dinero y no sabiduría, en definitiva es; creer que la vida se trata de buena o mala suerte, y no de la libertad interior... libertad que transporta al ser humano hacia la trascendencia de esta vida limitada por el pensamiento codicioso.

El pensamiento codicioso trae aparejado la miseria y el sufrimiento: sufrimiento, miseria y codicia que son creados por el falso pensar, por el pensar ausente de inteligencia. Pensar que es incapaz de ver que la erudición y el conocimiento no solo son incapaces para conocer nuestra naturaleza divina, sino que además nublan la conciencia creando el peso de la ignorancia, siendo el peso de la ignorancia quien no nos deja ver la realidad y, por lo tanto, nuestra naturaleza divina que se encuentra en nosotros.

La mente al no tener ni forma ni cuerpo, ni características ni particularidades, ni causa ni efecto, la confundimos con sus actividades: lenguaje, comportamiento, percepción, conceptos, argumentos, además del ver, oír, gustar, oler; todo lo cual es simplemente funciones de la mente en activi-dad. Esta actividad de la mente es la que asociamos con la mente en su totalidad, debido a que es lo único que conocemos de ella, por lo cual se nos hacen muy simples las enseñanzas intelectuales ya que las mismas son el producto de la actividad de la mente. Ello significa que alguien que entiende los consejos intelectuales es un intelectual, y quien comprende las enseñanzas de la inteligencia es un sabio, de modo que un intelectual que renuncia a los consejos intelectuales y sigue las enseñanzas de la sabiduría se convierte en sabio. La dificultad para que esta transformación se realice, radica en que los intelectuales no pueden comprender que no deben buscar la sabiduría en lugares distantes, lo que significa que deben experimentar que la sabiduría de su propia mente es... el sabio.

Un sabio iluminado es una persona absolutamente holgazana, puesto que jamás corre detrás de fortuna, éxito, fama o poder, y ello se debe a una razón muy simple, porque al fin y al cabo: ¿qué utilidad tienen todas esas cosas al fi-nal? Para él, el principio y el final es el presente.

La mente busca a Dios pero la mente que busca a Dios no lo puede encontrar porque Dios no busca a Dios, ello es absurdo, o sea, que cuando con la mente quiere comprenderse la mente ello se transforma en calambre psicológico, de modo que lo que podemos comprender es simplemente que la mente tiene nombre pero no tiene forma y que la vida se trata de tener sabiduría no de tener fortuna, porque en definitiva es lo único que podemos tener sin que sea corrompido por el vivir, ni destruido por la muerte.

LA VIDA - LA MENTE - EL VIVIR

LA VIDA-LA MENTE-EL VIVIR

-Dios y el big bang

-big bang y el universo

-el universo y las galaxias

-las galaxias y nuestra galaxia

-nuestra galaxia y los sistemas planetarios

-los sistemas planetarios y nuestro sistema planetario

-nuestro sistema planetario y nuestro planeta

-nuestro planeta y la naturaleza

-la naturaleza y el ser humano

-el ser humano y el mundo interior

-el mundo interior y la mente

-la mente y la sociedad

-la sociedad y la ideología

-la ideología y la religión

-la religión y los partidos políticos

-partidos políticos, religión y confusión, fragmentación, disgregación, separación, desunión, enemistad, conflicto, guerra. Este es nuestro mundo exterior, y el ámbito de nuestro vivir.

Todo esto hace a la vida y al vivir. Dios -sea lo que sea- es la fuente que da nacimiento a todo lo que explota en el big-bang, porque lo que explota en el big-bang debe salir de algún lado ¿o sale de la nada? Sí es así, entonces esa nada es Dios, esa nada es la fuente. Del big-bang surge el universo con sus múltiples galaxias, en la cual se encuentra incluida la nuestra y nuestro sistema planetario, donde se encuentra nuestro planeta. Nuestro planeta representa el mundo exterior en la forma de naturaleza original, donde se comienzan a manifestar los fenómenos condicionados y, dentro de esa naturaleza se manifiesta el hombre, hombre que lleva consigo su mundo interior, mundo interior y exterior que comienza a ser investigado, analizado, interpretado y comprendido por la mente. Esta es la herramienta bisagra entre los misterios de la existencia y el mundo exterior del vivir, la bisagra entre la vida y el vivir. La mente y Dios -la fuente- y, todo lo que ello significa, siguen siendo los dos misterios últimos de la existencia, tanto para religiosos, científicos o cualquier ser humano. La mente, y el misterio que ella significa ¿será el Dios interno del hombre?. La mente, cómo sabemos, es capaz de crear realidades externas, Dios ¿habrá sido el creador de lo demás: el hombre, la naturaleza, las galaxias, el universo, el big-bang?.

A partir del punto de inflexión, que es la mente en la escena de la vida, todo lo que se establece cómo parte del vivir es de su creación: la sociedad, las creencias, las ideo-logías, las religiones, los partidos políticos, las teorías, las teologías; como también lo es todo el conflicto y confusión que se desarrolla a partir de dicha intelectualidad. Todo esto es lo que hace al vivir cotidiano, y ello, más todo lo que nace desde La Fuente, y sus misterios, hace a la totalidad de la vida.

En el vivir encontramos la religión, los partidos políti-cos, toda clase de ideologías, creencias, análisis e interpretaciones; en la vida encontramos la dimensión espiritual y la comprensión. La religión y la política son las herramientas que intentan darle un orden al vivir, la dimensión espiritual y la comprensión es quien le da orden a la totalidad de la vida. La mente, al ser la creadora de la religión, la política, el análisis y la interpretación, con el propósito de darle orden al vivir, no percibe que crea la chispa que hace arder el mundo, y que su deseo de orden, a través de estas invenciones intelectuales, son nada más que eso: deseos y buenas intenciones. Pero ello refleja en realidad la inconsciencia e ignorancia que se propaga por el mundo cuando se desarrolla la intelectualidad desde una mente que tiene ausencia de conocimiento propio, o sea, el desarrollo de teorías y doctrinas cuando hay carencia de autoconocimiento.

El vivir y la vida, han sido tan fragmentados por la mente humana, que a las propias creaciones del pensamiento -como las ideologías políticas y religiosas- se les a asig-nado el derecho y, por lo tanto, la legitimidad de apropiarse de un ámbito particular del vivir y la vida, siendo presentadas como algo diferente entre sí, reclamando dichos ámbitos cómo propios; a la política le pertenece la sociedad, a la religión le pertenece lo existencial.

Este oxímoron intelectual es realmente paradójico, la mente divide y lo que propone como unidad de orden -las doctrinas, las creencias, las ideologías- es la esencia del propio desorden. Establece las ideologías que se ocuparan de cada uno de esos ámbitos, para ello crea la religión y luego le designa a la ideología religiosa el destino del ámbito del alma, de lo espiritual, de lo existencial; crea la política y le destina el ámbito de lo económico, de lo social, o sea, todo termina siendo simplemente la creación del pensamiento, el intelecto y sus consecuentes fragmentaciones.

Esto significa en nuestro vivir que definitivamente es el pensamiento quien decide arbitrariamente lo que es, lo que no es, y el ámbito que le corresponde a cada ideología, por ser, de acuerdo al intelecto, diferentes. La mente inventa, la mente crea, la mente fragmenta, y a continuación de este enjambre, el hombre se perfila hacia la división, la disgregación, la desarticulación del mismo y de la sociedad, por ser su propia elección intelectual un invento del pensamiento proyectándose sobre lo que mente ignora, no sabe. Y no sabe porque no se conoce así misma, de modo que todo queda en el ámbito de la supoción... pero asegurando que es así.

La mente expulsa al hombre del paraíso al fragmentar la totalidad de la vida cuando el intelecto decide que conoce lo que no conoce, intentando demostrarlo en sus descripciones, análisis e interpretaciones, y prosiguiendo con dicha exhibición por medio del cómo es y, en el cómo deben ser las cosas. El hombre al adopta estas descripciones y tomar partido por alguna de ellas -lo cual lo aleja de dicho paraíso que es lo total- es cuando definitivamente el hombre se sumerge en el infierno psicológico que representa la frag-mentación. El hombre a sido expulsado del paraíso; ahora la propia mente considera que ella misma es quien debe restaurar el paraíso de la armonía mental que ella misma destruyo, lo que en la realidad significa... más infierno. La mente crea, inventa, desarrolla y expande el conflicto ¿tiene capacidad y cualidad para arreglarlo?.

La aparición de la mente en la vida, es la herramienta que le permite al ser humano el conocimiento, conocimiento que va estableciendo lentamente lo que va a ser luego el vivir, mediante la construcción -por medio del pensamiento y del intelecto- de todo tipo de sistemas sociales, políticos, económicos, culturales, además de las instituciones, agrupaciones, creencias, ideologías, teorías, tradiciones y disciplinas. A partir de aquí la mente separa la existencia trascendental, de las construcciones que ella misma ha realizado, utilizando el 99% del tiempo en sus propios enjambres intelectuales, emocionales, sexuales, sentimentales, psicológicos y existenciales, con el propósito de darle un sentido a la vida que no comprende.

En el vivir, la mente a través de la política es quien arma, crea y expande el conflicto junto con la creencia reli-giosa, pero a su vez, el intelecto distribuye las responsabilidades y, son la política y la religión, quienes dictan las cá-tedras de cómo se debe organizar el vivir y la vida, o sea, la mente intelectual -siempre con buenas intenciones [¿?]- crea el caos y luego sin responsabilizarse por ello plantea soluciones, cómo sí el caos fuera totalmente ajeno a su creación. Es obvio que contra más intenta ordenar el desorden externo e interno -que ella misma a creado- más acrecienta el caos y la confusión, de modo que simplemente termina por engrandecer la obsesión y el parloteo incesante de la mente, lo cual no le permite tener paz, paz imprescindible para poder ver la salida de la fragmentación y el consecuente con-flicto que a creado en todos los aspectos del vivir.

La ceguera mental, que aumenta con el correr del tiem-po, es el mayor obstáculo para que el ser humano pueda ver todo lo que el pensamiento intelectual a creado en su interior y en el mundo externo. Esta ceguera significa, en la practica de la vida diaria, la ausencia absoluta de la mínima reflexión racional que le permita dilucidar que su mundo interior; su mente, su intelecto, su pensamiento, es quien a creado y es el responsable de cuanto caos, confusión, frag-mentación y conflicto existe en su mundo y en el mundo. Esta ausencia de reflexión inteligente produce toda clase de reflexiones coherentemente razonables [¿?] -desde la perspectiva de la mente cegada por la confusión- de manera que el pensamiento continúa ligado y sumergido en dicha confusión sin encontrar espacios de reflexión que frenen este permanente habito intelectual-psicológico de construir caos y todo tipo de miserias y crueldades, sin espacios de interrupción.

La presencia de la mente en la escena humana posibilita el conocimiento y la sabiduría. Conocimiento que al separarse de su inocencia original se desvirtúa, de modo que ello lo lleva a evaluar su condición de vanguardia en la construcción y orientación de la vida y el vivir del ser huma-no, puesto que asocia su utilidad practica y la traslada al campo existencial, espiritual, psicológico -que le pertenece a la sabiduría- terminando por transformar absolutamente todo el vivir y la vida en un gran enjambre intelectual cómo sí todo fuese lo mismo; atribuyéndose la capacidad y la cualidad para hacerlo. La dimensión existencial es obvio que pertenece al ámbito de la sabiduría, de la percepción, de manera que cuando el conocimiento -que solo es útil en el campo factual, practico- intenta suplantarla, crea y alimenta la ignorancia y el consecuente caos tanto interior cómo exterior. Ignorancia y caos que son inevitables, puesto que la intromisión en el campo de lo existencial por parte de la especulación intelectual, es totalmente arrogante, inútil e intrascendente.

La mente contiene en sí a la sabiduría cómo al conoci-miento. La sabiduría se relaciona con la inteligencia y la percepción; el conocimiento con la memoria, la información y su recuerdo. De modo que la sabiduría es la practica viva del aquí-ahora y, la memoria el recuerdo del pasado o la proyección hacia el futuro, lo que significa que la comu-nión perfecta de la sabiduría y el conocimiento es la de la mente gobernada por la inteligencia, lo que significa el presente usando al pasado o al futuro cuando un desafío de la vida lo requiere, y no cuando la mente necesita evadirse de las miserias humanas creadas por ella misma.

Cuando no existe comunión entre el conocimiento y la sabiduría, la mente produce, desarrolla y crea todo tipo de especulaciones intelectuales, de modo que la mente que tiene ausencia de sabiduría es quien instaura, funda e inventa ideas e ideales, doctrinas y creencias, normas y reglamentos, culturas y tradiciones, murmuraciones y argumentos, teologías y psicologías. De modo que la mente con carencia de sabiduría es quien gesta las ideas que encajan y son aceptadas por la mayoría de la humanidad por razones asimétricas, o sea, que son aprobadas por todos aquellos seres humanos que en sus mentes brilla la información almacenada en la memoria pero que, por el contrario, tienen escasez de sabiduría.

La ausencia de sabiduría en la mente humana es quien posibilita que la vida y el vivir sean invadidos por todo tipo de especulaciones intelectuales, y que sean dichas especulaciones quienes gobiernes y determinen la vida de la humanidad en la sobrevivencia del caos permanente que inevitablemente produce la ideación de lo mejor.

Las creaciones del conocimiento a través de la ideación de lo mejor -sin la presencia de la sabiduría para avalar dicha ideación- se pueden transformar también, inevitablemente, en la ideación de lo peor, -la historia tiene muchas pruebas de ello- de suerte que las creaciones del pensamiento terminan por enclaustrar la mente en la divagación de la opinólogia sobre lo que debería ser, aislándola completamente de lo que es, o sea, del presente, de lo que existe. En esta divagación psicológica se encuentra la mente cuando decide introducir al intelecto, al pensamiento en la dimensión existencial, trascendental, y es desde esa confusión que nace la teología, la creencia y el dogma sobre Dios y el conjunto de la vida y del como se debe vivir de acuerdo, supuestamente, a los deseos de Dios [¿?].

Todo esto significa que la mente exenta de inteligencia, percepción y, por lo tanto, de sabiduría, es quien nos señala, indica, persuade y nos trata de obligar a vivir de acuerdo a su confusión, conflicto, intereses y divagaciones intelectuales, en lo que él supone que es el deseo de Dios. Esto obviamente no solo se produce en la dimensión existencial, sino que por sobre todo, en la dimensión del vivir de la sociedad. En esta dimensión es donde el trafico de intelectualidad más se regodea y donde más lucro adquiere, por ser el ámbito en el cual más variado es el desarrollo de especulaciones y divagaciones diversas... de toda índole y clase.

Antes de que aparezca la mente en la vida del ser humano, la evolución del universo y de la naturaleza se desarrollaban sobre sus carriles originales, regulares, pero a partir del hecho del ser humano y la mente, solo el universo siguio su curso natural y ordinario de desarrollo y expansión, no así la naturaleza porque el pensamiento humano decidió que podía controlarla, regularla y dominarla. El resultado final de dicha extravagancia intelectual es la destrucción paulatina pero segura del ecosistema y todos los desastres que ello implica. La intelectualidad desarrollo esta idea y el pensamiento la puso en ejecución prescindiendo para ello de la inteligencia, de modo que el intelecto pudo hacer propaganda de la memoria por los resultados efectivistas que esta idea tuvo en un principio, pero cómo en ella existía la ausencia de sabiduría evidentemente que no pudo prever los resultados que emanarían y a continuación le acosarían.

Es obvio que podemos hacer propaganda del intelecto y de la memoria, pero no podemos hacer propaganda de la inteligencia y de la sabiduría, de suerte que lo único que resta es cambiar el papel de cada una; a la buena memoria se le llama inteligencia y al exceso de información sabiduría... y es lo que hemos hecho con el fin de ocultar nuestra ignorancia. Así hemos dado autoridad al pensamiento intelectual para que rija nuestras vidas y nuestro vivir, y que pueda construir libremente la sociedad al antojo de la ignorancia, lo que significa el resultado caótico que representa... el mundo en el cual vivimos actualmente.

La primera manifestación de la vida la conocemos a partir de la ostensible expansión del universo según la intelectual teoría del big-bang [¿?], del vivir tomamos noción a partir de la especulación intelectual a la cual llamamos his-toria, la que nos relata sobre el hombre primitivo, sobre los dinosaurios, etc [¿?]. Desde la actualidad el intelecto interpreta ese tiempo remoto tomando algunos elementos y creando a continuación la divagación intelectual correspondiente, donde encajan perfectamente esa minúscula cantidad de elementos con los que cuenta para producir semejantes cantidad de divagaciones y especulaciones intelectuales, que tanto sus creadores cómo el resto de la humanidad da por sentado que es así, sin que nadie cuestione... simplemente se aceptan ciegamente; ¡intelectualmente cómodo! ¿verdad?.

Esa es nuestra vida [¿?] y nuestro vivir: todo lo determina la especulación intelectual, lo que significa que dicha divagación mental es quien define lo que es verdadero y lo que es falso. De modo que la mente a tomado posesión de la totalidad de la vida y el vivir, suplantando y expulsando de la vida a la inteligencia, la percepción y, por lo tanto, a la sabiduría.

La vida y el vivir solo puede ser comprendida por la percepción y la inteligencia, o sea, por la sabiduría; y es a partir de su comprensión que se puede organizar el vivir social. Creer que el intelecto es Dios y, por lo tanto, transformarlo en el omnisciente y todo poderoso diseñador de la sociedad, es cómo morir de hambre cuando se es dueño de un supermercado. El intelecto tiene la arrogancia de jactarse de jamás haber dicho no sé, y con esa autoconsideración de sabiduría perse es con la cual se aventura a conjeturar de todo aquello que realmente no conoce ni sabe, lo que significa que inevitablemente se tiene que morir de hambre por no alimentarse de la percepción y la inteligencia para construir el vivir y para comprender la vida. Cuando nuestro intelecto se convence así mismo de ser capaz de resolver todos los enigmas de la existencia, más todos los problemas de la sociedad, inevitablemente tiene que caer en inventos y soluciones imposibles y respuestas finales inexistentes, además de la consecuente construcción social caótica, irracional y cruel.

La existencia es inmutable en su expansión, evolución y desarrollo hasta que aparece la mente humana con su ca-pacidad de conocer. Este es el punto que da nacimiento a la confusión y el conflicto interno del ser humano y al caos externo de la sociedad, debido a que la capacidad de conocer tiene dos vertientes: el caudal asociativo, comparativo, acumulativo, o sea, el contenido intelectual de la conciencia... la memoria; y el caudal intuitivo, perceptivo, o sea, la madre de la sabiduría... la inteligencia.

La carencia de conocimiento propio hace a la inclina-ción del ser humano por la herramienta que conoce y que asocia cómo idéntica a la inteligencia: el pensamiento, el intelecto, la memoria, de manera que le da un lugar en el santuario de la mente convirtiendo al intelecto en el dilucidador de cualquier misterio, conocido o por conocer.

Todo lo que el hombre conoce es el mecanismo obsesivo de pensar de la mente parloteadora, de modo que el ser humano se enfrenta a dos alternativas idénticas por ser las dos de su propia creación: usa a la mente parlanchina para quedar atrapado en sus particulares intereses materiales, sentimentales, psicológicos, religiosos, o transforma ese parloteo en grandes interpretaciones intelectuales sobre la existencia o sobre la sociedad, con el desarrollo en divagaciones que luego se transforman en nobles y virtuosos ideales que supuestamente darán solución a la vida y al vivir del ser humano. Todo esto significa que siempre siguen siendo sus intereses particulares, ya que la teoría -existencial o social- que el ser humano invente, cree o adopte para sí, hace a su conveniencia psicológica personal con el fin de escapar del miedo que supone el no tener claridad ante los misterios de la vida y los complejos problemas del vivir. De modo que es en este punto en donde el intelecto se presenta cómo el sabio que dilucida cualquier enigma y problema, y el ser humano acepta dicha propuesta cómo tal, dando por sentado que es así y que no existe ninguna otra herramienta en la mente que sea capaz de dicha labor. La inteligencia fue sepultada y la confusión interna y externa fue creada.

El pensamiento con sus sistemas comparativos y asociativos de pensar crea el miedo en la mente, de modo que ese mismo miedo es quien impulsa al intelecto a buscar soluciones para alejar dicha sensación paralizante, soluciones que ni el pensamiento ni el intelecto tienen, pero que en la comparación y en la asociación de ideas, encuentran en el escape y en la evasión intelectual y psicológica la formula de engañar al ser humano, dándole a continuación el merito al intelecto de ser el genio solucionador de problemas. Obviamente que ni el pensamiento ni el intelecto ni la memoria tienen la capacidad de percibir este autoengaño.

Es así cómo nos encontramos frente a un ser humano y, por lo tanto, frente a un mundo que de manera mecánica y totalmente autista considera que las creaciones del intelecto, sus creencias, sus doctrinas, sus ideales, sus teorías, sus nacionalismos, sus económisismos, etc., son la realidad y la única alternativa que nos puede sacar del caos actual, habiendo sido estas mismas divagaciones intelectuales las que se encargaron de dividirnos, fracturarnos, separarnos y establecer el caos y el conflicto permanente en nuestras vidas y en el mundo... ¡Inteligentemente estúpido! ¿Verdad?. La realidad, los hechos, nos demuestran que los inventos y las crea-ciones del intelecto solo han creado confusión, fragmentación, derramamiento de sangre y guerras. ¡Nada de sabiduría! ¿Verdad?. Pero a pesar de todo esto seguimos aferrados al autismo intelectual que hemos endiosado.

Al tener la mente la capacidad de conocer, hace que el ser humano confunda esta capacidad con la habilidad que tiene el intelecto para crear e inventar teorías que explican lo que supuestamente conocemos, transformando de esta manera los roles que le caben al conocimiento por un lado y a la percepción por el otro. Lo que conocemos es lo vivenciado por la percepción, pero nosotros desarrollamos e inventamos el conocimiento a través y por medio de teorías existenciales, psicológicas, espirituales, o de opinólogias sociales, económicas, mediáticas, políticas. Todo esto es la construcción premeditada de lo que debemos conocer, lo que en realidad y en los hechos significa simplemente... llenarnos de murmuración global y, cómo consecuencia tener mucho conocimiento sobre nuestras propias elucubra-ciones, suposiciones y divagues intelectuales, lo que significa simplemente elucubraciones y divagues psicológicos, o sea, ningún conocimiento real, verdadero, objetivo, que nos pueda servir para un mejor vivir.

La mente tiene la capacidad de conocer ¿ello autoriza, por medio de una teoría al conocimiento a establecer de forma fija, estática, cual es la verdad? ¿Es lo que conocemos intelectualmente la verdad?. Sí no conocemos lo verdadero, la verdad ¿qué es lo que conocemos? ¿Por qué lo que la mente conoce lo transforma en conocimiento verbal?. Solo podemos conocer en el mundo practico, factual, en el mundo científico, en el mundo donde todo es fijo, muerto, estático, no así en el mundo espiritual, existencial, trascendental, porque en ese mundo todo esta vivo, en movimiento, en constante cambio, de modo que es solo la percepción quien puede captar, conocer y aprender en ese mundo. Lo que significa que la ignorancia consiste en transformar y enseñar intelectualmente lo que uno conoce, vive, experimenta en la vida y el vivir y, sabiduría es el señalar la forma de aprender por sí mismo a experimentar, o sea, plasmar en teorías, creencias, ideales o doctrinas lo que se ha conocido, es la ignorancia, enseñar al ser humano como llegar por el mismo a conocer, es la sabiduría.

Transformamos lo que conocemos en una idea, luego comparamos el hecho con la idea y ello es el análisis, lo cual se convierte en el conocimiento intelectual, esto es lo que pasa a constituir el trasfondo psicológico de la mente y el consecuente conflicto. Conflicto que inevitablemente se establece porque la idea aleja a la mente de la realidad, del hecho, de manera que lo importante pasa a ser la idea no el hecho, lo que significa que el vivir, además de ser nuestra diaria rutina, se ha convertido en la total y absoluta construcción de la mente.

Es obvio que esto hace que nos encontremos en el díario vivir con todo el bagaje intelectual que invade todos los campos de la sociedad: la tradición, la cultura, la educación, la publicidad, la política, la religión, la propaganda, la psico-logía, la literatura, la filosofía, además de toda la saturación mental de los medios de comunicación. De modo que quien diseña nuestra mente y las consecuentes normas que afloran de ella, es nuestra confusión e ignorancia, lo cual establece las pautas de convivencia desde el permanente fraccionamiento, porque se construyen a partir de la concepción intelectual particular a la cual hemos adherido.

La construcción del relacionamiento desde nuestro par-ticular punto de vista, solo se mantiene a través de otra concepción intelectual que es mera formalidad: la tolerancia. Tolerancia que se desmorona cuando nuestros intereses son afectados y ello hace que quien no este de acuerdo con nues-tro conocimiento intelectual y psicológico se transforme en nuestro enemigo. Sí no es así habría que explicar ¿el por qué de la guerra?.

Desde la aparición de la mente en la escena de la vida y el vivir, el ser humano ha tenido la opción de conocer, op-ción que es desperdiciada al transformar lo conocido en divague intelectual, transformando así la totalidad de la vida en mera suposición, tanto la trascendental como la social. Es obvio que nuestro caos actual es producto de la lucha y el enfrentamiento de las ideas, o sea, de los divagues y las suposiciones intelectuales, que son aceptadas por los diferentes grupos humanos, cómo verdades absolutas.

Se considera a nuestras especulaciones sobre el mundo existencial, espiritual, o sea, sobre Dios, cómo la verdad absoluta de la cultura particular a la cual se pertenece, la cual a ideado su Dios de acuerdo a la elucubración, ambigüedad y limitación del pensamiento intelectual, porque obviamente sobre Dios nada se puede saber excepto, vaguedades intelectuales, al ser Dios una vivencia personal intransferible e imposible de traducir en palabras, o sea, de elucubración intelectual alguna.

Esta arrogancia del intelecto es la que actualmente produce la desgracia, el derramamiento de sangre, la muerte y guerra irracional, a la cual nos encontramos sometidos por obligación de los avatares occidentales y el mesianismo de los fundamentalistas orientales.

La verdad es que no sabemos nada del otro mundo, ni tampoco hemos logrado dilucidar este y construirlo sabiamente para hacer de él un lugar digno donde vivir. El inte-lecto divaga sobre el otro mundo y elucubra sobre este. ¿Sí sabemos tanto del otro mundo, de los criterios y deseos de Dios, cómo es posible que no sepamos vivir en este mundo? ¿De que nos a servido conocer -supuestamente- todo acerca del mundo que existe después de la muerte, si no sabemos vivir esta vida?. ¿Cuál es el sentido de estar abarrotados de intelectualidad, de todo tipo y clase, sí el resultado de tanta sabiduría [¿?] es el mundo que tenemos, el cual solo nos sirve para lamentarnos de sus desgracias, desdichas, abusos, crueldades, hambre, miseria, derramamiento de sangre, ex-plotación, irracionalidad y guerra?. A pesar de todo el conflicto y el enjambre de confusión que a producido la intelectualidad -tanto sobre el otro mundo cómo de este, además del caos en nosotros mismos- seguimos apegados a ella cómo tabla de salvación, sin percibir todavía que es este sistema de divagación mental, la causa del caos global eterno.

EL PENSAMIENTO Y LA INTELIGENCIA

EL PENSAMIENTO Y LA INTELIGENCIA

La inteligencia ¿es producto de la acumulación de in-formación y su recuerdo o es algo completamente indepen-diente de la mente y el pensamiento?. Es obvio que la me-moria no tiene relación alguna con la inteligencia, pero sí la inteligencia puede dar orden en su funcionamiento a la me-moria. La memoria solo tiene utilidad frente a un problema que la vida le trae al ser humano en la realidad diaria del vi-vir, en ese campo tiene sentido su funcionamiento, pero es obsoleta e innecesaria en los demás campos de la vida.

La vivencia de lo trascendente solo es posible desde el silencio, que es desde donde funciona la inteligencia, puesto que el pensamiento es la obstrucción de lo desconocido por contener a los puntos de vista premeditados, los cuales establecen de antemano lo que es y lo que no es, lo que significa establecer la consistencia de lo trascendental y to-do aquello que no es lo desconocido.

La etimología de la palabra inteligencia tiene sus raíces en Inter que significa entre y legere que significa leer, o sea, que inteligencia es leer entre líneas, lo cual es comprender lo que se quiere decir, comprender lo que no se encuentra explicito, comprender la posición del otro independiente-mente sí se esta de acuerdo o no, en definitiva es el captar el significado, de modo que la inteligencia supone una ausen-cia total de puntos de vistas premeditados y, por lo tanto, la independencia de la inteligencia del pensamiento por depen-der este ultimo de la información de la memoria y del tiem-po psicológico para existir. La inteligencia lee entre las lí-neas del pensamiento, lo que es percibir su significado, de modo que la inteligencia no puede ser producto del pensa-miento porque este es mecánico.

El pensamiento es mecánico por funcionar sobre la base de la asociación de ideas. La inteligencia percibe lo que es, justamente por prescindir de cualquier idea, de cualquier asociación, ella es más bien la captación abrupta, es la captación instantánea del significado de un hecho, de una circunstancia. El pensamiento es mecánico por el sistema de relación que utiliza en la comparación y en la fabricación de seguridad: estar de acuerdo o no, estar a favor o en contra, el juzgar, justificar, condenar, analizar, interpretar, etc. La inteligencia se encuentra por fuera de este circulo vicioso del pensamiento. Ella ve, observa, capta y comprende desde el silencio, porque obviamente para ver y observar no se ne-cesita pensar. Esta acción permite la captación desnuda de lo que es, y ello a su vez da como resultado la comprensión. El conjunto de estos elementos: ver, observar, captar y comprender, permiten la acción desde la inteligencia. El pensamiento solo puede reaccionar por su dependencia ab-soluta del pasado.

Para el pensamiento el pasado es imprescindible puesto que toda asociación depende del recuerdo que significa la información guardada en la memoria, la cual fue adquirida en ese tiempo pretérito. El pensamiento es esclavo del pasa-do, de sus nociones morales, culturales, de la tradición, de sus intereses, todo lo cual representa y es pasado, de modo que ello es el impedimento para ver y observar la realidad de forma desnuda, solo le resta interpretar, debido al condi-cionamiento que imprime en la mente el colador intelectual que significan las herencias psicológicas que marca la edu-cación de la sociedad particular donde se nace y se vive. To-da sociedad tiene su cultura, tradición, su escala de valores, sus intereses nacionalistas, etc., de modo que ello inevitable-mente marca la mente creando las herencias psicológicas y el consecuente colador intelectual que termina por ser el juez, el testigo, el acusador, el fiscal, la victima y el jurado y, por lo tanto, el Dios del vivir.

La inteligencia es libre de todo conocimiento arraigado e inalterable que decreta la sociedad como imprescindible para pertenecer a ella, de forma que esto la hace indepen-diente de todo punto de vista condicionante, lo que significa que la libertad es la base desde donde la inteligencia organi-za el pensamiento, la memoria y el orden natural de la men-te, cuando esta alumbra al pensamiento.

El pensamiento inevitablemente condiciona a la reali-dad al mancharla con el trasfondo psicológico que impone el colador intelectual del interpretador, puesto que este velo intelectual condiciona la exclusividad y establece la posi-ción unidireccional, la cual no permite observar la realidad desde todos los ángulos. La posición exclusiva ve solamente desde la perspectiva que le asigno el pensamiento al interp-retador, el cual juzga a su punto de vista como la verdad absoluta, de modo que el no ver el hecho en su totalidad, solo le permite la interpretación como forma de completar la realidad y ello lo priva consecuentemente de la compren-sión, por ser imprescindible la visión total para tenerla. Sin visión total se transforma en imposible la comprensión y, por lo tanto, la acción de la inteligencia, de modo que el pensamiento no tiene relación alguna con la inteligencia, pero sí esta con el pensamiento, cuando es la inteligencia quien lo pone en funcionamiento.

Al ser el pensamiento mecánico y automático, es obvio que su propio mecanismo de funcionar lo priva de la capaci-dad de leer entre líneas, él simplemente lee y a continua-ción juzga poniéndose a favor o en contra y, como resultado de ello analiza para sacar las conclusiones correspondientes que le permitan expresar lo más coherentemente posible el porque esta a favor o en contra.

El pensamiento cambia con el tiempo por las conclu-siones que saca de las experiencias vividas, por las causas físicas, por las condiciones del medio ambiente y todo tipo de cosas, lo que hace que el pensamiento carezca de consis-tencia y ello lo convierte en contradictorio, arbitrario, anár-quico y dictatorial. Como todo esto sucede en el tiempo, el pensamiento llega a la conclusión que el ser humano pertenece y es esclavo del tiempo, puesto que él tiene la capacidad de extender el tiempo hacia el pasado o hacia el futuro, de modo que el ser humano pasa a cree que el tiempo es la esencia de todo. Esta noción inconsciente pero real, crea en el hombre el devenir de la esperanza, la necesidad del consuelo y junto con ello el concepto de que el tiempo todo lo domina. Esta es la concepción que estaca, esclaviza y hace absolutamente dependiente a la mente de la memoria, de la información, del recuerdo.

Saber leer entre líneas no tiene relación alguna con el estar a favor o en contra, tiene relación con la captación de lo que se quiere decir, y ello no depende en lo absoluto del tiempo, del pasado o del futuro, por lo tanto, no tiene rela-ción con el pensamiento que pertenece al tiempo. El tiempo psicológico constituye el más fuerte y profundo condicionamiento por ser el pensamiento mensurable, se puede medir, de modo que el tiempo se hace imprescindible, no así la inteligencia, por ser de una cualidad completamen-te diferente ya que no pertenece al tiempo.

El tiempo solo posibilita el tener pensamientos no-inte-ligentes y para darnos cuenta de ello debemos ser inteligen-tes, de modo que cuando el pensamiento responde a la inte-ligencia este se transforma en pensamiento inteligente. Ese pensamiento no tiene tiempo, de manera que el pensamiento se transforma en la expresión de la inteligencia, es inteligen-cia. Pero al pensamiento que estamos habituados es solo tiempo, carece por lo tanto de inteligencia, por funcionar en el campo de la memoria, y dentro de ese circulo vicioso se mueve, cambia y se transforma en ideas nuevas [¿?], o sea, es más de lo mismo porque continua siendo repetitivo, imitativo, asociativo, comparativo, mensurable, amoldado y dependiente.

Todo esto hace a las condiciones de ser del pensamien-to, en cambio la inteligencia no puede depender de condi-ciones por ser la quietud de la mente. Estas condiciones de ser del pensamiento lo ha impulsado ha evaluarse así mismo como capaz de construir el pensamiento negativo como el pensamiento negativo, de modo que es obvio que es el pen-samiento quien construye la imagen con la cual vemos el mundo y ello demuestra no ser un pensamiento inteligente, puesto que el mundo carece de imagen, de modo que sí usamos el instrumento -llamado pensamiento- de manera equivocada, es obvio que tendremos una visión absoluta-mente tergiversada del mundo, lo cual nos lleva a la cons-trucción del punto de vista sectario, dogmático y separatista, señalándonos todo aquello la falta de armonía y, por lo tanto, la intranquilidad de la mente.

Esta falta de armonía motiva al pensamiento a buscar la formula que permita el despertar de la inteligencia, pero ello obviamente sigue siendo el pensamiento deseando mo-verse hacia una dirección distinta, de suerte que todo ello sigue dependiendo del tiempo en el cual se mueve el pensa-miento, lo que significa que no hay posibilidad de dicho despertar mientras siga operando el intelecto, y en conse-cuencia, la no-operación del pensamiento es cuando la inte-ligencia despierta.

El operar del pensamiento simplemente necesita del movimiento de la información de la memoria; el operar de la inteligencia necesita del observar, del ver, del percibir, lo que significa el necesitar del no-movimiento de la memoria, o sea, necesitar del silencio, de modo que el movimiento de la memoria en el mundo psicológico es la desarmonia que inhabilita a la inteligencia para despertar.

La inteligencia utiliza al pensamiento como señalador, de manera que para la inteligencia lo importante es el conte-nido que él señala, lo que demuestra la inutilidad del pensa-miento cuando la inteligencia se encuentra ausente, ya que simplemente termina indicando cosas incoherentes, irrele-vantes, confusas, conflictivas.

Esta acción del pensamiento sin la inteligencia promue-ve la búsqueda de seguridad en su afán de encontrarle algún tipo de orden, armonía a la mente, en forma de recompensa ante la ausencia de inteligencia, para que no se desequilibre. En esta búsqueda el pensamiento desea seguridad en todos los niveles, físicos, psíquicos, emocionales, sentimentales, de modo que ello ayuda a provocar su desbocación y a mo-verse independientemente de la inteligencia. Esta desboca-ción provoca a los instintos y, ellos al sentirse alimentados, se estimulan desproporcionadamente, de manera que exigen más excitación, con el fin de conseguir una de las tantas sensaciones de seguridad que le da el pensamiento: el pla-cer. Este movimiento del pensamiento excitando constante-mente a los instintos, produce una acción confusa, caótica, conflictiva, por no encontrarse regida por la inteligencia, de suerte que apenas alcanza a ser una acción intrascendente por no alcanzar nunca a ser la acción de lo total. La acción de la totalidad siempre es inteligencia, de modo que solo pertenece a ella, lo que significa que solo la inteligencia puede comprender la actividad del pensamiento y sus inevi-tables limitaciones. Y cuando ello sucede hay una mutación total del pensamiento en su modo de funcionar, queda al servicio de la inteligencia, siendo esta conjunción la que crea una clase diferente de mundo en el cual no prima la ilu-sión del egoísmo, el conflicto de la ambición, y la confusión de la violencia, o sea, la estupidez del nacionalismo, la guerra, la avaricia, las divisiones políticas y religiosas, las crueldades neoliberales, el mesianismo izquierdista, etc.

La creación de las teorías del vivir por parte del pensa-miento, transformó en más importantes a estas teorías que al vivir en sí, de forma que el ser humano deja de estar com-prometido con la vida y paso a comprometerse con los conceptos intelectuales creados por el pensamiento. El pensamiento cuando deja de responder a las sugestiones de la inteligencia, comienza a moverse por sí mismo, de modo que jamás puede ver lo falso de lo que significa su interpre-tación intelectual de la realidad, del vivir, de la vida, lo cual lo hace pasar a moverse en desarmonia con la inteligencia. El pensamiento solo se mueve en paralelo a la inteligencia cuando este es alumbrado por ella y esta le muestra el inten-to de transformar lo falso en verdadero.

El pensamiento discute, la inteligencia señala. Cuando el pensamiento deja de discutir y pone atención a lo señalado, es cuando comienza a moverse en paralelo a la in-teligencia, entonces no es usado por su contenido, o su sig-nificado, sino simplemente como un indicador que señala más allá del dominio del tiempo, lo que significa que el pen-samiento es un indicador y el contenido que él señala es inteligencia. Sin inteligencia el indicador no tiene validez al-guna, por convertirse en caótico, arbitrario, y este pensa-miento, esta intelectualidad sin inteligencia, es quien gobier-na el mundo. El resultado de ello es este mundo corrupto, conflictivo, cruel, lo que termina por ser el aumento y el ali-mento del miedo.

El miedo suprime cualquier relación entre el pensa-miento y la inteligencia, de modo que es solo la inteligencia quien puede tener relación con el pensamiento, por ser su manifestación, su despertar, la ausencia absoluta del miedo y, por lo tanto, del pensar obsesivo de la mente, lo cual no tiene sentido alguno.

SOBRE LA MUERTE II

SOBRE LA MUERTE II

La muerte ha producido eternamente todo tipo de conflicto, confusión y dualidad en nuestra mente, alma y corazón. Sobre la muerte poco podemos decir porque es un problema que no tiene solución para la mente. El dolor consecuente se trasciende cuando “no introducimos el pensamiento” en el dolor, puesto que si lo hacemos lo transformamos en sufrimiento, porque el dolor es un sentir, el sufrimiento es la obsesión sobre el hecho doloroso, o sea, es el pensamiento tratando de resolver y diluir un sentimiento desdichado, angustiante y desesperante, y es ello lo que prolonga el conflicto, la confusión y el dolor.

Para salir de la obsesión, confusión y el conflicto subsecuente que trae la muerte, debemos comprender todo su contenido, puesto que el intentar solucionar dicho conflicto mediante el consuelo o la esperanza es escapar de la confusión en que se encuentra atada la mente, ya que cualquier esperanza o consuelo que encontremos, será cambiar las antiguas utopías por utopías e ilusiones nuevas, lo cual, tarde o temprano, será destruido por la vida nuevamente, o sea, será mas de lo mismo.

Toda mente que se encuentra en conflicto y pretende trascenderlo, solo tiene la posibilidad de hacerlo mediante el enfrentar el conflicto sin intentar interpretarlo, analizarlo, de acuerdo a ciertos valores, juicios, dogmas, creencias, doctrinas, opiniones premeditadas, argumentos preestablecidos, y ello permite que esa mente se transforme en absolutamente conciente. Es así como esa mente y esa racionalidad despertaran a la dicha del vivir, a la dicha de la realidad presente, eximiendo el parloteo de la mente confusa y conflictuada que busca en el consuelo y la esperanza la manera de evitar el tener que enfrentar el conflicto y la confusión que la obsesionan por lo que no comprende [...] que es el mecanismo repetitivo de su pensar.

Una mente en conflicto es una mente destructiva, violenta, esclava, prisionera de su obsesión, y una mente que se encuentra en conflicto tiene incapacidad y quizás jamás comprenda lo que sucede y lo que le sucede. Los conflictos no se calman mediante la represión, el consuelo, la esperanza, la creencia, el dogma, la ideología, “sino mediante la comprensión del propio conflicto”; y una vida sin conflicto, es una vida sin fricciones, sin destrucción, sin violencia; y cuando esa mente actúa todos los problemas están resueltos puesto que no actúa desde una motivación psicológica, actúa desde la realidad del presente.

Todos podemos vivir una vida sin conflicto, lo cual no significa en lo absoluto el convertirse en vegetal. Por el contrario, viviendo sin conflicto la mente se vuelve extraordinariamente sensible, conciente, inteligente, llena de energía y de pasión, puesto que viviendo en conflicto y confusión se disipa y diluye la inteligencia en la auto-compasión.

Si podemos vivir nuestro problema sin juzgar y sin identificarnos, se revelaran ante nosotros las causas que subyacen en él. Para comprender el conflicto debemos dejar de lado nuestras apreciaciones, deseos, experiencias acumuladas y patrones de pensamiento. La dificultad para ello no está en el problema en si, sino que en el enfoque con el cual lo abordamos; puesto que las cicatrices psicológicas del ayer nos impiden abordarlo correctamente, ya que nuestro condicionamiento traduce el problema de acuerdo a sus limitaciones y modelos preexistentes, lo cual no libera al pensamiento-sentimiento de la nostalgia, angustia y dolor del problema. Traducir e interpretar el problema no significa en lo absoluto comprenderlo, puesto que para comprenderlo y trascenderlo es imprescindible que abandonemos toda traducción e interpretación del mismo.

No percibimos que el único problema creador de conflictos es el pensamiento; ese es el único problema, el único conflicto, la única confusión. La muerte no es un problema porque no tiene solución, es así, es el final por lo menos de esta vida, pero el pensamiento crea el problema, el conflicto y la confusión subsecuente, y ello hace de la muerte el eterno tabú a no ser tratado, hablado, conversado o compartido con los demás.

Cuando hablamos de la vida lo hacemos independientemente de la muerte, la vida es una cosa, la muerte otra, que no se relacionan entre sí. Separamos la vida de la muerte y no consideramos que sean parte de un proceso integrado, porque entendemos la vida y el vivir “como un proceso de continuidad y pertenencia en el que hay identificación”. “Yo y mi” casa, “yo y mi” esposa, “yo y mi” hijo, “yo y mi” cuenta bancaria, “yo y mis” experiencias, “yo y mis” creencias, eso es lo que entendemos por vida ¿verdad?. El vivir para nosotros es nada más que un proceso de continuidad y pertenencia en la memoria; tanto conciente como inconscientemente, con los diversos conflictos, confusiones, luchas, reyertas, incidentes, experiencias, deseos, ilusiones, utopías, y todo lo demás. A todo esto es lo que llamamos vida, y en oposición a eso está la muerte, la cual pone fin a todo eso. Pretendemos crear un puente entre lo conocido y lo desconocido a través del pensamiento, y por medio de ello creemos encontrar una relación entre el pasado y el futuro porque solo nos podemos reconocer como “entes continuos y posesivos”, que tenemos y proseguimos, que poseemos y continuamos en el tiempo; y la muerte se convierte en un problema porque pone fin a todo este mecanismo, a toda esa utopía. Ello es lo que se transforma en el miedo a la muerte.

Todo lo que poseemos y continua sentimental, material y psicológicamente no conoce renovación, en ello no hay creación, no hay nada nuevo en todo aquello que tiene continuación y posesión. Simplemente cuando la continuidad y la posesividad llegan a su fin surge la inteligencia, y es el fin del poseer y de la continuidad lo que nos causa pavor puesto que la terminación de algo la suponemos como el fin de lo conocido, y la muerte se encuentra en la dimensión de lo desconocido. Solo en la terminación puede estar lo nuevo, la dicha, la inteligencia, la renovación, lo desconocido, porque ello no se encuentra en el llevar de un día para el siguiente nuestras experiencias traumáticas, nuestros recuerdos desagradables y nuestros infortunios. Cuando no morimos a todo lo conocido de instante en instante, es obvio que debemos separar la vida de la muerte.

Cuando buscamos la verdad, lo que es real, por medio de la continuidad de nuestra desdicha, solo buscamos un milagro que la solucione, y es obvio que nada encontraremos, excepto lo que nuestra mente proyecta y desea como consuelo para rellenar el vació dejado por la experiencia de la muerte del otro. Lo que la mente proyecta no es real, ni el consuelo, ni la esperanza, porque ello es la continuidad de sí misma, es la continuidad del miedo.

La necesidad de seguridad crea tanto el miedo como la continuidad. El miedo nos fuerza no a saber como pensar, sino al saber en que pensar, ya que el miedo tiene que existir en relación a algo, él no puede existir en relación a nada, y el miedo a la muerte es solo miedo a la perdida de lo conocido, porque no se le puede tener miedo a lo desconocido por algo obvio [...] no lo conozco, ¿cómo le temo a lo que no conozco?. Es ello lo que nos obliga al saber en que pensar y esta es la razón por la cual pretendo tender un puente entre lo conocido y lo desconocido, entre el pasado y el futuro, entre mi pensar y la existencia, porque siempre estamos tratando de escapar de lo real, de la verdad, de lo que es, de la realidad; y es solo la mente que interiormente se encuentra libre del miedo la que puede conocer la bendición de lo real, de lo verdadero, de lo que es, de la realidad. La mente solo puede estar libre del miedo y, por lo tanto, de la posesión y de la continuidad cuando no hay dependencia alguna, puesto que el problema no es la muerte, sino el miedo que tiene la mente de dejar de existir.

Nos apegamos a lo agradable y rechazamos lo desagradable, manera que nos permite fortalecernos en la satisfacción, el placer, y ello nos permite escapar de nuestra desdicha sin percibir que la vida nos traerá un nuevo desafío que hará reflotar la desdicha por no haber aprendido de ella. El escape por medio del consuelo o la esperanza es nada mas que el apegarnos a nuestros viejos y añejos esquemas de pensar, renovándolos con nuevas ilusiones. Pero si no hemos abandonado lo que acumulamos como experiencia, sin pretender recompensa alguna, jamás existirá lo inmortal, lo eterno, puesto que solo ello nos hará comprender que la vida no es lo opuesto a la muerte, ni la muerte la encargada de achatar y oscurecer nuestra vida.

Morir a todo lo que hemos aprendido es aprender, y esta muerte no es el fin de nada, ni el acto final de la vida, es morir a cada instante para renacer a la vida eterna a cada instante, porque solo la realidad del presente es la eternidad y en ello el pensamiento no sirve en lo mas mínimo.

¡O morimos voluntariamente o morimos por obligación!

La muerte nos causa dramas psicológicos, miedos, conflictos mentales, confusiones en el pensar, porque nuestro egocentrismo no acepta el final de su existencia, ni la de los demás, a pesar de saber que la muerte es ley de la vida, es para lo único que nacemos. Nacemos en un hospital y todo lo que hacemos durante setenta u ochenta años es caminar hacia el cementerio, lo que realicemos en ese tiempo es intrascendente, puesto que sino hemos aprendido a vivir jamás sabremos morir, y todo lo que acumulemos material o psicológicamente no servirá para estar preparado para enfrentar lo desconocido, lo cual es la muerte.

Para saber sobre la muerte tenemos que saber de la vida, para saber de la vida debemos saber sobre nosotros mismos, para saber de nosotros mismos debemos saber sobre nuestra mente, para saber de nuestra mente debemos saber sobre los mecanismos de nuestro pensar, para saber sobre los mecanismos de nuestro pensar debemos saber sobre sus demandas, exigencias, deseos, utopías e ilusiones, ya que solo el conocimiento de nosotros mismos nos permite aprender sobre lo inconmensurable, lo eterno, lo inmortal, lo real, la realidad presente... y sobre lo verdaderamente trascendente.

Si no sabemos sobre nuestra vida ¿por qué creemos que sabremos sobre la otra? Si no sabemos vivir esta vida ¿Por qué creemos que sabremos vivir en la otra?.