30 mar 2010

SEXO: VICTIMIZACIÓN-CULPA-COMPLEJO

¿Qué es lo anormal en el sexo? ¿Porqué a servido para que la gente se victímise y se sienta usada por el otro? Que es lo malo en el sexo ¿el sexo en sí o lo que se opina, se comenta y se dice de él? ¿Por qué la condena al sexo ha servido durante miles de años al moralismo hipócrita?

Se considera al sexo anormal, malo, impúdico e inmoral, lo cual lo convierte secretamente en pecado. Negamos que consideremos al sexo pecado, pero en algún lugar de nuestro transfondo psicológico esta marcada a fuego el estigma, el sello de esta consideración impuesta por la religión. Vale decir que la pregunta subsiguiente es ¿Por qué todo lo que nos compete lo transformamos en problema y enjambre intelectual? La existencia es un problema, la vida, Dios, la sociedad, el amor, el arte, la economía, el sexo, la política, todo es un problema psicológico-intelectual, o mejor dicho, todo lo convertimos en problema. ¿Por qué nos sometemos al vivir con problemas mentales? ¿Por qué no nos rebelamos a tener una vida, donde todo lo terminamos convirtiendo en hervidero psicológico? ¿Por qué no vivir una vida libre del hormiguero psicológico? Cargamos nuestras mochilas psicológicas-intelectuales a cada minuto, todos los días, semanas, meses y años de nuestra existencia, de modo que convertimos la vida en un problema, en conflicto.

El trabajar, el ganar o no ganar dinero, el pensar, el sentir, el experimentar, el sexo, en otras palabras ¿por qué convertimos al vivir y a la totalidad de la vida en un problema? La causa de este enfoque problemático de la vida no se debe a que ¿permanentemente pensamos desde un punto de vista sectario, alienado, particular, inamovible, fijo? Pensamos a partir de las influencias exteriores, (aprendido en la tradición, cultura, educación, etc.) lo cual es imitación, reproducción y, por lo tanto, algo ladino y superficial. El pensar desde la periferia hace a la ausencia de lucidez en el pensar puesto que nunca pensamos por nosotros mismos, sino desde las variadas influencias que nos invaden.

El problema se suscita en que la vida no es superficial, ladina, ni hueca o vacía, ella exige ser vivida total, absoluta y completamente y, a causa de que la vivimos sólo superficialmente, es que no conocemos otra cosa que no sea el efecto superficial de las cosas y por ello mismo desconocemos las causas de las cosas. El conocer solo los efectos superficiales y darle la connotación de trascendentes y fundamentales (como si se tratara de la causa que se desconoce) es inevitablemente conflicto y confusión y este conocimiento periférico nos lleva a la acción periférica que inevitablemente crea un problema y en ello se resume nuestra vida.

Los problemas existen mientras vivimos en lo superficial, en esa periferia que es nuestra “arrogancia” y sus sensaciones, intereses y deseos, todo lo cual podemos exteriorizarlos o permanecer ocultos en lo abstracto, lo cual el pensamiento lo puede traducir en política, nacionalismo, religión, el universo, el sexo o con la ultima ocurrencia compuesta por el intelecto. Mientras vivamos en el campo del pensamiento especulativo, tiene que existir confusiones, complicaciones y problemas; y ello lo terminamos identificando como “conflicto incesante de la mente sostenido por el parloteo del pensar”. “Y ELLO ES TODO LO QUE LA MENTE CONOCE: CONFLICTO Y CONFUSIÓN PERMANENTE”.

Nuestra memoria es el resultado de experiencias, sensaciones, información, conclusiones y reacciones acumuladas. Esa memoria es la fuente del pensamiento especulativo, intelectual, y es obvio que todo cuanto toque este tipo de mente crea, por mecanicidad, desdicha, confusión y el consecuente conflicto psicológico interminable. La mente es la esencia, la fuente, la verdadera causa de todos nuestros conflictos y confusiones; lo cual nace en su funcionamiento mecánico día y noche, consciente o inconscientemente. El pensamiento es algo muy superficial y pasamos toda nuestra vida cultivándolo en el intento de que sea cada vez más experto, más ingenioso, más hábil, más sutil, astuto y retorcido lo cual se puede comprobar en todas las actividades de nuestra vida. La propia actividad y costumbre de nuestra mente es la deshonestidad, es el habito de ser retorcida, incapaz de afrontar los hechos, y eso es lo que crea problemas, eso es en sí mismo el problema.

Entonces nos cabe preguntar ¿Qué entendemos por el problema del sexo? ¿Es un acto, o es un pensamiento sobre el acto lo que crea el problema? Sin ninguna duda, “no es el acto”. El acto sexual no es un problema para nadie, no mayor que el de comer, pero sí pensamos en el comer o en alguna otra cosa durante todo el día, entonces eso se transforma en un problema. ¿Por qué se piensa tanto en el sexo? La televisión, el cine, las revistas, la vestimenta, todo ello obviamente que refuerza el pensamiento del sexo. Pero ¿por qué la mente lo intensifica? ¿Por qué se ha vuelto un problema esencial en nuestras vidas? El mundo se cae a pedazos, existe miles de cosas que no solo llaman nuestra atención sino que la requieren y la exigen, pero se concede atención completa al pensamiento sexual. Ello es debido al hecho que es el mayor de los escapes de nosotros mismos, porque es la manera de olvidarse completamente de uno mismo. Todo lo demás que hacemos en nuestra vida acentúa nuestra arrogancia, el “si” y el “mi mismo”. Nuestras creencias, nuestros negocios, nuestros dioses, nuestros lideres, nuestras actividades políticas o religiosas, nuestras actividades sociales, nuestras entretenciones comunes y corrientes, todo eso acentúa y fortalece nuestra arrogancia. Vale decir que hay un solo acto en donde no se acentúa nuestra centrifuga arrogancia y ello se vuele un problema psicológico.

Nos aferramos al sexo porque es la única cosa que se transforma en el completo olvido de nosotros mismos. ¡Y ese es todo el secreto… pero también el conflicto! Cuando encontramos una vía que nos pueda hacer olvidar de nosotros mismos, nos apegamos a ella porque es el único momento en que somos libres y felices, por lo menos por unos segundos o minutos. El resto de las cosas a las que no abocamos se convierten en una pesadilla parloteadora-intelectual, en fuente de sufrimiento, obsesión y desdicha. En otras palabras, nos aferramos a lo único que nos brinda completo olvido de nosotros mismos y a ese instante de olvido de nuestra arrogancia-egocéntrica le llamamos plenitud. ¿A partir de cuando este momento de dicha se convierte en problema? A partir del momento en que nos apegamos a eso porque nos convertimos en sus esclavos. Acoplamos el pensar a la búsqueda de ese completo placer satisfactorio que nos brinda el acto sexual, para tenerlo con nosotros de forma permanente. Ese es el inicio y todo el desarrollo del conflicto que tenemos con el sexo.

El sexo se mantendrá como un problema sin solución y extraordinariamente difícil de resolver mientras no comprendamos el pensamiento que analiza, condena y juzga el problema. El acto sexual en sí nunca puede ser un problema; lo que crea el problema es el pensamiento acerca del acto.

Es, este mismo pensamiento, quien crea e inventa la victimización, el prejuicio y la culpa. La no comprensión de este hecho, es la esclavitud y la cárcel del sexo en nuestra mente en forma inconciente de juicio y condena. De manera que lo relevante es la comprensión del pensamiento, no la certidumbre o equivocación de los juicios y condenas que mantiene sobre el sexo. Mientras esta condena y juzgamiento se mantenga en la memoria, seguirá existiendo complejo, prejuicio y victimización.

24 mar 2010

DETALLES SOBRE LA IGNORANCIA

DETALLE I

EL SIMPLISMO: UN ATAJO EN EL CAMINO

Reducir todo al simplismo es una satisfacción grandiosa. Hemos logrado disfrazar al simplismo como “natural sencillez” como “espontánea naturalidad”, permitiéndonos no ahondar ni profundizar en nada. La vida funciona basada en una interrelación de acción y reacción, causa y efecto. El simplismo es la periferia del efecto, ni siquiera es el efecto de la acción.

El intelecto calcula, premedita, asocia, compara, analiza, especula, argumenta y se obsesiona. La vida es un todo, del cual no podemos escapar, aunque el intelecto seleccione una parte de ella. Cuando el intelecto ejecuta esta acción de seleccionar, aísla el resto del contenido del vivir y la vida. Ante esta situación no tiene más opción que el simplismo de todo aquello que no le agrada, de manera que trata a los asuntos que no son de su conveniencia ni interés de manera despectiva y trivial.

El estar constantemente escapando, denota la frivolidad de la mente para profundizar, no solo en las cosas exteriores sino y, por sobre todo, en las interiores. El simplismo es la respuesta surgida del análisis no de la observación, no del ver interior, donde se puede sopesar lo verdadero y lo falso, lo real y lo deseado, lo necesario y lo ilusorio. El simplismo, simplemente tiene para ello una respuesta reduccionista y ello no es simplicidad, es evasión, es vagancia, es ausencia de pasión, para ver e investigar las raíces de nuestros sufrimientos, desdichas, conflictos y confusiones.

El simplismo es la arrogancia de no asumir que no se sabe y que, por lo tanto, no tenemos razón.

DETALLE II

LA VICTIMIZACIÓN

El simplismo es agradable pero la victimización es un orgasmo. Somos victimas de lo que nos paso, de lo que nos pasa y de lo que nos va a pasar. Cuando no somos considerados por los demás por nuestras cualidades, habilidades y atributos naturales, recurrimos a la orgásmica victimización para llamar la atención.

Victima ayer, victima hoy, victima mañana; ese es nuestro curriculum. En él no figura el ser responsables de nuestros actos, pensamientos, sentimientos, ignorancias, equivocaciones y, por lo tanto, de nuestras vidas. ¡Sufrimos porque los demás son malos y se abusan de nosotros! ¡Sufrimos porque los demás usan nuestro temor para abusarse de nuestra inocencia…¿?!

La idiotez, la histeria, la esquizofrenia y la arrogancia, son hijas de la ignorancia, y toda victimización nace de nuestra esquizofrenia, estupidez, histeria y arrogancia. Somos victimas porque buscamos refugio para nuestro miedo a “no ser”; no ser reconocidos, no ser aceptados, no ser tomados en cuenta, no ser el centro de atención, etc. NO SER, es a nuestra arrogancia lo que es a un político no figurar en la televisión. NO SER, es a nuestra histeria lo que es a una prostituta no ser elegida por ningún cliente. NO SER, es a nuestra histeria lo que es a un traidor alcahuete cerrar la boca. NO SER, es a la esquizofrenia lo que es a un corredor de formula uno competir en patín.

Victimización, es nada más que la característica y el sello que lleva impreso quien decidió no enfrentar su miserable vida, TAL CUAL ELLA ES.

La ventaja que encuentra el ser humano en su miserable victimización, es que… ¡logran siempre terminar siendo héroes o heroínas! [¿?]

¡TODA VICTIMA CREE QUE SU AUTO-COMPASIÓN ES HUMILDAD!

DETALLE III

LA CIENCIA FICCIÓN [¿?]

Damos por sentado, lo cual equivale a ¡ES ASÍ!, a miles de definiciones absurdas, infantiles e irreflexivas. Y esta es una de ellas. ¿Cómo la ciencia puede ser ficción y ciencia a la vez? Absurdo ¿no es cierto? Pero nosotros repetimos este absurdo mecánica y automáticamente, sin detenernos ni por un segundo a cuestionar si tiene alguna relación la ciencia con la ficción. Innegablemente que no cuestionar… ¡absolutamente nada!, es lo más cómodo que existe.

Si la ficción es ciencia, la ciencia no existe; si la ciencia es ficción, lo que existe es la ficción y no la ciencia. La ficción es imaginación, sueño, ilusión, deseo, proyección neurótica, obsesión futurística, entre sueño fantasioso. El conjunto de proyecciones psicológicas que agrupan a la ficción, no obedecen a ninguna ley, hipótesis, tesis que puedan ser comprobadas por la experimentación que rige a la ciencia. En la ficción no hay prueba de falsación, simplemente es lo que se le ocurre a la mente cesante de realidad de su creador.

La ficción es solo eso, ficción, no ciencia, de modo que la ciencia ficción no existe, excepto como objeto de marketing y mercadería que debe ser vendida en el mercado de la fantasía para mentes fantasiosas.

DETALLE IV

EL HECHO CONVERTIDO EN MENTIRA

Para hacer de la mentira algo creíble se necesita un hecho que la sostenga. Todo y cualquier hecho es indiscutible. Se puede discutir sobre la idea que se tiene sobre el hecho, pero es imposible discutir un hecho porque el hecho es lo que es; duro, cruel, despiadado, alegre, dichoso, feliz o infeliz. El hecho siempre sigue siendo lo que es.

La mayor arma -que le ha dado la vida al hombre- es “la interpretación” para evadir los hechos tal cual ellos son. El Intelecto razona, argumenta, esgrime, opina y con ello arrastra al hecho hasta convertirlo en un eufemismo, en algo -total y absolutamente- en “algo abstracto, subjetivo”, que puede ser mirado de diez mil maneras diferentes.

La mentira solo se centra en esta tergiversación; “convertir los hechos en ideas”. No importa el hecho, el intelecto lo convertirá en idea y el mundo en su totalidad discutirá sobre la idea que nos hemos formado del hecho. De modo que siempre estamos discutiendo sobre mentiras, nunca sobre lo que es. El hecho es lo que es, la mentira es sobre lo que desearía, quisiera, me parece, considero, creo, imagino, reflexiono, razono o simplemente me conviene que sea así.

Nunca miramos el hecho desnudo tal cual es por la simple razón de que un hecho es indiscutible y nada podemos cambiar de él. Por el contrario, la idea que hacemos sobre el hecho, es lo que nos permite -y nos da toda la eternidad- para discutir, chocar, enfrentarnos, desafiarnos, debatir, retarnos, oponernos, con las consecuentes argumentaciones, opiniones, elucubraciones a favor y en contra. Esto y nada más que esto es la consistencia que tiene la mentira y “un habito mentiroso muchas veces practicado nos convence que es el método de encontrar la verdad”.

DETALLE V

LA FALACIA DE LA LIBERTAD DEMOCRÁTICA

La libertad depende ¿de un estado de garantías, de reglamentaciones, de normas, de legislaciones diversas, de un sistema político particular o depende de nosotros mismos, de nuestra inteligencia, de nuestro autoconocimiento y como consecuencia de ello de una mente sin conflictos, contradicciones y confusiones?

Exigimos derechos constitucionales y al tenerlos, creemos que somos libres, cuando en la práctica de la vida diaria, nuestra mente sigue siendo confusa, ansiosa, caprichosa, conflictiva y arrogante. De manera que cabe preguntarnos ¿En que consiste la libertad? ¿En un derecho civil o en tener una mente sin conflictos, muletas psicológicas (ideologías, creencias, doctrinas) sin contradicciones ni confusiones? La mente adoctrinada que se somete a un patrón de pensamiento preestablecido por una ideología o creencia (política, social, filosófica, económica, científica o religiosa) aunque hable y diserte sobre libertad ¿es libre? La mente auto-sometida a un esquema de pensar doctrinario obviamente que no es libre, de forma que se transforma en intrascendente el que exija libertades civiles de libre expresión porque ella en esencia es esclava de su punto de vista doctrinario. Tenga o no tenga concedida la libre expresión, en la sociedad particular donde vive, le servirá exclusivamente para el auto-engaño de creer que es libre, cuando en la realidad es esclava de su esquemática visión intelectual que la encarcela en la doctrina, creencia o ideología.

La libertad obviamente que no es el poder decir cualquier cosa, a cualquier hora, a quien sea y donde sea. Ello es el circo externo que la mente asocia con lo que es la libertad. La mente esclava se conforma y lucha por la mantención de este circo porque es incapaz de ser realmente libre de todo esquema de pensar, de modo que unas migajas de libertad es mejor que nada… y con ello se duerme y conforma.

La mente indiferente, sometida, esclava, vencida, dominada, subyugada, humillada y reducida, es la mente que reclama y se “conforma” con el circo externo de las libertades constitucionales.

DETALLE VI

LA MILAGROSA Y ENDIOSADA ESPERANZA

Vivimos de sueños y ensueños, de ilusiones y fantasías, de derrotas y triunfos. Si deseamos triunfar (en lo que sea) si deseamos que se satisfagan nuestra fantasías, ilusiones, sueños y ensueños, el motor que ponemos en funcionamiento es la esperanza. Nos enseñaron que sin esperanzas no se podía vivir. Aceptamos ciegamente este slogan (como tantos otros) porque es cómodo no cuestionar nada y dar todo por sentado… “que es así”. Vivimos y nos desenvolvemos en un mundo regido por la búsqueda de seguridad psicológica, de modo que para ese mundo nada mas cómodo y seguro que dar todo por sentado, evadiendo el cuestionar, indagar e investigar por nosotros mismos si lo que la tradición, la cultura y lo que los demás nos dicen es verdad o no lo es.

Adoramos y apreciamos los milagros porque ellos nos sacan del pozo sin que nosotros tengamos que hacer esfuerzo alguno. Los ateos no creen en Dios pero creen en la esperanza (los creyentes también creen en ella), pero su ignorancia los lleva a pensar que los dogmáticos son solamente los que creen ciegamente en Dios porque según ellos no existe, como si la esperanza no existiera en su mente de la misma forma que existe Dios en la mente del creyente. La esperanza es tan efímera y abstracta para la mente común como lo es Dios. Pero la esperanza acomoda tanto la mente del creyente como la del ateo. El ateo tiene la esperanza puesta en que Dios no existe y por supuesto… en que no exista; y el creyente la deposita en que Dios existe y… que exista.

De esta manera podemos comprobar como la esperanza sea transformado en el Dios Absoluto de ateos, creyentes y agnósticos. En otras palabras, la esperanza es Dios, por la inmaculada aceptación de todos sin discutir la validez, eficacia, realidad y utilidad de su existencia. En realidad es mucho más que Dios porque a Dios se lo discute a la esperanza no; solo se acepta ciegamente.

¿Tiene algún valor la esperanza, frente a la realidad de lo que somos?

DETALLE VII


MONOTEMÁTICA

Nuestra mente se obsesiona con una idea y no la suelta ni que la torturen. Vivimos en un mundo mental que se encierra en sí mismo con el tema que le excita. Los motivos por los cuales le obsesiona un tema en particular son múltiples y variados, pero lo que más motiva a la mente a quedar presa de “la obsesión monotemática” surgen de; el resentimiento, el ego herido, el odio, el rencor, los deseos de venganza, la revancha, el desquite, la represalia, la antipatía, decepción, descontento y frustración.

La mente monotemática no percibe su obsesión como obsesión porque la traduce como “el máximo problema existencial a resolver”. Con esta excusa convierte a su locura-obsesión en necesidad. Esa locura convertida en necesidad es quien le niega la posibilidad de ver que “su monotema” es obsesión, locura, complejo, alucinación, ofuscación, fanatismo y que su mente ha zozobrado. Ver la obsesión como necesidad, es la manera más perfecta que encontró la mente para disfrazar su locura de cordura y normalidad. A esta mente monotemática, enferma, solo le interesa “tener razón a cualquier precio” y esta misma mente reclama para sí cordura, racionalidad y sensatez en los demás. ¿Es cuerda esta actitud del pensamiento, de la mente, monotemática?

Cabe preguntarnos por lo tanto ¿Si esta mente es la que puede arreglar los complejos problemas del vivir, de la sociedad o de su propia vida, sin antes desprenderse de su obsesión, locura y violencia? ¿Cómo puede una mente así saber lo que es lo cuerdo, lo racional, lo coherente, lo legítimo, lo lógico, para sí misma y para la sociedad?

Una mente monotemática es esclava del tema que la obsesiona. ¿Existe la mente obsesionada que tenga claridad al pensar? O de otra manera ¿permite la obsesión tener claridad al pensar? O de otra manera ¿Cuál es la locura que es cuerda? O de otra manera ¿Cuál es la esclavitud que es libre? Otra manera sería que esa mente “crear” que para liberarse del odio o resentimiento ¿necesita “apegarse al monotema” que surge del hecho que le infringió esa herida psicológica que no cicatriza y que de tanto redundar en el tema se solucionara? En resumen, la mente tiene muchos recursos intelectuales para auto-considerarse sana, tiene muchos argumentos que le facilitan justificaciones de su accionar obsesivo para que los vea como “lo normal”, lo sensato, lo cual simplemente alimenta su ignorancia y su locura.

Ignorar la insanidad, es alimentar la enfermedad, “VER” que estamos enfermos es el principio de la salud; “VER” que estamos locos es el principio de la cordura; “VER” que estamos obsesionados es el principio de la lucidez mental. Negar la enfermedad, la locura y la obsesión es seguir locos, obsesionados y enfermos. Y ello es el detalle de los detalles de la ignorancia.

19 mar 2010

LA MENTE ADOCTRINADA

LA MENTE ADOCTRINADA

Las doctrinas fueron creadas e inventadas por el hombre a causa de no haber podido comprender el sentido que la vida tiene. Como no pudo compren-derlo, lo inventó a través de las doctrinas, políticas sociales, económicas, religiosas, filosóficas, etc.

Las doctrinas le dan al hombre una razón para vivir, pero cuando la encuentra deja de vivir. Uno sólo puede vivir cuando no tiene razones ni causas; simplemente vive. Una mente que inventa una razón o una causa para vivir se encuentra en conflicto, fraccionada y, como consecuencia de esto, creará conflicto y caos en el mundo.

El hombre, al no hallar el sentido que verdade-ramente tiene la vida, se encontró inseguro y fue este hecho el que lo llevó a la búsqueda permanente de seguridad psicológica, adoptando teorías y doctrinas para sobrevivir en este mundo lleno de inseguridad que es la vida. Cuando el ser humano se identifica con determinada doctrina lo hace convencido que ha encontrado una verdad irrefutable. Esto, a su vez, se convierte en el trasfondo psicológico de su mente, sintiendo que le da seguridad y que podrá apoyarse en ese trasfondo psicológico por el resto de su vida.

Toda doctrina se encuentra estructurada sobre la base de puntos de vistas dogmáticos y fijos, lo cual es el motivo que utiliza para diferenciarse de las demás. Al adquirir una doctrina, el hombre crea un trasfondo psicológico en el cual se puede apoyar, pero el cerebro, al tener una estructura ideológica se encuentra incapacitado para responder de manera adecuada a la mente, ya que las teorías y doctrinas le impiden la observación imparcial de lo que realmen-te está ocurriendo. Para una mente adoctrinada toda la realidad es juzgada a partir del punto de vista que señala los acuerdos y desacuerdos con su verdad irre-futable, porque el trasfondo psicológico que se ad-quiere le da a uno la noción de lo que tiene sentido y de lo que no lo tiene. Un cerebro así no puede nunca tener una atención desnuda y desprovista de prejui-cios, porque todo lo que este mismo transmita a la mente será distorsionado por los propios conceptos ideológicos premeditados que ya aceptó como únicos y verdaderos, sin poder ver imparcialmente el conte-nido de un hecho de la realidad. Este cerebro deberá estar permanentemente discriminando, eligiendo y juzgando por miedo a que su verdad sea destruida.

Todo cerebro ideólogizado genera en sí mismo tres cosas: complejo de inferioridad, violencia y miedo.

Complejo de inferioridad, debido que necesita de argumentos y teorías, creadas por otras personas, para poder ser alguien, con lo cual la mente se le lle-na de ideas ajenas, pero no contiene ninguna propia. Esto lo convierte inevitablemente en un ser humano de segunda mano, de segunda categoría.

Violencia, porque internamente su mente se en-cuentra en un estado permanente de agresión y re-chazo hacia todo lo que no concuerde con sus idea-les. Se incorpora en la mente el fanatismo.

Miedo, porque debe vivir permanentemente a la defensiva para poner a resguardo la doctrina, con el fin de que su verdad no sea destruida.

Un cerebro que ha adquirido una ideología, ya sea política, social, económica, filosófica o religiosa (en realidad el tipo de ideología que adquiera es intrascendente) debe saber que es el artífice principal de la crisis del mundo -guerra, derramamiento de sangre, dolor, hambre, explotación, abuso, corrup-ción- porque la crisis que afecta a la humanidad no es política, ni social, ni económica; es la crisis del miedo, que en la práctica de la vida diaria hemos transformado en una crisis de ideas, donde todas las ideologías se encuentran enfrentadas entre sí, y don-de cada una se encuentra luchando por el poder para sí misma, lo que determina que lo importante pasa a ser la idea, no el hombre.

La idea, la ideología, debe triunfar; el hombre pasa a ser nada más que un producto de mercado que tiene que ayudar a que la ideología llegue al po-der. La explicación ideológica tapa todo el sufrimien-to, los conflictos, los dramas y provoca el fracciona-miento interno del ser humano, pasando ella a ser lo importante en la vida. Lo que el hombre desea es el resultado de su manera de pensar, buscando siempre un estilo de vida fácil, cómodo, sin ninguna preocu-pación y esto lo ofrece mejor que nadie la ideología.

Toda ideología tiene como oferta para el hombre la consigna de que, si uno lo adquiere, pasa instantá-neamente a tener conciencia, a ser consciente.

Algunas ideologías ofrecen la salvación del sufri-miento después de esta vida -ideologías religiosas, fi-losóficas- y otras para esta vida, pero condicionadas a la obtención del poder primeramente -políticas, so-ciales, económicas-. Lo que ninguna ideología ha des-cubierto hasta el momento es que el sufrimiento del hombre es, antes que nada, de orden psicológico y comienza cuando el hombre ingresa en el devenir del querer llegar a ser, lo que trae como consecuencia el conflicto entre lo que somos y lo que queremos llegar a ser. Aquí comienza el fraccionamiento interno. El querer llegar a ser se inicia cuando tenemos la sen-sación de que nos falta algo para estar completamen-te satisfechos.

Somos lo que somos, pero al idealizar cómo de-beríamos o podemos llegar a ser, nos alejamos com-pletamente de la realidad, de lo que somos y trata-mos mentalmente de ordenarnos psicológicamente, buscando intelectualmente la solución para alcanzar la meta que debiéramos conseguir interiormente.

¿Puede una mente ordenarse a sí misma psicoló-gicamente? ¿Se puede conseguir intelectualmente la meta de lo que queremos llegar a ser?.

Sea lo que sea lo que el hombre haga, realice o sueñe, lo hace tratando de encontrar dos cosas: paz y felicidad, pero proyecta, arma y sueña con lo que presuntamente necesita para ser feliz, lo que acre-cienta más el conflicto y el fraccionamiento interno, puesto que ha introducido en su vida la ambición. ¿Si la mente no se puede armonizar a sí misma, lo podrá hacer a través de una ideología? La ideología, inevi-tablemente, aprisiona y encarcela la mente en una es-tructura psicológica premoldeada por sus definicio-nes inamovibles, sus argumentos y razones. ¿Es ésta una mente libre, abierta, despierta? ¿Puede una mente adormecida por una ideología ver por sí mis-ma que es la causante de la crisis del mundo?. Hasta tanto la mente no se libere de los prejuicios y conde-nas que contiene toda doctrina -puesto que todos los que no piensan como ellos no comprenden, no son conscientes, etc.- no tendrá la posibilidad de darse cuenta del embotamiento y la clase de obsesión que alimenta, traduciéndose esto en un parloteo incesante de la mente, lo que la transforma en desordenada y desarmonizada, ayudando así al desorden y la crisis del mundo.

Un cerebro que se encuentra dominado por una doctrina crea para sí mismo una adicción del estilo de la drogadicción -embotamiento, adormecimiento y estupidez- pero, en vez de ser del orden químico, es del orden psicológico.

La mente adoctrinada y estructurada necesita esquematizarse psicológicamente, haciéndose depen-diente de respuestas, discursos, teorías y argumentos preestablecidos que contengan afirmaciones y nego-ciaciones con sus justificaciones y razones que certifi-can el por qué es buena, la mejor, la única y verda-dera doctrina que salvará al mundo. No existe ni una sola doctrina que esté exenta de esto, pero el mundo, ¿podrá ser salvado por una teoría, una doctrina o una idea? ¿se puede vivir una idea? ¿son los seres humanos que están drogados psicológicamente con una doctrina, nuestros salvadores?

Un cerebro sin ningún tipo de estructura ideoló-gica -moral, social, política, filosófica, religiosa- es el único instrumento capaz de entregar y responder de una manera adecuada a la mente; por lo tanto, si el ser humano no tiene una mente libre de cualquier es-tructura carcelaria psicológica, jamás se encontrará en condiciones objetivas y racionales para ayudar realmente a la humanidad a salir de su crisis; sólo podrá hacerlo intelectualmente, pero nunca práctica-mente, por que la crisis del hombre comienza y ter-mina en su mente y deviene en crisis de la huma-nidad.

Pensar en solucionar o ayudar a la humanidad a salir de su crisis teniendo una mente adicta a alguna doctrina es como jugar solo a la ruleta rusa y ver quien pierde. Todas las personas que se drogan, ya sea psicológica -teorías o doctrinas- o químicamente, -marihuana, opio, cocaína, LSD, etc.- lo hacen para escapar de sí mismas primero y de la realidad des-pués. El miedo que les da el aceptarse a ellos y a la realidad tal cual es y no como ellos quisieran que fuera, los convierte en adictos dependientes y, para escapar de esta verdad, buscan evadirse a través del embotamiento de sus mentes -drogas o doctrinas-. El miedo -ya es sabido- es el mayor productor de violen-cia tanto en el hombre como en el mundo. ¿Es una mente adicta la que se encuentra en condiciones para ayudar a salir a la humanidad de la crisis en la que se encuentra?.

18 mar 2010

EL MEDIUM Y LA MEDIUNIDAD O EL CANALIZADOR Y LA CANALIZACIÓN

OBSERVACIÓN: LEASE COMO SINONIMO A, MEDIUM O CANALIZADOR... Y MEDIUNIDAD O CANALIZACIÓN.

¿Para que sirve la mediunidad o canalización? La mediunidad/canalización, es una herramienta para buscar el tesoro de la iluminación. O para el absoluto auto-engaño y, por lo tanto, la mejor fórmula para mentirse a sí mismo.

Los médium erran al montar con los guías un sistema de adoración en el cual transforman la mediunidad en mera herramienta dogmática que sitúa a los guías en el nivel de máximos iluminados o en su defecto en la dimensión de sabios [¿?]. De ese modo la herramienta pierde su utilidad y se convierte en la calesita donde gira el pensamiento en su intento por descubrir en el culto de la adoración el tesoro de la iluminación, o mínimamente cómo ganarse el cielo. Cuando el médium confunde a la herramienta con el tesoro no percibe que se convierte en esclavo del guía espiritual, de manera que transfiere la responsabilidad de su vida a otro a cambio de la supuesta garantía de su ingreso al cielo después de la muerte.

Es obvio que tan esplendoroso negocio encaja afinadamente con el trasfondo y la comodidad psicológica que supone el ingreso al reino de los cielos con todas nuestras miserias humanas a cuestas, sin transformar absolutamente nada de la letrina interior, de suerte que evitar el enfrentamiento con el chiquero particular y su consecuente trascendencia es el lucro psicológico que más rentabilidad puede obtener el médium de la mediunidad. Este tipo de conjetura es usar la mediunidad como herramienta para mentirse así mismo, lo cual se transmuta en la tumba de cualquier médium.

Esa creencia es la que lleva al médium a abandonar definitivamente a la mediunidad como herramienta para alcanzar la iluminación y lo estanca en la jactancia y la hueca propaganda de la caridad y la salvación por medio de ella. El slogan dogmático que asegura que fuera de la caridad no hay salvación, es la muleta psicológica perfecta que le permite dormirse en la comodidad de la salvación sin transformación interior.

El médium hace de la caridad su credo y su bandera de lucha, en donde la egolatría encuentra el insuperable escondite que posteriormente le permite a su narcisismo expresar que su vida esta dedicada a ayudar a los demás [¿?]. La supuesta ayuda de la que se jacta el médium la realiza desde y con toda su confusión, conflicto, desorden, anarquía y maraña interior, matizada con consejos altruistas de su guía espiritual, que obviamente no son sinónimos de realización interior propia. Eso no le preocupa al médium, porque su culto reza que lo sacrosanto es su guía, no él mismo.

El abandono de la mediunidad como herramienta para la transformación interior, es el precinto que le pone el médium a la herramienta de liberación, lo que termina trasformándolo en un zombi que funciona a través del animismo que le da su adoración al guía, su dogma caritativo y su credo sobre el ingreso al cielo gratuitamente, sin transformación interior… ¡Flor de negocio…! ¿Verdad?

El zombi funciona en base al animismo que maneja el sacerdote budú que posee a su espíritu. Cuando el médium abandona el conocimiento de sí mismo -que le facilita su capacidad mediúnica- y se entrega al trabajo hueco y vacío de la caridad sin conocimiento propio -haciendo de ello el eje fundamental de su camino espiritual-, queda preso, sometido y esclavizado al guía; cree que él es su tabla de salvación para después de la muerte a raíz de la ausencia de mérito propio.

Al dejar de ser él y pasar a ser un mero instrumento deformado por sus miserias humanas, el médium no permite, ni facilita ni se dedica a su propia transformación interior porque ha caído en el conformismo y en la indiferencia; vive así con la insatisfacción de no ser nunca él mismo, sea lo que sea. Si a un médium le sacan a su guía… ¿Qué queda de él? ¿En que se convierte? ¿Qué pasa a ser?

Es indiscutible que la mediunidad deja de ser un camino espiritual cuando se transforma en vehículo para transportar el adorno narcisista de la caridad con parlantes a todo volumen propagandizando el slogan: “¡yo me dedico a ayudar a los demás!” Lo que la realidad demuestra es que el médium es incapaz de ayudarse a sí mismo con la finalidad de dilucidar, penetrar, comprender y trascender su propia miseria humana, su propia letrina mental, su propia y presumida vida espiritual que depende de su guía. Ello no es camino espiritual alguno, es esclavitud, es conformismo, es comodidad psicológica, es propaganda sobre sí mismo, es publicidad sobre lo que no se es. Pero por sobre toda las cosas es indigencia e indiferencia a lo verdaderamente espiritual que es el conocerse a sí mismo tal cual uno es, sin ningún tipo de evasión, sin evadirse con la supuesta grandiosidad del guía, con la capacidad de ver el pasado y el futuro, con la especulativa seguridad de tener comprado el cielo después de la muerte o con la capacidad de escuchar y recibir mensajes, etc.

El médium que ayuda a los demás pero que es un anémico mental porque psicológicamente es mediocre y no se anima a enfrentar su vanidad, orgullo, egoísmo, temor, violencia y avaricia, sus celos, deseos, resentimientos, ilusiones y ambiciones, sus ansias de títulos y jerarquías espirituales, de fama, éxito, poder y posesión, para trascenderlos y transformarse, es un estafador de sí mismo y un farsante del misticismo, que finge seguir un camino espiritual que, en realidad, se encuentra moldeado y hecho por sus conveniencias personales, materiales, psicológicas y sentimentales. O sea, dicho camino ha sido proyectado, diseñado y fabricado por su ego, su narcisismo, lo que significa que fue engendrado por su propio pensar confuso y conflictivo. Ello no es mediunidad ni camino espiritual; es un escueto senderito comercial-psicológico a secas.

Cuando un médium posiciona a la mediunidad en ese lugar, ella pasa a ser sólo propaganda de una espiritualidad chata, infantil y vacía. El médium vacía de contenido a la mediunidad cuando se dedica a poner en práctica exclusivamente el aspecto técnico de ella: incorpora/ canaliza, hace videncias, sanaciones, recibe mensajes, desdoblamientos, etc., porque la habilidad psicológica que maneja pasa a ser el objetivo, la razón y el camino ¡de toda la espiritualidad de su vida!... [¿?], no la iluminación, la verdad, Dios.

Cuando el aspecto y la especialidad técnica son la única actividad del médium, es obvio e innegable que la mediunidad ha sido vaciada de contenido espiritual porque el contenido de todo camino espiritual debe ser trascenderse a sí mismo, la iluminación, la verdad, Dios; no la exclusiva práctica de la especialidad mediúnica, aunque se encuentre amparada por el altruista sloganayudo a los demás porque fuera de la caridad no hay salvación” [¿?].

Por más grande y altruista que sea ese slogan, pierde todo significado, importancia y trascendencia cuando es utilizado para escapar de sí mismo y evadir el tener que enfrentar las miserias humanas que carcomen nuestra alma, mente y corazón. El “ayudo a los demás” en esas circunstancias es mera satisfacción del ego y auto-bendición del narcisismo que se encuentra a sí mismo bueno, altruista, idealista y místico.

La mediunidad es algo que se puede desarrollar, ejercitar, desenvolver, cultivar, o sea, es algo técnico que permite la manifestación de ciertas condiciones y habilidades psíquicas que se encuentran en estado hermético e incognoscible para la mente conciente del ser humano, pero no se puede desenvolver, ejercitar, desarrollar y mucho menos cultivar la virtud, la verdad, la iluminación, Dios; de modo que la única alternativa que tiene el médium para hacer de la mediunidad un camino espiritual es utilizarlo como vehículo para aprender sobre sí mismo. Cuando se utiliza para el ejercicio narcisista de las habilidades psíquicas que posee el médium la mediunidad se torna irrelevante.

El médium que utiliza a la mediunidad como tabla de salvación -intentando quedar exonerado de trascender sus miserias humanas-, en su creencia de que puede ingresar mecánica y automáticamente al cielo después de su muerte -por el hecho de tener contacto y por las promesas de su guía espiritual de que así será- la utiliza como un mero negocio, una especulación comercial psicológica, una mera inversión de capital dogmático y no la transita como un camino espiritual. Así, se convierte en un mero mercachifle fundamentalista.

Cuando no se usa la mediunidad/canalización para crecer, para transformarse, para conocerse, para aprender sobre sí mismo, para buscar la iluminación, la verdad, Dios, se usa como bono de inversión comercial-espiritual [¿?] para transar el ingreso al cielo después de la muerte [¿?], lo que nos revela la ignorancia de aquel que es creyente, adorador, fanático, fundamentalista, dogmático, seguidor.

La ignorancia del seguidor se agrava porque ella es alimentada por la ignorancia del propio guía espiritual que no tiene auto-conocimiento, que no esta iluminado, de modo que es muy escasa la ayuda que puede recibir el médium para convertir la mediunidad/canalización en un real y verdadero camino espiritual y no simplemente en una mera entretención que le permite evadirse de sí mismo y mentirse con sus miserias humanas. El alimentar estas mentiras por parte de los guías se agrava porque en su mayoría lo hacen para que el médium no se les rebele e intente abandonarlo -lo que crearía un conflicto entre ellos- para lo cual el guía conciente algunas falsedades, da por sentado ciertas ficciones, apoya como si fueran virtudes determinadas acciones miserables que alimentan el miedo del médium, disfraza con consejos nobles y altruistas su ignorancia sobre el auto-conocimiento, etc. Todo esto tiene sus raíces en el dogma teológico que auto-consienten guía y médium sobre la conquista de meritos por la caridad prestada.

Ese dogma contiene la conjetura de la ascensión a algún nivel espiritual diferente en el que se encuentran el guía y el médium o la elevación a algún tipo de jerarquía espiritual superior [¿?] que obtendrán por la caridad prestada independientemente de la transformación personal y la realización espiritual que hayan conseguido en este mundo después de haber trascendido sus miserias humanas. O sea, la conquista de méritos por la caridad prestada hace intrascendente a la verdad, a la iluminación, a Dios -de acuerdo a este dogma- porque podemos conseguir todo sin la necesidad y el fatigoso trabajo de transformarnos a nosotros mismos. ¡Genial! ¿Verdad?.

Los guías espirituales -en el 99% de los casos- no son iluminados ni están cerca de serlo. El nivel de pasión del médium por lo espiritual es lo que determina la dimensión del guía que se merece y tiene. O sea, el posicionamiento del médium -con respecto a lo que quiere en la vida- determina el tipo de guía que dispondrá, lo que significa que si tocas se te abrirá; pero si lo único que deseas es escapar del sufrimiento que te producen tus trastornos psíquicos y físicos, entonces tendrás de guía a un mediocre como tú.

La mediocridad no permite el florecimiento de lo inconmensurable, de lo eterno, de la verdad, de Dios, de la iluminación; lo único que ella permite es el negocio psicológico sobre lo que auto-considera como espiritual, lo que es resumido en algún método, técnica, teoría, ejercicio o habilidad física o psicológica, dogma, ideal, doctrina, creencia o idolatría que se pone en práctica como sinónimo de dimensión espiritual [¿?].

Cuando lo falso es llevado al laboratorio de la mente para convertirlo en verdadero, lo que se da no es un proceso alquímico que logra transformar el hierro en oro, sino que lo verdadero desaparece en los laberintos del argumento, el esquema, la ideología, la doctrina, el dogma, la teoría, la creencia, y surge la ignorancia ilustrada y dorada que parece oro [¿?].

La mediunidad/canalización ejercitada como método para conquistar méritos por la caridad prestada es convertir el oro en hierro porque logra deformarla en mera propaganda, publicidad y chantaje de conciencia, no en un camino espiritual, ya que el ejercicio exclusivo de los poderes mediúnicos sin conocimiento de sí mismo, también es ejercitado por los magos negros y ellos no se encuentran preocupados por reformarse a sí mismos, ni por la verdad, ni por la iluminación. De modo que para que la mediunidad sea un camino espiritual basta con que el médium deje de negociar su miedo -que le provoca el no saber de su destino después de la muerte-, o sea, debe dejar de ser un mercachifle psicológico que intenta sacar ventajas de una mísera habilidad psíquica.

¿QUÉ BUSCA EL BUSCADOR?

Es imposible encontrar cuando lo que se busca es el resultado de aquello que florece del conocerse, comprenderse y aprender sobre sí mismo. La pasión debe estar puesta en conocernos y aprender sobre nosotros mismos, no en encontrar a la verdad, a Dios, a la iluminación, al amor, a la libertad, porque eso es el resultado, la consecuencia del habernos encontrado con nosotros mismos.

Buscamos a Dios de la misma manera que buscamos novia/o, o sea, primero bosquejamos a la persona ideal y luego salimos en su búsqueda, endosando todas las proyecciones que hemos inventado sobre una persona que simplemente nos agrada, lo que no significa que sea o se parezca a lo que nosotros diseñamos intelectualmente como el ideal de pareja. Con Dios pasa exactamente lo mismo, primero proyectamos sobre él lo que nosotros creemos o nos conviene que sea y luego salimos en su búsqueda. Obviamente jamás encontraremos a ese Dios que sólo existe en nuestra cabeza ideado, diseñado, moldeado y creado por nuestro pensamiento.

El amor, la libertad, Dios, la comprensión, la verdad, la iluminación, son la consecuencia de haberse conocido a sí mismo, de modo que el buscar lo eterno, lo inconmensurable, lo incontaminado, sin aprender primero sobre uno mismo, es una búsqueda vana, equivocada, estéril, pero todo buscador la prioriza por sobre el aprender sobre sí mismo.

Buscar la verdad como algo ajeno a uno mismo es buscar lo que no conocemos como si supiéramos de antemano que ella se encuentra fuera de nosotros y en algún lugar remotamente lejano, al cual accederemos por medio de un pensamiento mágico que surgirá milagrosamente en nuestra mente o por una fórmula esotérica que también encontraremos con el esfuerzo de no dejar de pensar y que servirá como llave milagrosa que abrirá la puerta del cuarto secreto donde se ocultan los mas grandes y sublimes misterios [¿?].

Buscar la verdad fuera de uno mismo es como desear encontrar ostras en el desierto. La búsqueda se torna infructuosa, rutinaria, cansadora, esquizofrénica, mutilante, porque se mueve en el círculo vicioso del pensar obsesivo: se intenta descubrir la palabra perdida [¿?] o la frase milagrosa [¿?]que libere a la mente de la obsesión buscadora y de la insatisfacción que trae el fracaso por no haber encontrado.

El buscador busca lo que no conoce como si lo conociera y supiera donde encontrarlo. Por eso decide emprender la aventura de la búsqueda evadiendo el aprender primero sobre sí mismo, porque cree que así ahorra camino y podrá para alcanzar la meta propuesta más rápido, considera que lo que no conoce se encuentra fuera de su mundo interior.

La invariable equivocación del buscador es que sale directamente a querer encontrar el premio que viene como consecuencia del juego del aprender sobre sí mismo. Pero para ganar el premio uno debe jugar y ganar el juego. El buscador no percibe que el juego es la búsqueda de sí mismo, que el premio es encontrarse, conocerse, aprender sobre sí, y la consecuencia es la verdad, Dios, la iluminación, etc.

Para el buscador el juego de la búsqueda es ir directamente a reclamar el premio, o sea, el encuentro con la verdad, con Dios, aunque no sepa lo que ello es. Así, cabe preguntarnos ¿cómo se encuentra lo que no se conoce ni tenemos a mano? ¿Cómo, si además no se sabe donde ir a buscarlo? Para encontrar el tesoro, sólo cuenta con la información guardada en su memoria y su especulación intelectual sobre Dios… lo cual obviamente no es Dios.

Todo lo que tiene el buscador es su propio mundo y nada más, y ese mundo interior ni siquiera lo conoce, de suerte que toda su búsqueda es azarosa: se trata de encontrar milagrosamente lo que supone fuera de sí, para obtener como resultado la paz, el amor, la verdad, la armonía, Dios, la iluminación. Como su búsqueda no se centra en su mundo interior, se entrega a todo tipo de prácticas exteriores que aparecen en su camino; esas prácticas constituyen vanas entretenciones que lo llevan a evadirse de sí mismo desperdiciando la oportunidad de encontrar lo que verdaderamente quiere, aspira y apetece fervientemente.

Pretender buscar la verdad dentro de uno como si ella fuera algo fijo, esquemático, establecido, también se convierte en una búsqueda infructuosa porque la verdad no es algo, no es una definición, una opinión, un argumento fijo, estable, estructurado o preestablecido. Simplemente debemos buscar conocer el mecanismo y el funcionamiento de nuestro pensar que hemos pergeñado para mentirnos a nosotros mismos. Las proyecciones que bosquejan la manera mas convincente para aceptar lo falso como verdadero, la mentira como verdad, y la miseria humana como virtud, son nada mas que el plagio del recto pensar, de la claridad que necesitamos para ser honestos con nosotros mismos. Al descubrir nuestras mentiras debemos abandonar el ejercicio de seguirlas practicando, y dejar de aceptar que lo falso es verdadero sólo porque hemos inventado una proyección psicológica para que nuestras mentiras nos permitan vender la imagen de lo que no somos a los demás. La práctica de ese ejercicio es equivalente a que todo siga igual, con las consecuentes quejas porque todo sigue igual a pesar del esfuerzo denodado y el exceso de voluntad que ponemos en la búsqueda.

Comprender la manera que tenemos de mentirnos a nosotros mismos, sin juzgar ni condenar dicho hábito, y luego no alimentarlo ni justificarlo sino actuar en consecuencia con lo que es verdadero siendo honestos con nosotros mismos, es el único camino espiritual que existe y trae como consecuencia el premio, o sea, Dios, la verdad, la libertad, el amor, la iluminación, la armonía o como le quieran llamar.

Cuando desechamos el hábito-costumbre que tenemos para avalar todas las miserias humanas como si fueran virtudes, surge lo verdadero y con ese mundo interior verdadero es obvio que siempre percibiremos lo que es tal como es. Nuestro problema para ver lo que es tal cual es reside en que el precio a pagar para vivir en lo verdadero es el abandono de nuestro mundo psicológico, que es narcisista, egocéntrico, temeroso, conflictivo, confuso y obsesivo, pero el único que conoce la mente. Abandonar ese infierno trae el temor paralizante de perder lo conocido, aunque sea la fuente del sufrimiento. El miedo a perder lo conocido es el freno que inmoviliza toda acción destinada a aventurarse en el mundo desconocido para la mente, o sea, el mundo del silencio, la paz, la cordura, la simpleza, la claridad, la percepción, la inteligencia, la dicha. Este es el mundo desconocido para la mente por que ella lo único que conoce es el conflicto, el narcisismo, la confusión.

Ese mundo confuso, conflictivo, narcisista, ególatra, es el que debemos conocer por que él es la fuente, la raíz, la causa, la esencia del sufrimiento y de la desdicha humana. Al conocer ese mundo infernal que arma el pensamiento, estamos en condiciones de saltar fuera de el, abandonarlo, para permitir que lo nuevo, lo eterno, florezca en nosotros. Pero mientras sigamos apegados a ese infierno conocido sólo porque nos da miedo abandonarlo, seguiremos en la rueda del eterno sufrir, que únicamente se detiene momentáneamente por matices de alegrías pasajeras.

La canción que dice que la tristeza no tiene fin, pero la alegría si, es la expresión de la más profunda y rancia ignorancia. Establecer que la tristeza no tiene fin es la sentencia y la condena eterna al sufrimiento al mejor estilo del dogmático religioso que establece lo falso como verdadero y luego lo convierte en ley del vivir. La tristeza llega a su fin cuando el hombre no teme aprender sobre sí mismo. La felicidad no tiene fin, la tristeza es algo pasajero mientras uno no se encuentra a sí mismo, pero en aquel que se realizó a sí mismo, en aquel que se encuentra satisfecho con la vida, la tristeza no existe; o sea, la tristeza es la única que tiene fin.

Lo eterno es la felicidad porque cuando ella adviene a uno jamás lo abandona. La persona narcisista, conflictuada, sólo sabe de pequeñas alegrías, a las cuales confunde con felicidad y por ello termina diciendo que esta tiene fin. La alegría tiene fin, el sufrimiento tiene fin, porque uno y otro son gatillados por motivaciones, sentimentalismos e intereses creados por el pensamiento. Mezclamos e igualamos a la alegría con la felicidad porque no conocemos la felicidad, pero esa mezcla e igualación permite que nos engañemos para concluir que ella tiene fin, de modo que la tristeza queda sellada en nuestra vida como algo inalterable; si debemos someternos y resignarnos a ella, no podremos transformar nuestro conflicto, confusión y temor, no podremos transformar nuestro sufrimiento.

El buscador busca a Dios o a la verdad con la finalidad de dejar de sufrir, o sea, no busca la verdad, la iluminación o a Dios sino que busca la fórmula que lo libere del sufrimiento, y a esa fórmula la llama Dios, verdad o iluminación. Por razones culturales, de tradición, de educación, supone que Dios o la verdad tienen la capacidad para liberar a cualquiera de cualquier cosa, entonces sale en su búsqueda con la finalidad de encontrar a quien lo libere de su sufrimiento, por ello considera que es una pérdida de tiempo buscar dentro de sí mismo; aprendió que Dios vive en los cielos, lo que supone que vive fuera de él.

Lo que el buscador ignora es que el sufrimiento que padece y del cual desea liberarse fue diseñado, establecido, y realizado por su propio pensamiento, de suerte que es la propia comprensión de su mecanismo de pensar lo que lo liberará de la desdicha que padece. O sea, que es el conocimiento de sí mismo la llave esotérica que lo liberará del circuito de desconsuelo, amargura, desolación, abatimiento, angustia e insatisfacción, y no la búsqueda de sus suposiciones sobre Dios o la verdad, porque ello es parte del juego especulativo de su propio pensar, es nada más que otro auto-gaño.

El mecanismo de pensar que uno usa para mentirse, que crea el ego y alimenta la vanidad, los celos, la ambición, el egoísmo, el resentimiento, la envidia, la avaricia, etc., no fue creado por Dios, ni por la verdad, ni por la iluminación; fue creado por nosotros mismos, de manera que somos nosotros mismos quienes lo debemos descubrir, comprender y abandonarlo para vivir en lo verdadero, lo cual da como resultado la felicidad, la verdad, la iluminación, Dios. O sea que el auto-conocimiento es la llave que abre la puerta del cuarto de los misterios, la palabra perdida, el mayor milagro, y trae como consecuencia la dicha absoluta de la iluminación por ser quien nos revela la felicidad de saber como somos, quienes somos y qué somos.

Si desea la respuesta a eso último estoy dispuesto a revelársela -aunque dudo que a su ego o a su narcisismo le guste y le agrade-, esa respuesta es…NADA.

LA LIBERTAD DE PENSAR

Existe el hombre y por ello existe la sociedad. El hombre crea, idea, configura, estructura, esquematiza, arma y hace la sociedad, de modo que lo relevante y trascendente es el hombre, no la sociedad. La sociedad es el resultado del pensamiento humano. Cuando el pensamiento pierde de vista a la sabiduría por encontrarse confundido, conflictuado y ahogado en la obsesión -provocada por la falta de respuestas finales sobre el sentido de la vida- se evade a través de la elaboración del diseño de sociedad que desearía, la cual termina siendo delineada por los intereses y temores del o de los ideólogos-creadores. Este bosquejo de sociedad es proyectado a través de la fundación de especulaciones intelectuales que terminamos conociendo como religión, política, tradición, cultura, etc., que nacen como la ramificación apremiante de la ignorancia en la búsqueda de seguridad; seguridad que se desea obtener por medio del uniformismo colectivo-generalizado del pensar.

Las doctrinas, ideales y creencias tienen por finalidad unificar el pensar del ser humano para masificarlo, lo cual permite su dominio, manejo y sometimiento. A cambio la doctrina le ofrece al hombre el saber en qué pensar, negándole -obviamente- la posibilidad de aprender a saber cómo pensar. El no saber cómo pensar posibilita esa masificación -lo que a su vez se transforma en el dominio total de la sociedad-, y la consecuente resignación y sumisión al discurso colectivo. El discurso colectivo impide el pensamiento propio, lo que abre la puerta al hipnotismo psicológico que consiste en transar nuestro pensar de acuerdo al otro, reemplazando así el pensar por uno mismo.

El pensar a través del otro es ceder el trabajo, la responsabilidad, el compromiso de pensar por nosotros mismos y hacernos cargo de nuestra vida, de nuestros propios errores. Este es el atractivo que tiene el discurso colectivo, porque no existe mayor comodidad psicológica que el otro o la sociedad se conviertan en los carneros que enviaremos al matadero si fracasamos en algo. Al depositar en el pensamiento colectivo el compromiso que deberíamos tener con nuestra vida, con nuestro pensar, hipotecamos nuestra mente y nos convertimos en ciudadanos de segunda, puesto que pasamos a pensar desde la servidumbre psicológica y ello nos hace sometidos y manejables por el poder, por el líder o por cualquiera.

El pensamiento colectivo que sustenta la tradición y la cultura no tiene creador ni responsable, de modo que cualquiera puede apelar a él con la finalidad de chantajear a la conciencia colectiva y explotar la más desdichada de las creaciones humanas: el nacionalismo. La doctrina, la creencia, el ideal, son los experimentos intelectuales que implanta la manera uniforme de pensar con la finalidad de guillotinar la libertad que necesita el pensamiento inteligente. Llamo pensamiento inteligente al pensamiento que nace de una mente sin conflictos, sin contradicciones, a aquel pensamiento que nace de la mente libre de adoctrinamiento y sistemas ideológicos.

Cuando adoctrinamos nuestro pensar lo sometemos a la incomunicación porque la mente se cierra en el patrón de pensamiento particular que adquirió y su comunicación se reduce a esa sinopsis intelectual. La comunicación de aquí en más se reduce al círculo cerrado de devotos que adhieren a esa síntesis especulativa, de suerte que la comunicación con el resto de la humanidad es nula y, en caso que la hubiera, se reduce al intento de imponer el punto de vista que se sostiene.

Es innegable que el impulso que lleva ha introducir un pensamiento colectivo en la sociedad es la ambición de manipular y extirpar el pensamiento propio, el pensamiento que desde la ausencia de ideologías, creencias o adoctrinamientos, puede comunicarse con todos y ver lo que es y cómo es; sin teñir, matizar, colorear u oscurecerlo… con el contenido de los accesorios intelectuales, los dogmas, que amaestran y aleccionan la mente.

El pensamiento colectivo se sustenta en creencias ideológicas-doctrinarias, de manera que la libertad de pensar que ofrece la sociedad es mentira porque se basa en la falsa opción de elegir entre esquemas sustentados por creencias ideológicas, o el amoldamiento a las doctrinas y sus dogmas. Obviamente que elegir entre esquemas o amoldamientos del pensar, es equivalente a elegir entre silla eléctrica, fusilamiento o inyección letal.

El tener la libertad [¿?] de amoldar, estructurar o esquematizar la mente con alguna creencia-doctrina-ideología y de cambiar ese amoldamiento por otro -a la hora que se nos ocurra- es semejante a darle a un condenado la libertad de elegir la cárcel donde desea cumplir su sentencia. De tal manera que ningún pensamiento puede ser libre cuando sólo tiene para elegir cárceles ideológicas -en donde cumple su condena la mente adoctrinada- que le impone la sociedad subyugada por el pensamiento generalizado.

El pensamiento, ¿es libre? La no participación en los monotonismos de pensar que ofrece la sociedad, es censurada y punida con la intención de crear culpa en la mente y obligarla a que participe de la hipnosis colectiva. O sea, una vez que el pensamiento estableció el resultado de su confusión e ignorancia -doctrinas, cultura, ideales, tradición, creencias, como sinónimo de inteligencia lúcida y brillante- instala en la sociedad la falsa opción de libertad de pensamiento, cuando en realidad esa opción es el ingreso a la embriaguez del hipnotismo colectivo en donde la mente puede elegir la celda psicológica-intelectual donde sellar el sometimiento al dogmatismo visado, consentido y acreditado, para no ser juzgada por la inquisición del descrédito intelectualoide.

Una vez que la mente selló su sometimiento en el dogmatismo generalizado, la mentira queda establecida como verdad y el pensamiento pasa a propagandizar la virtud de la sociedad que garantiza la libertad de pensar… [¿?]. La cárcel psicológica elegida para esclavizar a la mente en la hipnosis intelectual-psicológica es intrascendente, puesto que todas cumplen con el mismo requisito, no permitir el pensamiento propio. Se puede ser neoliberal, budista, socrático, marxista, musulmán, progresista, punk, peronista, hippie, católico, new-age, zen, protestante, radical, nacionalista, demócrata cristiano, socialdemócrata, etc., ello es intrascendente porque para ese entonces ya se dejó de pensar por uno mismo, se piensa desde el patrón de pensamiento que dicta el amoldamiento intelectual-social-psicológico escogido.

El auto-engaño del libre pensamiento se sustenta en el tiempo porque se reflexiona desde la herencia que nos dejó la propaganda realizada por nuestros antepasados y todo el discurso de la sociedad sobre el particular. Se afirma dicho slogan desde la ignorancia porque es innegable que elegir entre estructuras, esquemas y amoldamientos del pensar en lo absoluto es la libertad del pensamiento.

La sociedad divide la servidumbre del pensamiento en diferentes opciones: políticas, sociales, religiosas, filosóficas, económicas, cientificistas, culturales, psicológicas, mas todas las subdivisiones de las mismas, y a la posibilidad de elegir -dentro de esta división de servidumbre intelectual- la denomina libre pensar, lo cual es igual a elegir entre pollo macho y pollo hembra.

El libre pensamiento se encuentra presente únicamente en la mente libre de opciones, no en la mente que elige. La mente que elige lo hace desde el conflicto que genera la contradicción entre las diferentes opciones, de suerte que no es una mente en constante refutación consigo misma -con lo que tiene para elegir- la que posee la cualidad del libre pensamiento. La mente conflictuada únicamente puede elegir desde su contradicción -puesto que si no hay contradicción no hay nada que elegir- lo que significa que cualquier elección que realice será la continuidad de su conflicto. Es imposible que en esa mente exista libre pensamiento porque la fuente de donde nace el libre pensar se encuentra embrollada en sus contradicciones y únicamente en la mente silenciosa es donde existe el libre pensar.

No hay libertad en lo absoluto cuando lo único para elegir es al amo de nuestra esclavitud, de modo que el libre pensar que propagandiza la sociedad es mentira porque no existe. El pensamiento libre sólo puede existir en la mente solitaria, en la mente desierta, o sea, en aquella mente que se encuentra libre de doctrinas, creencias, ideales, argumentos, opciones, deseos, ilusiones, metas, ambiciones y auto-convencimientos, en aquella mente que esta vacía de auto-verdades y contenidos dogmáticos. Esa mente es franca, sincera, coherente, inocente, solidaria, expansiva, abierta; mientras que la mente que está en constante elección es egoísta, sectaria, obsesionada, temerosa, y es obvio que no existe pensamiento libre o libre pensar en donde hay temor.

El pensamiento condicionado que cree que es libre, es tan libre como la libertad del esclavo que tiene la opción de defecar a campo traviesa o en el inodoro del galpón. Como se dijo, es evidente que el pensamiento condicionado limita a la mente al patrón de pensamiento aceptado, y una vez que se ciñe la mente a un amo intelectual, la libertad se suscribe a un mero discurso sobre libertad, pero el discurso sobre libertad no es la libertad porque ninguna palabra es la cosa.

El pensamiento que se encuentra subordinado a un amo intelectual -creencia, doctrina, ideología, tradición, cultura- es libre para moverse dentro del campo que establece el sistema, la teoría, lo cual restringe la libertad de pensamiento porque el sistema es la saranda por la cual pasa cualquier tipo de pensamiento; dicha libertad es condicionada y limitada por la esclavitud que ejerce el amo intelectual.

La sociedad ¿nos ofrece o nos enseña a pensar libremente?

17 mar 2010

SOBRE LA VERDAD

La verdad es lo que uno es, tal como es. El que no nos agrade cómo somos también es parte de lo que somos porque ese desagrado ha sido creado por nuestro pensar y por lo tanto, hace a nuestra manera de ser, a nuestra manera de ver, a nuestra manera de sentir. Ser es la totalidad de lo que se es independientemente de lo que nos agrade o desagrade de nosotros. La totalidad de lo que uno es tal como es, esa es la verdad.

Es innegable que si la verdad no tiene relación directa con nosotros no tendría relevancia ni sentido, porque sería algo abstracto, volátil, que no se vincularía de ninguna manera con nuestra vida, de suerte que no tendría ninguna utilidad y, por lo tanto, sería estupido tratar de encontrarla. ¿Buscamos la verdad para encontrarla o buscamos la verdad para encontrarnos? ¿Buscamos la verdad por mera curiosidad o porque sospechamos que ella encierra el misterio de la vida y del vivir? ¿Buscamos la verdad para encontrar paz y felicidad o buscamos la verdad para tener un arma que sirva para ahuyentar el sufrimiento, la desdicha y la confusión que nos invade?

Consideramos que la verdad es algo ajeno a nosotros y que, por lo tanto, se debe encontrar en algún remoto lugar del universo y la existencia. Esta suposición es la que permite que no percibamos que la verdad está en nosotros y que seamos lo que seamos, esa es la verdad. Suponer que la verdad se encuentra fuera de nosotros es como suponer que nuestra existencia se encuentra fuera del universo.

Somos lo que somos -buenos o malos, correctos o incorrectos, morales o inmorales, santos o pecadores, verdaderos o falsos, justos o injustos- y eso nos revela la verdad de lo que somos, con total independencia de que nos agrade o nos desagrade. Aunque no nos agrademos a nosotros mismos, seguimos siendo lo que somos. El desagrado sobre nosotros mismos lo crea el pensamiento porque genera la comparación entre lo que somos y lo que deseamos ser. Pero el pensamiento sólo puede desear ser algo distinto a lo que somos, porque a pesar del desagrado, seguimos siendo lo que somos, de modo que el simple deseo de ser diferente es irrelevante, no nos transforma en otra cosa en lo más mínimo.

El pensamiento inventa nuestros deseos, nuestra ambición, crea el egoísmo, desarrolla la violencia, alimenta la envidia y la vanidad, para luego juzgarlas como desagradables, porque obviamente estas miserias humanas le impiden conseguir paz y felicidad. Así, el pensamiento puede crear miserias pero no puede hacernos retornar a la inocencia original ni mostrarnos nuestra verdadera naturaleza… ¡sólo porque el lo desee!

El pensamiento nos expulsa del paraíso -que es la inocencia de la niñez- para trasladarnos al infierno de la ambición, la violencia, el egoísmo y el temor. Una vez que el pensamiento diseñó cual era nuestra mejor manera de ser, se arrepiente y desea retornar al paraíso -pero con la experiencia adquirida en el vivir-. Sólo que el pensar en la simpleza no transmuta lo que somos, no cambia lo que el pensamiento hizo de nosotros, de modo que negar la bolsa de miseria humana en que nos hemos convertido no modifica lo que actualmente somos y… esa es la verdad… a pesar de que no nos guste.

El no aceptar como somos crea la contradicción del ser -lo que somos- y del no ser -lo que no somos- lo que en la práctica de la vida diaria es confusión y conflicto entre lo que somos y deseamos ser. Esta contradicción se transforma en la lucha eterna del pensamiento contra el pensamiento, en el afán de dilucidar cuál es la salida para encontrar el camino de regreso al paraíso perdido. Es obvio que ningún camino será encontrado porque el pensamiento manipulándose a sí mismo se evapora en elucubraciones, especulaciones, análisis, suposiciones, deseos, ilusiones, lo que significa desperdiciar lucidez mediante el despilfarro de teorías intelectuales sobre lo que deberíamos ser.

Lo que deberíamos ser no existe, lo que existe es lo que somos, como somos. El negar la verdad de lo que somos interiormente no nos convierte en otro ser diferente ni mejor, simplemente crea una contradicción y un conflicto imposible de resolver por el pensamiento, de modo que no nos agrada en lo que nos ha convertido el pensamiento, pero seguimos confiando al pensamiento la tarea de sacarnos del infierno al que nos ha esclavizado. ¿Cómo lo hará? ¿Tiene el pensamiento la capacidad para transformar el infierno -que él armo- en simplicidad, en paz, felicidad, armonía, lucidez, humildad, inteligencia?

Somos la inocencia de la niñez más todo aquello que armó el pensamiento y que constituye la miseria humana. La inocencia original se encuentra en el subsuelo del alma, tapada por las miserias construidas por el pensamiento en el transcurso del vivir con el afán de convertirnos en alguien. Es vana la tarea de querer retornar a la pureza original mediante una solución encontrada por el pensar porque todo lo que debemos hacer es eximir al pensamiento de la labor que le hemos encomendado inconcientemente. Encomendar al pensamiento la búsqueda de la verdad es equivalente a pedirle a un zorro que cuide el gallinero. Es sólo el silencio quien puede disipar el parloteo innecesario e incesante de la mente para que se revele nuestra Naturaleza Original.

La verdad la suponemos ajena a nuestro mundo interior porque la maraña tejida por el pensamiento -sobre lo mejor para nosotros- aparenta tener claridad, racionalidad coherencia, corrección moral, aceptación social. Tal como se puede ver en nuestro diario vivir eso no es así, pero no aceptamos que estamos equivocados sobre el punto de vista que hemos fabricado para ver el vivir y la vida, de modo que para absolver a nuestra visión equivocada, le condonamos la ignorancia, cediéndole la búsqueda de la verdad en cualquier lugar -no se sabe dónde- del espacio, del cosmos, de la existencia, pero jamás dentro de nosotros.

Creemos que la verdad está en cualquier lugar menos en nosotros. Tenemos todo tipo de creencias, pero no creemos que la verdad esté dentro nuestro y que sea lo que nosotros somos a cada instante. Jamás podremos creer en ello simplemente porque no es conveniente que la verdad sea la miseria humana que somos. Pero la verdad no tiene relación alguna con la belleza o la fealdad interior que revela lo que somos, ella tiene relación directa con lo que es y cómo es, independientemente de la valoración estética que realicemos de nosotros mismos.

La verdad no es un concepto, una sentencia, un punto de vista particular, un sistema, un método, una teoría, una instrucción, un argumento, una opinión, un dogma, un evangelio, un credo, una convicción, una filosofía, o sea, no es una concepción particular que necesite ser defendida, amparada, protegida, poseída, aprisionada en la mente conciente, en el trasfondo psicológico de la mente individual de cada uno o en la memoria colectiva. La verdad no necesita argumentos ni adeptos porque no es una ciencia que depende de la aceptación de la mayoría de la sociedad para ser admitida y revelarse como ley… tal cual es.

La verdad es vivir en estado verdadero, o sea, en la perfecta armonía entre lo que se piensa, se siente y se hace, porque obviamente ese estado de totalidad de ser tiene como consecuencia una mente lucida, inteligente, que permite abrigar una percepción sin opciones, que no tiene contradicciones ni conflictos. Sólo ese tipo de mente es la que puede captar lo que es, lo verdadero. Al ser la verdad lo que somos, para encontrarla sólo tenemos que comprender lo que somos, de manera que la verdad no consiste en ningún tipo de definición intelectual que se encuentra escondida en algún remoto rincón del universo accesible a través del pensamiento. Pero creemos que es así, y esta creencia nos lleva a situar al pensamiento en la tarea de escarbar dentro de la mente con la finalidad de que encuentre la definición que lo resuelve todo.

Convencernos que esa frase mágica, esa palabra esotérica, esa definición intelectual milagrosa, no existe, es lo mas difícil de aceptar, a pesar del esfuerzo que hemos hecho durante toda nuestra vida intentando encontrarla. Obviamente esa posibilidad jamás la tomamos en cuenta ni en nuestros sueños; continuamos dándole tiempo al pensamiento para que… algún día… [¿?]... encuentre la frase maravillosa que nos deje estupefactos y… lo resuelva todo… [¿?].

Para encontrar la verdad debemos ser transparentes, cristalinos y lo único que nos puede ayudar a ser integralmente traslucidos, es la meditación, porque la meditación es un espejo indiviso que nos muestra -tal como es, integralmente- nuestro mundo interior. La meditación es el único espejo que refleja nuestro mundo interior tal cual es y esa es la razón por la cual la meditación nos desagrada, porque ella manifiesta a la mente conciente la locura y las miserias humanas que se encuentran escondidas en nuestro trasfondo psicológico, de manera que en realidad no es la meditación la que nos desagrada, sino lo que la meditación nos muestra, nuestro mundo interior. Nos desagradamos a nosotros mismos porque nos cuesta convencernos de que seamos como la meditación nos muestra que somos. Lo que nos disgusta es ese mundo interior hipócrita, mezquino, avaro, desventurado, temeroso que tenemos y que aborrecemos ver… no la meditación.

Aborrecer la meditación es como mirarse el rostro en el espejo y culpar al espejo porque refleja nuestra fealdad física. La meditación no es culpable ni responsable de la tosca fealdad interior que abrigamos. Todo se resume a asumir lo que el espejo interior nos muestra, o sea, que somos lo que somos y la meditación no es la culpable de ello. En realidad deberíamos agradecerle a la meditación por ser la única herramienta directa que poseemos para vernos interiormente. Visión que permite trascender la miserable vida interior que tenemos, responsable de ocultarnos la luz de la verdad.

Uno debe ser luz para sí mismo, pero jamás existirá ese faro dentro nuestro mientras no conozcamos, veamos, enfrentemos, trascendamos y comprendamos ese mundo interior miserable, conflictivo y confuso que tenemos. Esa trascendencia se hace posible con la meditación… aunque no nos agrade… aunque nos disguste.

Florecer sólo es posible desde la verdad -sea lo que ella sea-, no desde el deseo que busca que seamos algo diferente a lo que somos. Cuando pretendemos ser algo distinto a lo que somos, creamos no sólo la diversidad dentro de nosotros, sino que por sobre todo la permanente contradicción entre lo que somos y lo que queremos ser. La pretensión de ser algo distinto a lo que se es, divide y crea el permanente desgajarse intentando encontrar la fórmula de iluminar en nosotros al ser íntegro que desea ser.

El tiempo que derrocha el pensamiento tratando de encontrar la frase mágica que descubra el secreto que permite no hacer nada por uno mismo, y que por prodigio divino resuelva y ahorque al ser que no nos encanta ni seduce -que somos nosotros mismo tal cual somos- es el tiempo donde inconcientemente se crea el habito-costumbre del parloteo incesante de la mente, lo que provoca obsesión sobre cualquier problema y desafío que la vida nos envía. Cuando ese hábito está formado, ya no tenemos la capacidad de percibirlo como estado anormal de la mente, porque está envuelta en el círculo vicioso e ininterrumpido de parlotear incansablemente. Este vicio de murmuración chacharera lleva a la auto-consideración de que el chismorreo inagotable es la actitud innata de la mente, de manera que -además de no permitirnos percibir su anormalidad- nos concede la inconciencia y la ceguera que no nos deja buscar una posibilidad diferente a la especulación intelectual para librarnos del sufrimiento que nos provoca.

Así, la verdad que nos revela el pensamiento -con su picoteo de mil temas inconsistentes- es lo que no sabe. Sin embargo, tras descartar novecientas noventa y nueve ideas como falsas, decide apadrinar a una que encaja en su sensación psicológica, en su excitación emocional, en sus pasiones sentimentales y en sus intereses materiales como verdadera, y a ella se aferra. El resultado de esto es la misma obsesión pero restringida a una idea central y a un entorno múltiple de conceptos, especulaciones, conocimientos, sensaciones, y la consecuente esquematización, estructuración y amoldamiento de la mente; lo cual brinda las impresiones de fortaleza psicológica y apariencia de un estado inflexible e inmutable del pensar. Esto termina derivando en sensación de seguridad, lo cual a su vez, alimenta al círculo vicioso del susurro, la murmuración y el secreteo silencioso del pensar… ¡consigo mismo!

De esta manera el pensamiento intenta armar la verdad, pero es obvio que es una tarea inútil, banal, arrogante, porque el pensamiento no tiene la cualidad de la percepción, de la intuición -herramientas imprescindibles para penetrarla, comprenderla, captarla-, mucho menos cuando se encuentra ocupado en armarla y desarrollarla a su manera y conveniencia. De modo que todo esfuerzo es vano cuando el pensamiento intenta decidir cuál es la verdad porque la función del pensamiento es meramente explicativa, descriptiva, aclaratoria, y esa es su utilidad. Cuando abandona esta función se transforma en especulación, supocisión, deseo, obsesión, análisis, teoría, pretensión, codicia, ideal, etc.

La verdad no es una opción que se encuentre disponible o a disposición de los antojos del pensar, ni es una resolución que esté sujeta a caprichos y humores, lo que significa que no es utilizable en un plebiscito de ideas donde el pensamiento puede favorecerla con su elección. De la misma manera, la verdad de lo que somos no es opcional, no depende de nuestro gusto o aversión, de nuestra simpatía o antipatía con ella, porque no es un referéndum. Lo que somos es lo que es, y lo que es, es indiscutible, y lo indiscutible es verdadero. No es opcional ni necesita de sufragio alguno para ser aprobado.

Buscar la verdad fuera de uno mismo es simplemente auto-engaño. El pensamiento busca la verdad fuera de la mente como si supiera que existe en otro lugar, en el exterior; pero si esa verdad es encontrada, es encontrada por la mente, de manera que buscar la verdad fuera de la mente o que el pensamiento la invente, es ignorancia. La existencia de la verdad fuera de uno mismo es ilusión. Fuera de uno mismo están los hechos; hechos que veremos desde el silencio interior o desde el parloteo de la mente. Desde el silencio podremos captar lo verdadero, desde el parloteo simplemente especularemos, interpretaremos, desvirtuaremos lo verdadero.

Ver lo que es como es, es la verdad; ver lo que es como lo que pienso que debería ser, es la mentira. El parloteo incesante de la mente y sus consecuentes elucubraciones, invenciones, fantasías, ilusiones, teorías, ideales, doctrinas y creencias, es el ensayo cotidiano que realiza nuestra mente con la locura. El ensayo sobre la locura es el pan de... NUESTRO DIARIO VIVIR.

¡Es verdad -porque lo vive cotidianamente- aunque a usted no le agrade!