10 mar 2009

LA ESPERANZA III

FUTURO:

Ambiciono conquistar

Deseo que se me cumpla

Pretendo mejorar

Ansío que se concrete "lo que debería ser"

Espero el eterno sueño de la utopía cumplida.

Ambiciones, deseos, pretenciones, ansias, y todo ello basado en la santísima esperanza. Eso y nada más que eso es el futuro que arma el intelecto, o sea, basura y mentira, alimentado por el miedo que nos causa el presente.

Nos apegamos a la esperanza porque por medio de ella podemos escapar de la vida desdichada y miserable que tenemos hoy. Eso, es lo que es, no es una posición pesimista de la vida. Aquí no se trata de que veamos cuál es la posición más optimista o más pesimista de la vida; sólo estoy describiendo un hecho, sólo estoy describiendo el por qué y el para qué usamos la esperanza.

Vivimos apegados a la esperanza y nos alimentamos de ella, sin darnos cuenta que esa manera de vivir es la muerte, porque la vida no es en el futuro, la vida es hoy no mañana, pero la esperanza siempre está en el futuro, en el después, en el algún día, y es evidente que la usamos y recurrimos a ella para escapar de la vida de las Cuatro C (crisis, confusión, conflicto, caos) que tenemos hoy. Sólo pensamos y depositamos nuestra vida en la esperanza cuando estamos sufriendo, frustrados, derrotados, amargados, desahuciados, abandonados, cuando somos desdichados por alguna circunstancia de la vida, cuando estamos en crisis. Observen que nadie de nosotros piensa en el futuro ni espera nada cuando es feliz, cuando está satisfecho con la vida. Para ese ser sólo existe el presente, para ese ser que está feliz no existe ningún tipo de tiempo psicológico, pasado o futuro.

Decimos que deseamos un futuro mejor para nuestros hijos, ese es nuestro argumento, argumento de lo más infantil y arrogante que se nos pueda ocurrir para no ver nuestro miedo, porque para situarnos en tal posición es evidente que somos total y absolutamente inconscientes, porque ello significa que somos dueños de la vida, nuestra y de nuestros hijos, puesto que podemos decidir quién se muere primero, cuando en realidad nadie es dueño de un segundo de su vida, pero nosotros hemos decidido que moriremos primero que nuestros hijos, pero la verdad es que de ello nada sabemos y nada podemos saber. El argumento de preocupación por nuestros hijos nos permite escondernos detrás de él para no tener que enfrentar la miseria humana que somos por dentro, para no tener que ver nuestra ambición desmedida, que es nuestra y no de nuestros hijos, pero ellos nos sirven como excusa para refugiarnos en su futuro y de esa manera lavar nuestra conciencia ambiciosa, avarienta y egoísta, que tenemos.

Hoy somos ambiciosos, mañana no seremos virtuosos si esa ambición no la encaramos hoy tal cual ella es, pero si tengo argumentos que me justifican el por qué soy así hoy (el futuro de nuestros hijos) ello inevitablemente tiene que introducir la esperanza en mi vida, porque supone que mañana podré ser mejor por medio de un milagro, sin tener que enfrentar mi avaricia y mi ambición hoy mismo. Esto significa que como realidad, no como utopía, sólo existe el hoy, sea de la manera que sea, dichoso, desgraciado o feliz, y es solamente este presente el que puedo vivir con seguridad, el mañana no sé si lo viviré con o sin mis hijos, por lo tanto, tengo que ser conciente que la vida está en este presente, el cual es vano que intente eludir por medio de la esperanza que me promete que mañana seré mejor, porque de esta manera no viviré el hoy, el presente, y tampoco podré vivir ese mañana que no he construído hoy, lo que significa que estoy muerto, por eso la esperanza es la muerte.

Vivimos sobre la base de la esperanza desde que nacemos hasta que morimos, porque nuestra vida es conflicto, confusión y desdicha desde el hospital de maternidad hasta el cementerio, o sea, desde el principio al fin, y la esperanza nos permite escapar de esa realidad, en vez de enfrentarla para resolverla, pero para ello necesitamos desechar la milagrosa esperanza de nuestras vidas para poder aceptar el reto de nuestra realidad interior y trascender nuestras miserias. El hecho de quedar presos en la esperanza nos permite ver lo falso como verdadero y ello se resume en el slogan -que veremos sus implicancias más adelante- que reza así: sin esperanzas no se puede vivir.

La razón por la cual la política y la economía nos seducen tanto es simplemente por la milagrosa esperanza, y es esta misma razón por la cual los neo-liberales y los progresistas se turnan en el poder, porque ellos nos prometen la solución para mañana, para después, dentro de veinte años, y eso nos da satisfacción, tranquilidad. La religión nos promete la felicidad para después de la muerte y en ello depositamos nuestra fe y esperanza, porque ésta es otra manera que tenemos de escapar del presente.

La esperanza consiste únicamente en esperar.

Lo único que hemos experimentado con esta forma y manera de resolver la vida es la desilusión, la frustración, la desdicha, y el resultado de todo ello ha sido nuestra propia derrota, destrucción, y finalmente nuestro descarte.

Todo lo que sabemos es lo que suponemos del futuro y de la inútil esperanza, que cuando se despedaza nos obliga a trasladarnos hacia el pasado para continuar y seguir escapando del presente, lo cual nos somete a resucitar respuestas muertas que surgen de una memoria y de una mente sostenida por su propia desilusión y desdicha, que buscan desesperadamente la rehabilitación en la milagrosa esperanza.

Este enjambre de ilusiones -nunca jamás- nos permite, ni nos permitirá ver que, lo realmente trascendente e importante es el descubrir cómo vivir, cómo estar libres, cómo liberarnos de la desgracia, miserias y desdichas del presente, porque es totalmente estúpido e infantil el imaginarme cómo seré feliz mañana, ya que ello sólo fomenta mis miserias y mi vida superflua y desdichada. Si no descubro las causas, los mecanismos de la mente que me imposibilitan saber cómo vivir hoy, cómo librarme de la confusión, desdicha y el conflicto, que en definitiva son los que me obligan a refugiarme en la esperanza, simplemente lo que estoy haciendo es alimentar mis vicios privados -vanidad, orgullo, ambición, egoísmo, avaricia, celos, odios, rencores, violencia, etc- lo cual significa que para mí, la virtud es algo que puede ser aplazado para mañana, para el futuro. Cuando pasamos a creer que alimentando nuestros vicios privados lograremos de igual manera salir del atolladero, de la miseria -que es nuestra vida hoy- lo que realmente estamos haciendo es creer en la estupidez de pensar que la virtud, el amor, la verdad, la dicha y la felicidad, son para mañana. El ser seres humanos normales y naturales, no es algo que debamos dejar para mañana porque nuestra desdicha y crisis no se puede resolver mañana, sólo se puede enfrentar y resolver hoy por medio de la comprensión, y la comprensión es simplemente ver nuestra realidad, es ver lo que somos hoy, no lo que seremos mañana, y es solamente este ver el que puede resolver nuestras miserias actuales y presentes, no así la esperanza.

La esperanza, como la ideología, nos posibilita y nos permite escaparnos y evadirnos de la realidad, del hoy, de lo que somos, y de lo que pasa, porque las usamos para escondernos detrás de ellas con el argumento que es muy egoísta preocuparse por uno, lo que significa que utilizo este argumento y me ocupo de los demás con el propósito de no tener que enfrentarme a mí mismo, lo cual es, usar a los demás para esconder mis miserias internas que no me animo a enfrentar, o sea, todo lo que hago por los demás, realmente es utilizarlos, porque ello me permite escapar de lo que realmente soy, porque ello me permite seguir siendo igual. Lo único que podemos dar y compartir con los demás es lo que llevamos dentro; ésta es la razón por la cual nos agrada tanto la esperanza y la ideología... podemos por medio de ellas disimular y esconder todas nuestras miserias y todos nuestros vicios privados; ¡disfrazándonos de idealistas, altruístas o filántropos! Pero en verdad -nos disfracemos de lo que nos disfracemos- seguimos siendo lo que somos y eso es lo único que podemos darle a los demás.

La esperanza sirve únicamente para escapar y evadir la realidad del hoy, y esa realidad y ese hoy es duro y cruel, pero la milagrosa esperanza no nos deja liberarnos, y gracias a ella seguimos esclavos y presos del sufrimiento y de la confusión, y en ello se encuentra anclada nuestra desdicha. La desdicha de nuestra vida se perpetúa porque la esperanza jamás nos dejará enfrentar el presente, jamás nos permitirá que veamos la realidad, jamás nos permitirá que veamos de frente lo que somos, y ello nos agrada porque nos permite no tener que ver todo lo que nos desagrada de nosotros mismos.

La confusión y la insatisfacción con la vida que llevamos dentro de nosotros, no se puede resolver mediante la esperanza del mañana, solamente se puede resolver enfrentando lo que soy hoy, no por medio de lo que quiero ser mañana; eso es evasión, escape, deshonestidad, para lo cual, nada mejor o superior que la vieja ansiedad llamada esperanza. La confusión, insatisfacción y desdicha, la podemos acabar instantáneamente si no nos refugiamos en la esperanza del futuro o en el cadáver del pasado, porque la libertad no es mi sospecha de que mañana acontecerá, ello es sólo sueño e ilusión. La libertad es ahora, y esa libertad significa ver por uno mismo, la mentira y la falsedad de la esperanza como tabla salvadora en el futuro. Ver la ignorancia que alimenta la esperanza ahora, es ser libre ahora, no esperar para ello el tener todo claro mañana, en el futuro, para que se ordene nuestra vida, porque eso jamás acontecerá y ello es ignorancia.

La esperanza surge en nosotros cuando la vida nos derrota e ingresamos en crisis, por lo tanto, la esperanza es quien nos ilusiona con la supuesta posibilidad que existe de escapar de esa crisis, lo cual es total y absolutamente imposible, pero utilizamos esta supuesta posibilidad, en el esfuerzo que constantemente estamos haciendo, para convertir lo falso en verdadero, lo que es otra ilusión más, porque ello -mejor que nadie- nos permite eludir la realidad del hoy. Ver lo verdadero en lo verdadero y lo falso en lo falso, ésa es la realidad del hoy, y la debemos ver como es, no como quisiéramos que fuera. Creemos que la libertad, la virtud, vendrán mañanas de la mano de la esperanza, como producto del milagro que produce ¿siempre? la esperanza [...] Esperamos que un milagro nos esclarezca nuestra vida, y la fe que depositamos en ese milagro la denominamos esperanza.

Solamente las crisis detienen abruptamente todos los sueños, las ilusiones, las utopías y las consecuentes esperanzas, en las cuales están sustentadas todas las ficciones de la mente que imposibilitan que se manifieste la verdadera realidad del presente, o sea, lo que somos.

Con el fin de seguir escapando de nuestro presente inventamos mentiras absolutas y eternas como aquella que reza que sin esperanzas no se puede vivir. Usamos esta mentira como una verdad revelada, sin examinarla por nosotros mismos y ver cuán real es en nuestro vivir y la validez que cualquier supuesta verdad debe tener en la práctica de la vida diaria. Aceptamos esto porque la mente permanentemente está buscando satisfacción, consuelo y seguridad. Si esa seguridad, consuelo y satisfacción, nos lo da una mentira, entonces la adoptamos como una verdad absoluta e irrevocable que jamás cuestionamos porque ello significa destruír nuestro esquema, estructura y amoldamiento intelectual- psicológico que sostiene de alguna manera nuestro desorden mental.

Vivir con esperanza es morirse lentamente esperando, lo cual crea en nuestra mente toda clase de respuestas muertas y verdades mentirosas, o sea, el hábito de tratar de convertir lo falso en verdadero, tales como la mentira que dice que sin esperanzas no se puede vivir.

El vivir sin esperanza significa vivir el presente de momento a momento y ello es sabiduría porque es el descubrimiento y la comprensión de la realidad. La realidad, el presente, lo que somos, es la verdad, no así la creación del futuro que creamos mediante el escape llamado esperanza. Vivir el hoy, la realidad, es la felicidad, vivir el mañana, es la muerte que produce el cadáver llamado esperanza.

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