13 may 2009

ENSAYO SOBRE LA LOCURA

ENSAYO SOBRE LA LOCURA

 

        La causa de la dicha o desdicha humana es la mente. La desnudez psicológica para  ver la realidad tal cual es, determina la claridad del pensar o la ilusión especulativa del mismo. Realidad con especulación: confusión y conflicto en el pensar, realidad desnuda: claridad en el pensar. Los hechos y las cosas son lo que son, no se puede revertir ese hecho, pero el intelecto lo intenta y con ello introduce la confusión y el conflicto en la mente y por lo tanto, en nuestro vivir.

        El tratar de interpretar los hechos y las cosas es el esfuerzo intelectual que realiza el pensamiento para acomodar sus intereses materiales, sentimentales o psicológicos a la vida, con la finalidad de que los mismos encajen perfectamente con el vivir; así espera evitar la contradicción entre lo que se piensa, se hace y se dice. Como eso no sucede surgen... la confusión y el conflicto. Esa acción -interpretar intelectualmente los hechos y las cosas- es un ejercicio mecánico y automático que realiza el pensamiento porque fue amoldado por el método educativo, los hábitos psicológicos de la tradición y la intelectualidad en que se basa la cultura de la sociedad.

        El intelecto convierte los hechos en ideas, de modo que el pensar queda sujeto a la interpretación que se hizo del hecho, no al hecho en sí. Ese hecho desnudo, tal cual es, quedo teñido por la visión intelectual, lo que significa que la mente ya no tiene claridad en el pensar. Este proceso de alejamiento -entre el hecho y la idea sobre el hecho que produce el intelecto- es lo que se transforma en ideología, doctrina, creencia, teoría, suposición, argumento y opinión, que al ser confrontado con las diversas interpretaciones que cada ser humano o sector de la sociedad realiza y tiene, termina por crear el conflicto, el enfrentamiento, la confusión, la guerra.

        El conflicto y la confusión interna se hacen difíciles de percibir por la cualidad que tiene el intelecto para armar argumentos que le den la razón y refuercen así la certeza que necesita para tener seguridad en la interpretación de todo hecho, lo que a su vez le permite el consecuente accionar sin culpa. El pensamiento interpreta; la interpretación intelectual se transforma en análisis; este análisis es posteriormente convertido en teoría, y esta pasa a ser el punto de vista con el cual miramos el mundo, el vivir y la vida.

        El análisis se caracteriza por ser la intromisión del pensamiento desarrollando intelectualmente un hecho. El análisis interpreta el hecho, de manera que cuando se analiza, la mente se envuelve en un ejercicio especulativo del cual se le hace imposible despegarse, lo que termina por ausentar definitivamente al hecho. Esta idea, en la cual el pensamiento transformo al hecho, pasa a tener un valor psicológico al cual se le atribuye connotaciones sentimentales, materiales, emocionales y de una supuesta erudición.

        Cuando la interpretación se convierte en un valor psicológico, el temor se establece en la mente cómo forma de pensar, lo cual crea inconscientemente un patrón de pensamiento que responde por sí solo a los desafíos del vivir. Eso es lo que conocemos como ego.

        El temor se establece en forma de punto de vista, que tiene la misión de protegernos ante todo argumento que amenace la estabilidad mental, o sea, ante todo argumento que no este de acuerdo con nuestra particular visión del mundo, de la vida, del vivir. Esto hace que toda interpretación se vea motivada por el temor para continuar como permanente ejercicio de la mente en el afán de encontrar seguridad psicológica. Así el temor es el incentivo del proceso analítico y el análisis el alimento del temor: el miedo y la interpretación se retroalimentan.

        Sin análisis, sin interpretación, o sea, sin comparación no existe el temor, puesto que el miedo existe en relación con algo. El miedo se presenta luego de una asociación de ideas que se contradicen con lo que nos conviene. Me conviene vivir, no me conviene morir; esa asociación de ideas es la que crea, en este  caso, el miedo a la muerte. El miedo surge luego de una comparación entre lo que nos conviene y lo que no nos conviene; sin esta comparación previa no existe el miedo.

        Las creencias, doctrinas, ideologías, son la interpretación intelectual de la realidad, o sea, de los hechos del vivir; al ser convertidas mediante el análisis en la teoría de lo posible, ofrecen la suficiente esperanza y consuelo como para sentirnos seguros, además de ofrecernos gratuitamente  una razón para vivir y por la cual vivir, lo que nos da  mayor sensación de seguridad. La creencia, la doctrina, brinda mejor que nadie esa sensación que aleja el temor de nuestra conciencia ordinaria, ese es el mayor atractivo que tiene la adopción de cualquier ideología, puesto que las mismas alejan a la mente de lo que es, entreteniéndolas en el inigualable  debería ser y en la insuperable ideación de lo mejor.

        Al ser la doctrina, la creencia, la ideología, la ideación del intelecto sobre lo mejor, es innegable que implanta en la mente de quien la adopta la seguridad de estar en lo correcto, siendo esta misma seguridad de lo correcto quien termina por separar y dividir a los seres humanos que no comparten esa visión, ya que los otros han adoptado su propio punto de vista, que -por supuesto- es el único verdaderamente correcto... y así ad eternum.

        La teoría, la creencia, la doctrina, le dan un tipo particular de amoldamiento intelectual al individuo, pues le unifican la mente en un punto de vista fijo, inamovible, esquemático. Pero eso no logra solucionarle al individuo sus problemas reales: los dilemas de su mundo psicológico egocéntrico, codicioso, temeroso y violento, o sea, el miedo y todas las miserias humanas persisten, lo que demuestra que la doctrina no tiene la capacidad de trascenderlas por sí misma. La doctrina, la ideología, la creencia, unifica el pensar individual y de un grupo de personas, pero esa misma unificación de pensamiento crea la confusión, el conflicto y la separación con aquellos que se encuentran unificados en un tipo de pensar diferente. Vivimos en un mundo ideado por el pensamiento, el cual ha logrado suplantar los hechos de la realidad por la ideación de la misma, lo que concluye con la discusión sobre las ideas que se tiene sobre los hechos y no sobre los hechos mismos. De modo que no usamos la mente para avocarnos a resolver problemas reales, tanto individuales como colectivos, sino que simplemente discutimos las interpretaciones intelectuales que tratan sobre los hechos, y es sobre ellas que enfocamos nuestra atención. Tomemos por ejemplo el problema del hambre: enfocamos toda nuestra visión en quien posee la mejor ideación para resolverlo. Obviamente el hecho no se resuelve sino que además se agrava, mientras nosotros estamos entretenidos discutiendo sobre cual es la interpretación intelectual que más nos parece, puede estar en condiciones de resolverlo.

        El punto de vista fijo que nos ofrece la doctrina, lo terminamos canjeando por una mente obsecuente que se encasilla en la visión particularmente irreflexiva que nace de los principios que contiene la creencia ideológica. Todo principio es dogmático por ser estático, fijo, inamovible, y ello lleva a la mente a convertirse en obsecuente y toda mente obsecuente obviamente que es irreflexiva. El punto de vista fijo establece definitivamente la ausencia de libertad en el pensar, puesto que dicha libertad es reemplazada por el patrón de pensamiento que hemos aceptado como la ideación de lo correcto. Dicha ideación no solo nos priva de la libertad del pensar sino que además nos quita la visión holística del mundo por encontrarse direccionada hacia una visión parcial del vivir, ya sea política, religiosa, económica, social, filosófica, científica, esotérica, personal, mística, etc, etc.

        El pensamiento al darle a la mente un punto de vista, le obsequia con ello la muleta psicológica correspondiente en la cual puede apoyarse, además de darle una estructura con matriz que la configura en una peculiar horma intelectual. Así diseña la forma, el molde, el prototipo del pensar, lo que implica un pensamiento unidireccional y el encarcelamiento, la esclavitud de la mente. De este modo es inevitable la ausencia de libertad, porque el punto de vista obedece a un patrón de pensamiento particular que limita la mente a su visión dogmática, sectaria, o sea, la limita de la visión holística. Es innegable que este tipo de mente es la que gobierna y lidera al mundo por medio de los representantes de las mentes sometidas a un patrón de pensamiento particular: sacerdotes, políticos, sindicalistas, maestros, gurúes, empresarios, periodistas, intelectuales, psicólogos, cientificos.

La desdicha humana, por tanto, se encuentra anclada en su causa: la mente.

        En los últimos dos siglos hemos realizado el mayor de los esfuerzos posibles, a través de la publicidad y la propaganda, tratando de convencer definitivamente a la humanidad que su desdicha radica en la política -disciplina que fue inventada por la mente humana- o en la economía -que también inventó la mente- o que se explica por el tipo de cultura -cualquiera de ellas fue ideada y moldeada por la mente- o por su tradición filosófica o religiosa -todas inventadas por el pensamiento-. Lo que identificamos exteriormente como responsable es creado por la confusión interna del pensar, de modo que hemos logrado distraer la visión de cada uno de los seres humanos hacia los puntos externos creados por el pensar sin percibir que el problema en sí mismo es el pensar cuando decide transformar los hechos en ideas.

        Hemos decidido buscar el tipo ideal de sociedad [¿?] con la finalidad de encontrar solución a nuestros diversos y múltiples problemas lo cual nos ha permitido librarnos de toda la responsabilidad que tiene nuestro pensar -confuso y conflictivo consigo mismo- quien a creado la sociedad que tenemos -confusa, conflictiva y violenta-. Distraemos  la visión de nuestro mundo interno a cambio de buscar en lo abstracto -la sociedad- al responsable de nuestra desdicha. Cuando culpamos a la sociedad por como son las cosas, nos referimos a ella en forma de símbolo, de icono, de anagrama, de arquetipo, lo cual obviamente es una postura maquiavélica, ya que pensamos que es capaz de producir por sí misma y de la nada, todo tipo de males, lo que termina por sugerir que la sociedad no somos nosotros mismos, sino algo absolutamente ajeno a nosotros, algo a lo cual no pertenecemos.

        Al convertir a la sociedad en la culpable de los males que nos aquejan, logramos endosar a los demás la ausencia de claridad en nuestro propio pensar -ya que la sociedad siempre son los demás- de suerte que ello nos libera como miembros de esa sociedad -merecedora de nuestra condena- de la responsabilidad que nos cabe al colaborar con nuestro pensar confuso y conflictivo a la desdicha general en que vivimos.

        Como la sociedad para nosotros siempre son los demás, los otros, automáticamente la convertimos en algo abstracto, subjetivo, efímero, volátil, lo que nos permite participar de la misma como victimas, nunca como cómplices del victimario, como parte responsable de lo que sucede en la misma. De este modo podemos juzgarla, cuestionarla, con la consecuente comodidad que permite el ser ajenos a las causas que crearon y que alimentan la actual desdicha humana. Al no vernos como parte del mundo, de la sociedad, se nos hace imposible percibir que nuestro propio mundo confuso y conflictivo es el grano de arena que aportamos para la división, el conflicto, la confusión y la violencia en el mundo.

        El intelecto analiza, deduce, resume y concluye. Cuando la interpretación realizada es propagandizada por muchos intelectuales y gente con poder de opinión, inevitablemente dicha interpretación termina por influenciar al resto de la sociedad -la cual da por sentado que dicha especulación es verdad- terminando por aceptarla sin cuestionamiento alguno. La mayor interpretación intelectual que goza del beneficio de la certeza, es aquella que establece como causa de la desdicha humana a lo económico, a lo político y a lo social. Partiendo de esta premisa el ser humano se encolumna unánimemente detrás de la determinación compulsiva que diagnostica como causa del drama humano  aquello que ha sido creado e ideado por el pensamiento lo que le permite establecer como solución que las transformaciones deben realizarse en el ámbito de lo externo al ser humano y no en nosotros mismos; de modo que debemos cambiar la política, la economía, o sea, a la sociedad, no transformarnos a nosotros mismos.

        La ausencia de claridad en el pensar analiza la realidad y procura identificar lo que considera es la causa que crea los variados y numerosos problemas que ahogan psicológica y socialmente a la humanidad. Pero cuando esa causa es realmente el efecto, el propio pensar no encuentra la solución requerida para dichos problemas, de modo que termina usando el intelecto para que continua y reiterativamente vaya creando reformas a las reformas anteriormente propuestas como solución, lo cual es el circulo vicioso de la reforma reformando a la reforma que se convertirá en el siguiente problema a reformar. Es obvio que al ver al efecto como la causa, el pensar no tiene otra opción que no sea realizar la misma operación intelectual de crear parches psicológicos que tranquilicen y aquieten la impaciencia humana, tanto en lo social como en lo individual.

        Los parches psicológicos más famosos que ha creado el pensamiento son el sistema económico, social, religioso, filosófico y político de la particular sociedad donde vivimos, los cuales pueden ser juzgados como buenos o malos de acuerdo al punto de vista que tengamos para mirar el mundo. Pero a pesar de nuestro juicio de valor sobre los mismos es innegable que todo ello ha sido creado, desarrollado, planificado, analizado, interpretado e ideado por el pensamiento, de modo que el resultado y las consecuencias de dicha ideación son el efecto externo de la aplicación del pensamiento confuso, conflictivo y con ausencia de claridad que tenemos. O sea, el esquema y la estructura social que experimentamos, la ideología económica y política que padecemos, y la concepción filosófica y religiosa que nos somete psicológicamente, es nada más que la aplicación en la práctica, de las variadas ideaciones desarrolladas por el pensamiento.

        Las consecuencias lamentables de dichas ideaciones se encuentran a la vista a pesar del supuesto desarrollo y civilización que tiene la especie humana. Dicho desarrollo solo se ha dado en el aspecto tecnológico, no así en el aspecto psicológico que ve con total indiferencia las epidemias, el hambre, la guerra, la miseria, las desigualdades sociales, la violencia. Esta indiferencia se encuentra demostrada en nuestra ausencia de determinación para acabar con este ensayo de Apocalipsis que nos acosa día a día. Hemos desarrollado un mecanismo de pensar mecánico y automático, el cual solo nos permite el juzgar las aplicaciones del pensamiento como buenas o malas, además de llevarnos a considerar la necesidad de tener una posición de estar a favor o en contra de ello. Pero ese mismo hábito-costumbre psicológico es el que nos obnubila para poder discernir sobre la causa que produce todas estas consecuencias lamentables, de manera que terminamos aceptando cualquier  reforma como solución, con la finalidad de salvarnos de la presión del momento, creyendo que esa modificación esta atacando a la causa.

        Cuando establecemos como causa algo que no lo es, se estructura y esquematiza en la mente una realidad deformada por verla desde el velo que es el efecto pero que la observamos con la sensación... de realidad real; de modo que ello inevitablemente se transforma en el muro psicológico que no nos permite ver la real realidad tal cual es.

        Sí el pensamiento acepta la conclusión de un análisis intelectual de la realidad que deduce la supuesta causa de los problemas del vivir, es obvio que la propia mente se priva de la posibilidad de ver como problema lo que ella misma crea; de este modo se transforma en inaccesible la posibilidad de ver que las interpretaciones o análisis intelectuales, transformados por el pensamiento en teorías, creencia, ideologías, filosofías o doctrinas, o sea, en la ideación de lo mejor, son realmente el problema que mantiene viva la crisis humana, tanto individual como global.

        La construcción de una doctrina, teoría, creencia, ideología, se realiza con la finalidad de demostrar que la tesis planteada es la verdadera, lo que significa que todas las demás son falsas. Como termómetro de veracidad se utiliza la cantidad de aceptación que tiene dicha especulación mental en la sociedad. Es obvio que los seres humanos que ya han adoptado una especulación intelectual diferente, se atrincheraran en sus trasfondos psicológicos con la finalidad de resguardar la creencia doctrinaria que han aceptado como verdad, lo que significa el preámbulo de la separación y división ideológica con el consecuente conflicto y confusión entre seres humanos, de suerte que es imposible que aquello que idealizamos como lo mejor, no sea la madre que da a luz -tarde o temprano- el asesinato masivo, la guerra. La ideación de lo mejor es el argumento en sí mismo que facilita la defensa y el consecuente ataque, puesto que se da por sentado que dicho resguardo esta más que justificado.

        La supervivencia de la ideología -que el pensamiento a trasmutado también en choque de tradición, cultura, creencia y civilización- amplió el espectro del enfrentamiento y la división entre seres humanos. A su vez, esto creo también el argumento que justifica el invento de la nueva e imprescindible defensa de todo el contenido psicológico que puede ser destruido “por los infames” [¿?]. La supervivencia de la idea ha logrado ampliar “la cordura dogmática” que sostiene a los esquemas y estructuras de la mente que nos permiten argumentar y supuestamente demostrar la necesidad del asesinato en masa como defensa para la supervivencia de los valores que sostienen a la ideología en su renovada especulación, definida por la actual configuración intelectual cómo choque de civilizaciones. La cordura dogmática evidentemente no puede ser destruida porque ello significaría la desorientación absoluta de la mente, además de la perdida de la sensación de seguridad que otorga el ser esclavo de un esquema psicológico-intelectual es decir de cualquier tipo de creencia doctrinaria. Así se facilita el argumento para el continuo conflicto, división, lucha y enfrentamiento.

        Los conceptos, principios y argumentos que brindan las creencias políticas, sociales, religiosas o económicas, dan a la mente la sensación de seguridad por la rigurosidad dogmática de sus aseveraciones y la ampliación del espectro especulativo que ofrecen para contrarrestar a los diferentes enemigos intelectuales que pueden persuadir a la mente de algo diferente a lo que se cree -lo que significaría crisis mental al quedar vacío el trasfondo psicológico- por eso dicha sensación de seguridad muta en confianza hacia el ideal doctrinario, lo que da nacimiento al fanatismo. Cuando la creencia ideológica es totalmente aceptada por el receptor, se convierte en el trasfondo psicológico, que es el esquema, la estructura, el molde de la mente, siendo esta figura, amoldada, esquemática y estructurada, lo que trasmite en definitiva la sensación de seguridad psicológica, intelectual.

       La obligación que se imponen así mismas las teorías, ideologías, creencias, doctrinas, de asegurar verdades [¿?] no les permite librase de su dogmatismo, pero es obvio que para los creadores de las mismas eso es intrascendente puesto que su objetivo es por la conquista de los espacios de poder, no por la conquista de la verdad. La creación o renovación de doctrinas, creencias, ideologías, teorías, se realiza con la finalidad de ofrecer algo nuevo con lo que el consumidor intelectual se pueda sentir renovado; todos conocemos la impronta psicológica que trae aparejado el pertenecer a algo, más si ello es distinto, y se ofrece como alternativa de verdad frente a las arcaicas especulaciones anteriores. Quien adopta una doctrina tiene la convicción de haberse incorporado al mundo del altruismo, lo que significa el pertenecer a algo con categoría de grandioso.

       Vemos como necesidad el pertenecer a algo, lo cual es exigido de manera inconsciente por el temor a la soledad, temor que moviliza la demanda de pertenencia en búsqueda de seguridad. El intento de escapar de la soledad se transforma en inevitable porque ella nos obliga al recuerdo permanente de nosotros mismos y al consecuente enfrentamiento con nuestras miserias interiores, lo que actualiza en nuestra conciencia ordinaria la vida desdichada y temerosa que tenemos. Es innegable que el mejor escape del obsesivo recuerdo de nosotros mismos, es la adopción de una doctrina, creencia, ideología, teoría, puesto que ello facilita la entretención psicológica que captura intelectualmente la mente permitiéndole olvidarse de la despreciable realidad de lo que somos. Nos agradan todo tipo de entretenciones -intelectuales o superfluas- porque ello distancia a la mente de todo el contenido del mundo interior que poseemos y que verdaderamente no nos agrada, de modo que toda y cualquier entretención se usa como evasión inconsciente de aquello que tememos y despreciamos recordar... nosotros mismos.

        Cuando el ser humano encuentra el encuadre mental, o sea, la entretención que encaja perfectamente con sus intereses psicológicos, se asocia a un bando particular, lo identifica como su lugar de pertenencia y eso lo separa momentáneamente de la obsesión que produce la soledad y el consecuente temor que trae aparejada.

        Cuando el ser humano se identifica con un bando particular automáticamente pone su grano de arena en el conflicto, división, separación, enfrentamiento que existe en el mundo, lo que significa colaborar con el mantenimiento de la crisis que nos asota como sociedad. La crisis que padecemos desde hace algunos siglos es antes que nada una crisis de ideas. Por un lado esta la incitación a tomar partido por alguna de ellas sin comprensión del vivir, y por el otro, su utilización para acabar con quien sustenta un pensar diferente, lo que nos a llevado a mantener el conflicto en estado latente. La utilización de la creencia ideológica como arma intelectual -que declarar la guerra en función de defender sus postulados a cualquier costo- nos ha revelado la incomprensión de la vida que ostentan los lideres del mundo además de demostrar que ello es lo que ha mantenido viva y actualizada a la historia. Esto demuestra que la crisis del mundo es enfrentamiento de ideas, de doctrinas, de creencias, que al sentirse dueñas de la verdad y auto-considerarse como vanguardias que tienen la misión de señalar al resto de los humanos -que no participan de sus dogmas- en que deben creer, sentir y como actuar, se permiten la auto calificación de oráculo divino para autorizarse así mismos la representación de Dios en la tierra. De este modo se permiten todo tipo de masacre, derramamiento de sangre y guerra, en nombre de su misión divina [¿?].

        Las ideas transformadas en doctrinas ideológicas son conflictivas en sí mismas, puesto que son delineadas con la finalidad de contradecir a las ya existentes, de modo que aparecen en el campo de batalla ideológico con el expreso fin de adueñarse de un espacio de poder que las demás desean -evidentemente- conservar, por lo que surge un automático y mecánico enfrentamiento, con la consecuente antipatía, división, confusión y conflicto que conlleva. De suerte que aquí se nos plantea una interrogante: ¿Cuál es nuestro posible aporte a la solución de los diversos y múltiples problemas que tiene nuestro mundo? ¿La afiliación a una creencia doctrinaria, a una ideología particular o el intentar resolver nuestras confusiones y conflictos internos?

        Es evidente que no existe ni una receta ni una formula masiva para la felicidad, mucho menos si viene envasada en una especulación del pensamiento como lo es la CID (creencia-ideológica-doctrinaria) que carecer de la principal cualidad de la felicidad... la ausencia de conflictos y confusiones tanto internas como externas. Al proponerse la ideología resolver el dilema de la infelicidad y la desdicha humana, fracasa en sus postulados desde su creación, puesto que ella misma lleva el sello del conflicto en su naturaleza, lo que significa la ausencia de la paz; requisito indispensable para tener claridad en el pensar y, el consecuente estado de felicidad interior.

        Una mente exenta de conflictos y confusiones, es obvio que es una mente pacifica, que no sufre contradicciones ni dramas psicológicos que la neuroticen, de forma que la propia ausencia de pensamientos especulativos sobre lo que debería ser permite la claridad en el pensar; condición elemental para ayudar a la solución de los dramas humanos, tanto colectivos como individuales, ya que es innegable que una mente conflictiva genera resultados de su misma cualidad, calidad y condición psicológica.

        Todo lo que nace del conflicto continúa siendo conflicto, por eso aquella paz que negocian los políticos no es paz en lo absoluto, sino un simple impasse que les da tiempo para prepararse para la próxima guerra. La paz negociada siempre es la continuación del conflicto... -por el odio con que queda el derrotado y por la desconfianza del vencedor que duda de la rendición incondicional y para siempre del vencido- lo cual deja al conflicto en estado psicológico latente, ¿ello no es paz... verdad? Todo lo que nace de una mente conflictiva sigue siendo conflicto, lo que significa ausencia de claridad en el pensar. El ejemplo más evidente de esta carencia la podemos ver en nuestros líderes y ello a su vez demuestra que no esta en manos de los demás y mucho menos en manos del CID la conquista de la paz que se necesita para abocarnos a la solución de los acuciantes problemas que tenemos como humanidad, sino que es una responsabilidad y una tarea nuestra el trabajar para encontrarla.

        La historia de la humanidad ha demostrado que toda ideación de lo mejor ha sido siempre lo peor. No ha existido ni existe nirvana ideológico ni reino de los cielos intelectual que pueda resolver nuestras crisis sociales, económicas, políticas, religiosas, ecológicas, educativas, bélicas y de salud. Esto lo podemos ver hoy en la concordancia sobre la ideación de lo mejor que tienen nuestros gobiernos: la mayoría son capitalistas y creen en Dios, pero los matices ideológicos que representan sus intereses materiales y psicológicos bastan para declarar la legitimidad del asesinato en masa, o sea, lo mismo que supuestamente los tendría que unir los separa. Ello es por una razón muy simple: cualquier CID es nada más que una pantalla de deseos que puede ser realidad siempre y cuando todos nos sometamos sin discusión a los caprichos intelectuales y a la interpretación que hace de ello el líder de turno.

        Las múltiples y variadas formas de ideación de lo mejor jamás han sido garantía alguna de paz, seguridad, equidad, justicia, racionalidad o iluminación, porque obviamente el ser musulmán y capitalista o cristiano y neoliberal o judío y socialdemócrata o hindú y progresista, solo crean en la mente enjambres psicológicos, que se acomodan de acuerdo a las conveniencias e intereses del momento para ser usados con la finalidad de que uno justifique al otro. Usan el ideal religioso para defender y justificar los intereses materiales, usan los intereses materiales para justificar el fanatismo religioso, justifican la guerra o el terrorismo con argumentos de la doctrina religiosa, usan la doctrina religiosa para lavar la conciencia avarienta y ambiciosa de dinero y poder, volviendo a la vieja idea de que la riqueza espiritual es la que justifica la riqueza material [¿?]... y así sucesivamente. O sea, el enjambre psicológico que ofrece la tradición y la cultura particular de cada lugar permite la mezcla y el disfraz intelectual donde cada líder, seguidor y simpatizante, pueden esconder su ausencia de cordura, racionalidad, coherencia y claridad de pensar.

        Nadie esta llamado a salvar el mundo, pero el egocentrismo nuestro de cada día nos lleva a inventar la salvación a través de las especulaciones psicológicas que luego se convierten en algún tipo de CID, con la pretensión de que cumplan el papel de Mesías intelectual -aunque ninguna especulación intelectual ha sido reconocida jamás como Mesías salvadora-. El intento de los intelectuales de ofrecerla en el mercado de las ideas como tal no cesa, esto fortalece la muralla que no nos permite ver que el problema de la humanidad somos nosotros mismos y nuestro intelecto con sus resultados: la economía, la política, la sociedad, pues ellas son la creación de nuestro pensar caótico.

        Los problemas del mundo, de la sociedad, de nosotros mismos, son los problemas que ha creado nuestra mente, nuestro pensar. El pensar crea los problemas mediante los postulados que sostiene a través del deseo, la ambición, las buenas intenciones, la violencia, siendo luego el propio pensamiento quien exclama Eureka... tengo la solución para dichos problemas... y se proyecta en una nueva especulación intelectual que contradice los antiguos postulados, deseos y ambiciones, proponiendo renovadas buenas intenciones que supuestamente resolverán los problemas.

        El pensamiento instaura los problemas, el propio pensamiento funda las supuestas soluciones, siendo estas supuestas soluciones las que continua y permanentemente se convierten en el ulterior problema a resolver, de modo que el pensamiento le crea problemas a la sociedad y la sociedad se los devuelve al ser humano en forma de crisis, lo que se transforma en el vicio establecido de la retroalimentación desde el pensamiento hacia la sociedad y desde la sociedad hacia el ser humano. Esta reciprocidad mantiene el habito eterno de poner al pensamiento al nivel de la divinidad, pues se supone que el pensamiento tiene la capacidad de encontrarle solución a todo [¿?].

        El pensamiento crea una sociedad con un tipo de cultura particular con hábito y tradición, esa sociedad, tradición, habito y cultura moldea a la mente y es el propio pensamiento quien decide refinar, perfeccionar y corregir esa sociedad, cultura, hábito y tradición, de acuerdo a lo que él considera que necesita después del análisis de lo mismo que él creo. Luego el pensamiento vuelve a protestar sobre su creación y decide que se debe reformar la reforma que él mismo reformó, lo que da como resultado las continuas trasformaciones de 360 grados [¿?].

        La ausencia de comprensión priva a la mente de la capacidad de ver que toda reforma del pensamiento es más de lo mismo, lo cual ha significado en la historia de la humanidad, que el paso por el poder que han tenido cada una de las creencias ideológicas no ha servido al propósito para el cual supuestamente sirven: ayudar a resolver el drama humano, exterior e interiormente. O sea, nuestras brillantes doctrinas ideológicas, no han servido para solucionar nuestro mundo exterior ni nuestro mundo interior.

        La ausencia de libertad en la mente nos ha llevado a confundir lo necesario con lo urgente y ello nos ha obligado a utilizar el pensar para que resuelva lo urgente sin nunca percibir lo necesario, lo que significa tenerlo permanentemente ocupado en obsesiones que demandan la ambición, el deseo, el egoísmo, el orgullo, los celos o la violencia, lo que resume el caos desde donde nacen cualquiera de las CID. Resulta entonces evidente que no es una mente adoctrinada la que nos puede ayudar a solucionar los dilemas de la humanidad, y ello nos deja a cada uno como responsables de nuestra vida y de la crisis del mundo, lo que significa que lo importante en nuestra vida es ver cómo ser libres en la mente para darle claridad al pensar y podernos liberar de todos y cada uno de los condicionamientos psicológicos que nos atan a la desdicha y que dan nacimiento a la confusión interna, la cual se hace extensiva hacia lo externo.

        Hemos creado un mundo que es un espejo de lo que somos, el cual esta basado en nuestras ambiciones, celos, envidias, orgullos, egoísmos, ilusiones, odios, rencores, violencias, vanidades, deseos, resentimientos, arrogancia, egocentrismos, avaricias; lo que hemos obtenido a cambio es una sociedad avara, violenta, indiferente, conformista, competitiva, egoísta, cruel y temerosa, que decide la solución de los problemas del mundo a través de lo que debería ser, exponiendo sus postulados especulativos en los mamotretos intelectuales que contienen la ideación de lo mejor; lo que permite despreocuparse por lo que es.

        La ideación de lo mejor, al ser la transformación de los hechos en ideas -con las consecuentes soluciones ideales- permite la despreocupación práctica de lo que es por estar la mente ocupada inconscientemente en la especulación intelectual del hecho. Pero esta situación hace creer a la mente que se encuentra ocupada en lo que es, en el hecho, sin percibir que no es así, pues se ha desviado del hecho en el momento mismo que comenzó a analizarlo, en el momento mismo que lo interpreto, de modo que lo importante pasa a ser la idea, no el hecho, lo que en la práctica implica la despreocupación de lo que es. Esa despreocupación inconsciente da nacimiento a la consecuente solución ideal, lo que obviamente jamás se transforma en solución duradera al problema que el hecho planteo.

        Ver el hecho desnudo tal cual es, es pensar racional y sensatamente en lo que es, de modo que ello nos da la racionalidad y sensatez imprescindible para su solución. El análisis, la interpretación del hecho, convierten al pensar en irracional e irrelevante, puesto que este tipo de especulación pertenece al ámbito intelectual particular de cada mente, mientras que el hecho en sí, no depende de ningún punto de vista particular... él es lo que es... independientemente de la interpretación de cada uno, del pensador.

        Pensar racional y sensatamente, es pensar seriamente en la solución de cualquier problema, pero es obvio que no podemos abocarnos a dicha tarea en la medida que continuemos alimentando los vicios y las miserias de nuestro pensar, debido a que toda solución que propongamos nacerá inevitablemente de nuestra confusión, de nuestra ausencia de claridad en el pensar. Por lo tanto, el primer problema que debemos abordar es el ver de que modo nos liberamos de todo tipo de condicionamiento y amoldamiento que nos priva de una mente inteligente, de una mente libre; mente imprescindible para ayudar a solucionar los problemas del vivir, tanto individuales como colectivos.  

        Hemos convertido al mundo en un tsunami caníbal que devora todo -a la sociedad mediante el hambre y la guerra, y al ecosistema a través de la contaminación y la devastación sin medida de la naturaleza-; a este moderno canibalismo lo llamamos progreso. Es obvio que parar al monstruo tiene un precio que afecta directamente a nuestra avaricia, egoísmo, violencia, ansias de poder (y el consecuente temor); de manera que nuestra ausencia de claridad en el pensar nos ha llevado a aceptar dicho ensayo de Apocalipsis como progreso, lo que significa que hacer cualquier cosa para pararlo es equivalente a detener el progreso. O sea, detener aquello que nos esta llevando lenta pero consistentemente al genocidio colectivo es ser troglodita [¿?] de suerte que definitivamente hemos terminado por aceptar a la estupidez como sinónimo de inteligencia.

        Las preguntas que necesitamos hacernos a continuación son ¿Qué grado de progreso mental tiene el progreso que hemos aceptado progresivamente como holocausto colectivo? ¿Qué tipo de progreso es el progreso que nos hace progresar progresivamente hacia el suicidio? ¿Es progreso alguno aquel progreso que progresiva y eficazmente descarta al ser humano y al planeta de su propio progreso? ¿Que progreso existe en el pensar cuando éste inventa un progreso que destruye al hombre y su entorno?

        Se defiende el supuesto progreso con uñas y dientes con el propósito de que todo siga igual, con la finalidad de que nada cambie; dicha defensa se encuentra auspiciada por la élite que se beneficia materialmente con la destrucción del planeta, a la cual le es indiferente el sometimiento y la decadencia de la mayoría de los seres humanos que se encuentran perjudicados por su fuente de usura. Para que todo funcione dentro del campo moral han creado un dogma -que transforma en pecador y troglodita a quien no está de acuerdo- sacrosanto: así funciona el mundo. A partir de esta sentencia final se espera que a nadie se le ocurra oponerse al progresivo progreso del holocausto silencioso que estamos viviendo puesto que hacer algo al respecto, con la finalidad que exista la mínima cordura en el vivir, es equivalente a ser un agitador profesional ignorante que debe ser beneficiado con el perdón de la elite, pues no sabe… como se mueve el mundo.

        Todos sabemos que una mentira muchas veces repetida se convierte en verdad, una vez aceptada como tal ello debe pasa automáticamente a ser sinónimo de aceptación ciega para encajar en la onda ideológica que prevalece en el mundo, pues lo contrario es estar a contramano de la historia [¿?]. Pero obviamente los hechos nos demuestran que aceptar mentiras impuestas como verdades incuestionables es lo que realmente nos ha llevado a estar permanentemente a contramano de la historia, lo que significa que siempre hemos estado a favor de la mentira ideológica y en contra de lo que sucede verdaderamente en la realidad; este hecho nos ha permitido ponernos en el lugar de víctimas que eternamente tienen la suficiente autoridad moral para lamentarse por lo que pasó.

        Lo que paso y pasa en la historia lo consideramos como hechos que no fueron parte de nuestra responsabilidad; lo que pasó y pasa con nosotros como individuos lo consideramos responsabilidad de los demás y de esa historia. Así no seríamos infelices a causa de nuestra ignorancia sino a causa de los demás, que no tendrían la claridad de pensar que nos adjudicamos. Sin embargo, los hechos nos demuestran que solo usamos la supuesta claridad para lamentarnos tardíamente de no habernos dado cuenta de lo que estaba sucediendo, hecho que tampoco alcanza para ser feliz ni para tener claridad en el pensar.

        La deficiencia de claridad en el pensar necesita ser justificada por el pensador para tener autoridad al opinar, de modo que imprescindible e imperiosamente debe transformar algo de su dominio intelectual en inteligencia, para lo cual recurre a la buena memoria y la verborragia. Esta buena memoria y verborragia son quienes se encargan de transformar las mentiras en verdades, usando para ello la información que guarda la memoria y la habilidad que tiene la verborragia para darle forma a lo que debería ser. El intelecto usa la memoria y la verborragia para darle forma al análisis y a la interpretación, dejándole a la verborragia la tarea de desarrollar y organizar el malabarismo de palabras que luego darán forma a la creencia-ideológica-doctrinaria salvadora. El pensador ha bautizado la tarea de asociar correctamente la información guardada en la memoria, con el nombre de creación, lo cual se asocia mecánicamente con inteligencia, pero es evidente que la habilidad es solo destreza, no inteligencia. De este modo, el nivel de creación del pensamiento depende de la habilidad y destreza intelectual que posea el pensador.

        La política, la economía, la cultura, la tradición, la filosofía, la psicología, la sociología, la literatura, la religión, no nacieron de la nada, todo ello fue creado y desarrollado por el pensamiento, lo que significa que la raíz del conflicto que enfrenta a las creencias ideológicas doctrinarias es la ausencia de claridad del pensador, que desde su confusión analiza los hechos y desarrolla las conclusiones de sus interpretaciones, las cuales terminan por esquematizar las disciplinas humanas y sociales, las que terminan enfrentándose para demostrar que son la verdad.

        Se utilizan las disciplinas humanas y sociales para certificar la valides que tienen los argumentos que exponen la supuesta verdad que deseamos ofrecer como solución masiva -en el caso de la CID- o para justificar nuestra acción o punto de vista particular, lo cual brinda la apariencia necesaria de seriedad en la exposición intelectual, pero que en realidad termina por dar nacimiento al dogma y la consecuente esquematización de la mente.

        Las disciplinas y las teorías son la creación de la mente en su desespero por darle claridad a su propia confusión. Dicha creación requiere de todo el esfuerzo y la habilidad que dependan del intelecto para aunar, de la manera más coherente posible, los análisis, justificativos, interpretaciones y argumentos que ayuden a certificar el intento de verdad que se pretende demostrar, todo ello con la finalidad de darle orden a la mente conflictiva. El esfuerzo realizado se ve recompensado cuando dicha exposición intelectual es adoptada por otros, los cuales se suman a la división ya existente, de modo que es la mente humana la que agita, promueve y crea el conflicto y la confusión en el mundo interno y en el mundo externo.

        La mente ve los hechos, el pensamiento los analiza desde su conflicto y termina por involucrar a la mente en su confusión, de suerte que esa mente confundida por el pensamiento, encarga al intelecto que produzca las soluciones pertinentes a los propios conflictos que el pensamiento articula, lo que significa que el circulo vicioso jamás tiene posibilidad alguna de quebrarse hasta tanto la propia mente no tome conciencia de aquello que permanente y reiterativamente esta alimentando.

        En la práctica de la vida diaria ello lo vivimos así: la mente de los lideres e intelectuales que asesoran al poder crean e inventan soluciones que luego son difundidas con un extraordinario despliegue de propaganda y publicidad, lo que imposibilita que los propios lideres, intelectuales y el pueblo, puedan ver que el real y único problema es la mente. O sea, la mente confusa y conflictiva inventa las soluciones, invitando a las demás mentes confusas y conflictivas -idénticas a ella- a participar en la práctica de la supuesta solución; solución que se transformara en el siguiente problema a solucionar lo que significa que todos se encuentran envueltos en la misma confusión, pero con la convicción… que es la solución.

        Es innegable que la mente, con su permanente conflicto y confusión, es la causa de la desdicha e inestabilidad tanto individual como colectiva que sufre el ser humano, puesto que la ausencia de claridad en el pensar produce todo tipo de desequilibrios que terminan por desestabilizar todos los terrenos en que se mueve el hombre, lo cual gesta de manera natural el consecuente sufrimiento. El haber aceptado al conflicto de la mente cómo el estado ordinario, común, autentico e innato, transforma automáticamente en normal el admitir que las especulaciones intelectuales sean el zenit del pensamiento y como consecuencia, las únicas que poseen la claridad para presentar soluciones a la confusión reinante, como así también a cualquier tipo de crisis. Al aceptar el parloteo incesante de la mente como uno de los síntomas de naturalidad, es obvio que cuando esta mente parlachina organiza sus especulaciones y obsesiones intelectuales en forma de teoría, da nacimiento a la teología, a las autoproclamadas ciencias económicas, políticas, sociales, humanas, psicológicas [¿?] y a todo tipo de teoría, filosofía,  creencias-doctrinarias-ideológicas: conjunto de abusos especulativos que -supuestamente- poseen el sello que otorga la sabiduría, lo que les permite mecánica y automáticamente el gozar de la seriedad y el respeto que se necesita para ser escuchadas y aceptadas como las poseedoras de claves imprescindibles que dan luz y salida a cualquier crisis.

        La ausencia de silencio en la mente obliga al ser humano a buscar un refugio psicológico que se convierta en el organizador que ordene el desorden que produce el pensamiento a través del parloteo incesante, para lo cual dicho refugio debe tener determinadas cualidades que le permitan esconder la insensatez, la histeria, la locura, la irracionalidad; y quien reúne todas esas cualidades son las ofertas intelectuales y las entretenciones psicológicas. Encontrar ese refugio psicológico se transforma en imprescindible por la sensación de locura que trasmite el parloteo, de suerte que encontrar patrones de pensamiento en los cuales vea representados sus intereses: materiales, intelectuales, emocionales, psicológicos, sentimentales, moralistas; la mente  inmediatamente se resguarda detrás del argumento que le de la mayor sensación de seguridad, de estabilidad, de orden. Es así como nacen los seres de izquierda, derecha, centro [¿?], católicos, budistas, judíos, musulmanes, nazis, nacionalistas, obsesionados por el sexo, el deporte, la pareja, la seguridad, la familia, la moral, la fidelidad, y cuanta filosofía barata les permita escapar del temor a la locura.

        La mente consciente solo conoce el desorden que produce el parloteo incesante con su consecuente conflicto y confusión, lo que significa que los intereses particulares deben ser incorporados a una concepción intelectual más amplia que le den un sentido masivo, con la finalidad de evitar la sensación de egoísmo que martiriza a la mente acrecentando la confusión. Cuando estos intereses se acoplan a un colectivo intelectual de connotaciones globales la mente siente un tipo de protección que disipa el temor que produce el alienante egoísmo, de modo que cuando la mente logra acomodar sus intereses particulares entre especulaciones intelectuales generales se siente a resguardo por tener la seguridad de que pertenece a algo.

        Es innegable que la mente necesita esa sensación puesto que el temor produce paranoia, histeria, violencia, odio, celos, envidia, ambición, egoísmo, orgullo, resentimiento, insensatez, irracionalidad, avaricia, etc., o sea, locura ocultada en el callado parloteo interno de la mente.

        El ocultarse en un refugio -como lo es cualquier tipo de creencia colectiva o individual- permite al pensamiento organizar el desorden -no desecharlo ni trascenderlo- lo que significa ordenar el desorden por medio de una guía intelectual que logra, en los laberintos de la mente, esconder las miserias humanas, cambiándolas  por conceptos y principios nobles y altruistas, de modo que pone a flote aquello que supuestamente es de interés general con la finalidad de ahogar las carencias y miserias personales. Para ello nada mejor que los principios ideológicos, las doctrinas, las creencias, el moralismo, el patriotismo, las distracciones y entretenciones, las escalas de valores, las teorías, las filosofías, la espiritualidad, la caridad, el voluntarismo, las teorías, etc.

        Este enjambre de especulaciones mentales permiten sumergir las miserias humanas en el trasfondo psicológico al compactarlas en el refugio intelectual que representan los nobles y grandes ideales, lo cual les facilita el argumento para su existencia sin culpa y, por lo tanto, sin necesidad de transformación. Las miserias humanas pasan, de aquí en más, a tener un sostén argumentativo que las justifica, puesto que… el fin justifica los medios. El odio, la competencia, el egoísmo, la avaricia, la violencia, los celos, el fanatismo, la enajenación, la ambición, pasan a ser virtudes necesarias para obtener la meta propuesta, de modo que están justificadas en el nivel conciente de la mente al tener -ahora- una razón de ser, pues son imprescindibles para defender la verdad que representa tanto la creencia individual como la colectiva. Ello les da la sensación de sentirse a resguardo del pensamiento anárquico [¿?] que no se encuentra encasillado en un punto de vista fijo, esquemático, amoldado, dogmático, puesto que se supone que ese pensamiento deja a la deriva a la mente y ello obviamente es peligroso.

        La creencia grande o pequeña, individual o colectiva, filosófica o casera, obsesionan y fijan la mente en un punto de vista intelectual único, exclusivo, estático, que se transforma en dogma inamovible por ser la columna que sostiene el andamiaje del pensar esquematizado, desde donde se comanda, se organiza y se planifica el resto del mundo psicológico anárquico que todavía no se a subyugado a la creencia superior. Ello tiene la finalidad de evitar posibles perturbaciones que puedan reflotar el temor.

       El temor debe ser el primer secuestrado o disfrazado en el refugio psicológico. El parloteo incesante de la mente es el temor distrayéndose con miles de pensamientos; el punto de vista intelectual es el temor distrayéndose con el parloteo de la mente centrado en un punto fijo, exclusivo. En otras palabras al temor lo debemos disfrazar haciéndolo aparecer como el dueño del refugio u ocultarlo en el sótano más profundo de dicho refugio psicológico, puesto que él es el único que tiene el poder de paralizar, cegar, trastornar y obnubilar la mente.

        El punto de vista intelectual juega el papel de organizador frente al parloteo incesante de la mente, agrupando en un solo pensamiento a los miles de pensamientos que contiene el parloteo, de modo que ese pensamiento exclusivo se encarga de estructurar a todo pensamiento anárquico para que encajen en el molde que les dará una razón para seguir existiendo, lo cual es posible debido a la capacidad que tiene el punto de vista ideológico para canalizar hacia la doctrina a cuanto pensamiento exista dentro de la mente.

        El punto de vista ideológico canaliza el odio y el resentimiento y lo convierte en pasión para defender los principios, de modo que le da un justificativo racional para su existencia; y así con todas y cada una de las miserias humanas, ya que el esquema y el molde psicológico creado por el punto de vista ideológico necesita ser resguardado a cualquier precio y para dicha tarea todo sirve: la avaricia, la violencia, el rencor, los celos, el resentimiento, la ambición, el egoísmo, etc. A este reciclaje de miserias humanas puesto a disposición de la creencia ideológica doctrinaria, se le llama fidelidad, coherencia, pasión.

        La supuesta pasión con que se justifican las miserias humanas puestas al servicio del más estupido ideal, son la fuente de donde se nutre el fanatismo, de suerte que son nuestras miserias humanas las que nos convierten en fanáticos, no la doctrina a la cual estas miserias prestan sus servicios. La doctrina o creencia solamente canaliza lo que ya se tiene en la mente, el alma y el corazón, poniéndolo a su servicio.

        El pensamiento adoctrinado le designa el lugar de portero al fanatismo en el refugio psicológico por ser quien garantiza la restricción de ingreso de cualquier idea ajena al dogma aceptado como verdad. El fanatismo cuidará celosamente la posibilidad de contaminación intelectual producida por especulaciones diferentes a las aceptadas como verdad revelada, puesto que ello significaría el resquebrajamiento del molde mental que creó el punto de vista ideológico que terminó estructurado como creencia-ideológica-doctrinaria.

        Antes de llegar a ese punto, en nuestro mundo interior sólo existen las miserias humanas, el ego y todos sus componentes, lo que posteriormente es reciclado por la creencia particular que inventamos o la creencia colectiva que adoptamos. Una vez que esto se ha concretado psicológicamente, el miedo pasa al sótano mental, ya que el funcionamiento del intelecto se encuentra ocupado en la verborragia y el análisis de la doctrina, de modo que el continuo alimento intelectual de la creencia se encarga de entretener a la mente disipando de esta manera al miedo.

        El pensamiento analítico es el intelecto interpretando, el pensamiento inconsciente es el intelecto creyendo que sabe, de suerte que cuando el pensamiento logra suprimir -mediante el reemplazo intelectual a través del pensamiento analítico e inconsciente- a todo aquello que realmente le afecta, logra disipar el temor de la mente conciente.

        La ausencia de temor momentáneo que produce la ocupación intelectual dedicada al análisis, a la interpretación de los hechos externos y las consecuentes suposiciones subjetivas sobre lo que debería ser, es lo que le trasmite al ser humano la sensación de seguridad y la consecuente ausencia de miedo. Mientras el pensamiento se encuentre ocupado e interesado en cualquier tipo de asunto ajeno y externo al mundo interior del ser humano, la sensación de seguridad continuara, puesto que ello es una entretención psicológica que permite la evasión de aquello que perturba y que evidentemente queremos evadir: nuestras miserias humanas. Lo serio es trascenderlas, no evadirlas, lo que significa enfrentarlas tal cual ellas son. El deseo de cambiarlas o transformarlas en algo distinto a lo que son es la principal motivación que impulsa al hombre a la adopción de cualquier creencia, teoría o simplemente un argumento.

        El pensamiento está permanentemente haciendo esfuerzos para encontrarle solución al temor, siendo ese esfuerzo el que intenta cambiar los defectos en virtudes, y es el mismo vano esfuerzo quien termina por agotarlo. El agotamiento que sufre el pensamiento obliga a buscar una salida y ello lo conduce a la diversión, al entretenimiento, al juego de cualquier índole: físico, intelectual, social, psicológico, cibernético, etc., con la finalidad de evadir la tortura que trae aparejada la obsesión que lo esclaviza. Los juegos preferidos son aquellos que brindan cierta cuota de placer con descarga física y psicológica de miserias humanas: noviazgo, fútbol, familia, patriotismo, teorías, creencias, moralismo, sexo, ideologías, doctrinas, pornografía, argumentos, internet, etc. Cualquier juego que se elija para zambullir la ignorancia es estimulado por el pensamiento debido a la descarga de tensiones que proporciona el expurgo de obsesión y a la ausencia de temor que se vive mientras se practica, lo que evita el recuerdo y el enfrentamiento con las miserias humanas.

        El ego se identifica con cualquier juego, entretención o distracción que contenga la cualidad de alejar el temor y el recuerdo de las miserias humanas porque así se evita enfrentarlos. Adoptar una doctrina, creencia, ideología o un equipo de fútbol para liberar justificadamente la miseria del odio, el rencor, el resentimiento, la ambición, el complejo de inferioridad, el egoísmo, la inconciencia, es el deporte favorito de la deshonestidad puesto que ello no obliga a nadie a transformarse. Esta es la razón por la cual el conjunto de la sociedad tiene como habito el adquirir algún tipo de diversión intelectual, entretención psicológica o juego irrelevante: nos permite escapar por un tiempo limitado de la vida miserable y desdichada que tenemos, a cambio de lo cual podemos seguir vendiendo la imagen de lo que no somos.

        El seguir manteniendo viva la basura egocéntrica que nos somete a la desdicha nos facilita evidentemente el autoengaño -que permite no pasar por el calvario que significa la decisión voluntaria de enfrentar la causa de nuestras miserias- ya que el ignorar el hecho de que nuestras miserias humanas son la creación de nuestro propio pensamiento nos permite culpar a los demás por la vida miserable que tenemos.

        La sociedad y por lo tanto, el ser humano, transforma en importante todo aquello que sirva para disimular su narcotizado mundo psicológico, puesto que la otra opción es ser honestos el mismos y eso significa tratar a la mentira como mentira y a la verdad como verdad, no querer transformar a las miserias humanas en virtudes, simplemente porque no lo son; al juego como juego y no en algo serio, porque no lo es; tomar a las entretenciones y distracciones psicológicas o intelectuales como información y no convertirlas en algo sublime, porque lo intrascendente jamás ocupará ese lugar. Pero nuestra hipocresía, ignorancia y deshonestidad, nos lleva a darle valor y trascendencia a todo lo que justifique y logre sepultar lo realmente importante, que es vernos libres del miedo, de la desdicha, de la obsesión, del sufrimiento.

        La pericia del intelecto para desarrollar conceptos, argumentos y teorías que luego se convierten en cultura y tradición con la finalidad de justificar, intelectual y psicológicamente, todo tipo de mezquindad y miseria humana, es sorprendentemente rutinaria pero, a pesar de que la rutina crea lo mismo -siglo tras siglo- seguimos dándole el mismo grado de veracidad a las idénticas mentiras que suponemos son el pasaporte al paraíso. Estudiamos, nos recibimos, trabajamos, nos casamos, tenemos hijos, los criamos, nos desgarramos por nuestro club favorito, amamos a la patria, somos idealistas, creemos en Dios, somos moralistas y honestos [¿?] pero a pesar de toda esta receta infalible -de cuanta tradición y cultura haya existido o exista- la desdicha sigue siendo lo único fiel que hemos obtenido de este pasaporte falso.

        La verdad es que nos gusta mentirnos y que nos mientan y ello nos satisface porque nos permite seguir iguales: indiferentes y conformistas sin nada que arriesgar para transformarnos.

        Hemos creado un mundo despiadado, cruel, egoísta, competitivo, avariento, indiferente, resentido, violento, fanático, conformista, porque nosotros somos así. El mundo no es así desde la nada, el mundo no es así por casualidad o porque nosotros somos diferentes a él, el mundo es el reflejo de lo que somos; lo que somos, eso es el mundo. No somos algo aislado del mundo o un producto independiente de él. El abuso, la crueldad, la violencia, el egoísmo, la explotación, la guerra, no son ejecutadas por nadie ni por la nada en nuestro mundo, son ejercidas por nosotros, involucrados en ello directa o indirectamente, pasiva o activamente. Comprender que somos la fuente del problema que afecta al mundo es dar el primer paso para ayudar a solucionar la desdicha, el sufrimiento y el dolor que definimos como crisis.

        El mundo no crea problemas por sí solo más allá de los métodos, formulas, teorías, doctrinas, creencias e ideologías de las creadas por el hombre. El mundo por sí mismo no creo propuestas ideológicas que contradijeran las creadas por el hombre, lo que supondría enfrentar al mundo y al hombre, tampoco el hombre dejó de optar por conceptos intelectuales hechos por el mundo y creados por nadie y por la nada. El pensamiento humano desarrollo las doctrinas, creencias e ideologías, lo que supone las propuestas de cómo vivir, siendo el propio hombre quien las adoptó y las puso en práctica; el resultado de ello está a la vista, es lo que hoy nos toca vivir.

        El fuego no se apaga con gasolina, lo que significa que la creación de una nueva doctrina, que contradiga y enfrente a todas las existentes, seria más de lo mismo. El mundo actual no se gobierna basado en nada, es gobernado por creencias ideológicas doctrinarias: políticas, religiosas, económicas, todas las cuales han sido inventadas, creadas e ideadas por el pensamiento, así, los efectos y las consecuencias de cómo funciona el mundo son nuestra exclusiva responsabilidad, puesto que la cosecha que hemos obtenido es el resultado de nuestra siembra intelectual.

        No se puede pensar que los líderes neoliberales, progresistas, católicos, conservadores, fundamentalistas, revolucionarios [¿?], liberales, musulmanes, budistas, judíos, republicanos o terroristas, dirigen y gobiernan nuestras vidas sin apoyo de nada ni de nadie, que se encuentran en el poder sin que nadie los eligiera, los reconozca o les rinda culto; ellos están en el poder con nuestra venia explicita o implícita, por acción u omisión, por nuestro activismo o pasividad, por conformismo o indiferencia.

        Los líderes del mundo se encuentran en el poder y digitan la conducción del mismo con nuestro beneplácito activo o pasivo, propagandizando y dándonos los lineamientos psicológicos-intelectuales inventados por el pensamiento -los mismos que defendemos o en última instancia aceptamos desde la vereda o el balcón- o sea, desde cualquier posición que tengamos terminamos por admitirlos sin el menor cuestionamiento, porque creemos que el pensamiento puede dar solución a la crisis que él mismo creo.

        Es evidente que cuando un hecho es convertido en idea, la solución intelectual solo puede ser una ilusión, una utopía, una quimera, y aspirando a lo máximo... una metáfora, una alegoría, un secreto esotérico, por que ello nunca puede dar solución a lo real porque el hecho y la idea no tienen relación alguna, ambas no pueden coexistir ya que la realidad transita por los rieles de los hechos mientras que la idea lo hace por los rieles de la teoría, la suposición, la creencia, la doctrina, la ideología, el análisis, la interpretación, la especulación, lo que significa que no tienen un lugar común donde encontrarse, en el cual la ideación de lo mejor pueda servir objetivamente para darle soluciones a lo real, a los hechos que componen los problemas de la realidad.

        La ideación de lo mejor es el pensamiento intentando conectarse con la realidad por medio del análisis, la interpretación. Para describir los hechos el pensamiento cuadricula la realidad con una serie de disciplinas que él mismo ha elevado al nivel de ciencia, lo que da apariencia de seriedad a la interpretación. La mezcla de todas las disciplinas en un solo mejunje intelectual que tiene por finalidad diagnosticar el problema y su posible solución son en realidad y, nada más que, prólogos del subsiguiente problema a solucionar.

        El pensamiento no sólo cuadricula la realidad, sino que por sobre todas las cosas y antes que nada cuadricula la mente, siendo esta esquematización psicológica la que da nacimiento al intento de encuadrar intelectualmente la totalidad del vivir y la vida. Para ello el pensamiento ha inventado ciencias denominándolas sociales y humanas, con la finalidad de dar veracidad científica [¿?] a sus especulaciones cerebrales. Estas divagaciones intelectuales mantienen en el poder a los ideólogos profesionales instalándolos en el candelero de la fama de la erudición, lo cual los transforma automáticamente en autoridades ilustradas las que se encuentran autorizadas para delinear el derrotero a seguir por el resto de la sociedad, ya que ellos son los especialistas en las ciencias [¿?] que dan crédito a sus visiones. Obviamente el nuevo camino señalado será la ruta del próximo accidente que paralizará el transito del mundo con los consecuentes daños colaterales, ante lo cual nuevamente saldrán a la palestra los especialistas para diseñar un nuevo camino y si es necesario un nuevo mapa.

        El principal inconveniente para vislumbrar la causa de todo problema es la ausencia de silencio en la mente. Esta ausencia de silencio en la mente, causada por el parloteo incesante, desliga a la mente de la realidad, de lo que es, lo cual es suplantado por lo que debería ser, por aquello que se sueña y se desea que fuera. Así, el parloteo lleva a la mente a soñar despierta, y es el relato y la trascripción de estos sueños lo que designamos como creencia ideológica doctrinaria. El sueño explicado es la ilusión intelectual deseando ser realidad. El sueño explicado es la ilusión que tiene el intelecto desde el primer big-bang de estar conectado con la realidad. La narración del sueño es el intelecto demostrando su habilidad para que se lo considere inteligente para lo cual relata el sueño lo más cuerda y coherentemente posible, lo que a su vez le permite disimular la obsesión que abruma a la mente; obsesión que conocemos como parloteo incesante de la misma.

        Cuanto mayor cantidad de argumentos exponga la obsesión, tiene más posibilidades de ser masivamente recepcionada por la humanidad, cuanto mejor sea explicada la locura, más posibilidades tiene de recibir el premio Nobel. Nadie esta dispuesto a describir y relatar hechos porque todo esta dirigido e incentivado hacia el camuflaje perfecto de la locura, para lo cual hemos llegado al extremo de considerar dicha habilidad merecedora de premios nobeles millonarios. Describir y relatar hechos obliga a fijar la mente en lo que es, en lo real, no en sueños esperanzadores abarrotados de ilusiones utópicas que solo pueden prometer, mientras el mundo se da vuelta en la pesadilla creada por el intelecto, por el pensar.

        Usamos el intelecto para fortalecer promesas que nos aseguren esperanzas, para perfeccionar ilusiones que garanticen la realidad de nuestros sueños, para materializar especulaciones que supongan soluciones a los problemas eternos que hemos creado. El pensamiento ha ideado, planificado y diseñado el proyecto intelectual de los discursos políticos, sociales, económicos, religiosos, filosóficos que guían y determinan nuestro vivir. La planificación creada por el pensamiento se transformó en el diseño social, en la cultura, en la tradición que amoldan y condicionan nuestras acciones con el resultado conocido que el propio pensamiento no tuvo la capacidad de ver, de modo que ello lo convierte en la causa de la desdicha humana. Los efectos de la producción intelectual creada por el pensamiento que cosechamos son las políticas hipócritas, invasionistas y guerreras, economías avarientas elitistas e indiferentes, sociedades violentas, racistas y nacionalistas; dando como resultado final sida, hambre, miseria, marginación, explotación de niños, trabajo esclavo para inmigrantes, prostitución infantil, drogadicción, etc.

        Habituar a la mente al pensar intelectual con la finalidad de que encuentre solución a cuanto problema se presente es lo que no nos ha permitido ver que el propio pensamiento es parte del problema, lo cual ha derivado en la ausencia de inteligencia, y ese si que es el más grave de los problemas, por ser esta la única herramienta que tiene la capacidad de librarnos de aquello que el pensamiento creó.

        En función de lo dicho hasta aquí, resulta innegable que para que surja la inteligencia debe existir silencio en la mente, o sea, el parloteo debe cesar para dejar el vacío necesario que necesita la inteligencia para operar, ello nos llevara a comprender la arrogancia con que hemos adornado al intelecto y la consecuente confusión creada por el pensar.

        El intelecto ha sembrado la ignorancia cosechándola luego en calidad de sabiduría. Para que exista ignorancia alguien la tiene que haber sembrado en el campo de la mente, y el único agricultor que se adueñó de ese suelo -luego de expropiárselo a la inteligencia- es el intelecto, el pensamiento. La ignorancia consiste en la información autoevaluada por el pensamiento como verdad, la cual es usada por el intelecto con la autoridad que ello implica. Esa autoridad que da cualquier supuesta verdad supuesta, es la que usa el pensamiento para exponerla en formato de opinión, argumento, justificativo, idea, teoría, creencia religiosa, doctrina, teología, filosofía política, ideología económica. Esa información autoevaluada como verdad es la ignorancia -que reserva la memoria en el trasfondo psicológico- porque la verdad no es una información, una idea, un argumento, ni lo que debería ser ni la ideación de lo mejor, de modo que la información autocalificada es la ignorancia transformada en creencia, ideología o doctrina.

        El pensamiento, al transformar la ignorancia en sabiduría permite que el intelecto se arrogue para sí la cualidad de la inteligencia. De esta manera, es cada intelecto particular quien selecciona la información guardada en la memoria, lo que mecánicamente define como su verdad. A partir de esto, se arroga la autoridad para producir cuanta especulación intelectual se le ocurra sobre cualquier tema.

        La memoria presta la información, el pensamiento y el intelecto analizan e interpretan, para luego elevarla al nivel de creencia doctrinaria, idea sobre..., argumento a favor o en contra de..., justificativo o condena a..., o simplemente en mera opinión sobre lo que se desee. Para realizar este proceso mecánico la mente prescinde por completo de la inteligencia, pues su presencia no permite la función mecánica y automática en la mente a la que esta habituado el pensamiento. La presencia de la inteligencia en la mente es la ausencia por completo de cualquier proceso mecánico, automático y autista, por ser la acción de la inteligencia percepción instantánea, captación desnuda de lo que es y no recuerdo, análisis, interpretación o reacción premeditada de lo que fue o de lo que debería ser.

        Ante un hecho el pensamiento analiza y saca sus conclusiones, el intelecto lo cataloga como positivo o negativo, la memoria lo guarda en forma de conocimiento psicológico, quedando a disposición para ser usado a favor o en contra de acuerdo a lo que necesite el pensamiento ante un desafío de la vida. Este conocimiento psicológico, o sea, la conclusión, es la fuente y la esencia de toda creencia doctrinaria, como así también de todo argumento u opinión; es el que permite la ideación de lo mejor o de lo que debería ser. Esto sólo es posible en el campo psicológico del deseo ilusorio, ya que es el único campo que le da validez a la utopía, evidenciando la inexistente relación entre la ideología, la teoría, la doctrina, la idea, con lo real, con la realidad, con lo que es.

        La doctrina, la creencia, el dogma personal, son la puesta a punto de la locura disfrazada de genialidad intelectual.

        La realidad del mundo actual al ser descrita, sitúa a quien lo realiza en la posición de fundamentalista del Apocalipsis, pero el pensamiento considera que sus invenciones ideológicas son la mejor receta para encontrarle solución al problema del mundo, aunque lo único que tiene para ofrecer son esperanzas colectivas e individuales con sus consecuentes promesas a cumplir en el futuro.

        La esperanza precisa ser alimentada por el intelecto para sobrevivir, puesto que de lo contrario la desesperanza crece y eso hace ingresar a la mente en el desespero, de modo que el comienzo de la desesperanza promueve la actividad del pensamiento para encontrar argumentos que sigan sosteniendo a esta espera con ansias. Esta tarea que se impone el pensamiento, ciega la visión de la inteligencia, visión imprescindible para percibir el desgaste y el desvío de energía: esta última se necesita para penetrar toda ilusión y descubrir el sin sentido de la misma.

        Para penetrar la profundidad de la mente es indudable que se necesita de toda la energía que surge desde el silencio, puesto que el pensamiento es el desgaste de dicha energía en especulaciones que distraen y entretienen a la mente en el análisis. De esa manera, la ilusión que representa la esperanza termina por destruir toda posibilidad de descubrir el engaño que encierra el propio pensamiento con sus análisis e interpretaciones psicológicas-intelectuales. Estas últimas narcotizan a la mente con la droga de la ilusoria solución que el pensamiento ansía que suceda, pero en realidad terminan por destruir la posibilidad de descubrir la realidad, lo que somos.

        La distracción de la realidad es consecuencia de la búsqueda que supone el pensamiento es la perfección, traducida en la suposición de lo que debería ser. La búsqueda de la perfección es el mayor desliz hacia la ilusión, puesto que para ello el pensamiento parte de lo que especula sobre lo que es la felicidad. El modelo perfecto es el ídolo que el pensador admira, lo cual le permite la comparación entre lo que él es y lo que él supone que su ídolo es, lo que se traduce en la meta, en lo que debe conseguir ser.

        La comprensión de lo que somos y el consecuente abandono de conseguir la perfección, es la satisfacción que da la aceptación de ser lo que uno es sin continuar con el deseo de alcanzar la ilusión del cómo deberíamos ser, ya que como deberíamos ser no existe excepto para el pensamiento insatisfecho, miserable, que se proyecta en dicha ilusión con la finalidad de negar la realidad, de negar su insatisfacción, su miseria.

        La esperanza de concretar -algún día- lo que el pensamiento sueña con ser, esclaviza a la mente en el eterno futuro, lo que permite que ignore y escape del presente, de la realidad, de lo que realmente es, y eso no le permite ver la miseria interior, como tampoco la miseria exterior que ayudó a construir, lo que conoce como sociedad. Este mecanismo de escape suprime la visión que permite ver lo ilusorio que es perseguir cualquier tipo de perfección psicológica puesto que ello es sólo lo que el pensamiento proyecta por decisión propia sobre la perfección, de modo que solo vemos las utopías bosquejadas por el pensamiento sobre sí mismo, pero nunca la perfección.

        El pensador sólo tiene la posibilidad de ver la realidad desde el mismo lado del velo utópico que proyecta su pensamiento, de manera que ve la realidad desde el trasfondo que ha bosquejado su pensar, lo que significa que termina utilizando la realidad como espejo que siempre le proyecta el reflejo de aquello que él ha ideado sobre ella [¿?].

        La importancia que le damos y que tiene la idea, es de tal magnitud que suplanta a la realidad, a lo que es, de suerte que el hecho en sí -desnudo, cruel- tal cual es, desaparece; el pensador usa a la realidad como sótano que sirve para guardar y confirmar el punto de vista con el cual mira a la vida y al vivir. O sea, la importancia que le damos a la idea nos hace ver a la realidad como el espejo que certifica lo correcto de nuestra interpretación intelectual sobre la misma, de manera que la interpretación termina utilizando a la realidad como sótano del pensar, lo que significa que la realidad siempre está confirmando para la mente el punto de vista con el cual mira a la vida y al vivir... El hecho ha desaparecido.

        La idea que nos formamos -sobre lo que sea- se transforma en el sinónimo de la verdad, cuando en realidad es un simple injerto intelectual entre lo que es y lo que debería ser aceptado por el pensador a causa del placer que provoca el pensamiento ilusorio, utópico, esperanzador, consolador, que termina fijando en la mente este debería ser como el hecho real, suplantando así a los hechos que hacen a la realidad cómo lo único real.

        El injerto que realiza el pensamiento entre la realidad, el análisis e interpretación de la misma (idea sobre el hecho) y las consecuentes conclusiones (punto de vista), siembra en la mente el habito de la obsesión intelectual con la consecuente importancia que pasa a tener la ideación de lo mejor, lo que significa en el vivir el estampar en la mente el hábito costumbre de la obsesión analítica, el parloteo permanente como sinónimo de sanidad mental y lo pensado como lo equivalente a la verdad.

        Dicho injerto intelectual pasa a engrosar las filas del enjambre psicológico que sustenta el parloteo incesante de la mente, con la cualidad de convertir al pensar en un sistema mecánico, esquemático, automático, que centra al pensamiento en el hábito de la constante asociación de ideas, lo cual le da una sensación de orden a la mente. Tal sensación de orden se sustenta en la coherencia que representa el argumento, el análisis, el juicio, la justificación, pero se queda en la sensación de orden porque todo intento de la mente por ordenarse así misma es imposible, de modo que la doctrina, el ideal, juegan el papel de ordenadores del desorden que implica el enjambre intelectual-psicológico.

        La idea sobre el hecho da cierta sensación de orden por ser el método mecánico que encontró el pensamiento para desligarse de lo que es, de la realidad, ya que ningún hecho permite desligar a la mente de lo que es, de lo que no le agrada, pero sí lo hace la interpretación, el análisis, la asociación de ideas, porque el pensamiento puede armar, inventar y diseñar conclusiones que le agraden a la mente de acuerdo a su conveniencia o a sus intereses.

        Para la mente es imprescindible el encontrar un tipo de evasión que la distraiga de la locura, de modo que encuentra ese parque de diversiones en el juego intelectual psicológico de ordenarse así misma, de manera que el ordenar su locura se transforma en el hábito eterno, la costumbre ordinaria, el trabajo permanente, la dedicación y la acción del segundo a segundo del pensamiento. La mente necesita imperiosamente darle un lugar a la locura para descansar de ella porque la obsesión que le produce el parloteo sin cesar le causa sufrimiento y la subsiguiente neurosis. La locura es sólo obsesión y toda obsesión es locura oculta o explicita, la que con el tiempo lleva a la degeneración de las células cerebrales, y ello termina en la demencia.

        El pensamiento que no logra distribuir ordenadamente el juego intelectual del argumento sólido, la justificación coherente, la conclusión compacta, el razonamiento consolidado, deja expuesta a la mente a la demencia, lo cual es la locura no permitida por la sociedad, lo que en la practica de la vida diaria significa el aislamiento del resto de los locos que todavía mantienen cerrada la boca con respecto al parloteo que los martiriza pero que no exponen abiertamente, ya que es innegable que si cada uno expusiera abiertamente todo lo que piensa durante el día, los propios familiares y amigos serían los encargados de internarlo en un manicomio... ¿verdad?. Estamos fuera del loquero solamente porque no expresamos en voz alta lo que nuestra mente piensa durante todo el día.

        Ordenar la locura interna es lo que más provoca la desesperación del pensamiento -por ello transforma el juego intelectual en el valor supremo de la mente y lo evalúa como producto de la inteligencia- porque supone que si no logra ordenar su mundo psicológico en un tiempo prudencial, la locura invadirá definitivamente la mente Para que el desorden ordenado tenga alguna validez y auto consideración de normal, se supone que debe ser llevado adelante por alguien que tenga autoridad psicológica y goce de la máxima calificación, y la única habilitada para dicha tarea es la inteligencia, de suerte que el pensamiento califica gratuitamente a la habilidad discursiva, a la buena memoria, a la charlatanería sofista, al argumento irrebatible, al malabarismo de palabras, con la autoridad y la calificación de inteligencia, con la finalidad de que se apruebe su cordura [¿?].

        El sin numero de habilidades y debilidades psicológicas calificadas de inteligentes [¿?] que son utilizadas para justificar la ignorancia especulación intelectual, locura,  histeria, fanatismo, violencia, egoísmo, insensatez, ambición deben esa calificación al malabarismo de palabras creado por el pensamiento que auto-considera cualquier defecto como virtud. Es obvio que la auto-consideración de dichas miserias como inteligentes tiene valor solamente en el ámbito de la estupidez, ya que es imprescindible dicha valoración con el fin de sublimizar todo aquello que roza la imbecilidad.

        Este acuerdo global sobre la categoría de inteligente, es lo que ha premiado con tal calificativo a los creadores de doctrinas-ideologías-creencias-teorías a quienes alcanzaron el éxito, la fama, el poder, se hicieron millonarios u ocuparon lugares destacados en la academia o en la literatura. Pero esas son habilidades que no rozan la inteligencia, puesto que la misma es percepción instantánea, no el recuerdo ni la práctica repetitiva de algo.

        La cualidad que le adjudica el pensamiento a la buena memoria y a la habilidad como símbolo perfecto de inteligencia, es lo que ha facilitado la confusión del papel que juega cada herramienta en la mente, como así también la suplantación de lo común por lo extraordinario, lo estúpido por lo inteligente, etc. Una vez que es aceptada la suplantación (por conveniencia de la mayoría frente a su ausencia de claridad en el pensar) la equivalencia queda aceptada como verdadera por el solo hecho de ser conveniente para todos. El resultado de todo esto se traduce en la mente cuando termina aceptando la obsesión, el parloteo, la locura, como la forma normal de vivir, de este modo se produce la automática condena del silencio.

        Al ser la obsesión, el parloteo, el hábito que posee a la mente sin pausa durante las 24 horas del día, los 365 días del año, desde que se nace hasta que se muere, es obvio que al silencio lo identifiquemos como la cualidad de la mente de los descerebrados, de los que no son inteligentes, de los que no piensan, etc. El culto endiosado del pensamiento, en cualquiera de sus niveles, le ha permitido al mismo ser el juez, el fiscal, el acusador que se da la facultad de decidir la suerte, el destino y el lugar que ocupa cada cosa de la vida y del vivir, sin importar la veracidad de esa decisión. El pensamiento acusa, condena, juzga, y decide, lo cual siempre termina por ser inapelable.

        La valoración que realiza el pensamiento sobre sí mismo, se convierte en la única autoridad que evalúa, juzga, determina y que se da la razón sobre la certeza de su apreciación, de manera que todo aquello que intente desplazarlo a un segundo plano se verá condenado por ese mismo pensamiento como elemento marginal e intrascendente, de escaso valor e importancia. Esta es la más clásica de las opiniones del pensamiento sobre el silencio.

        El pensamiento se juzga así mismo como la máxima creación de Dios, de la naturaleza, de la vida. Esta autovaloración le da automáticamente la adjudicación de la patria potestad sobre las demás herramientas de la mente, lo que termina significando -por auto deducción mecánica del propio pensamiento- que todo aquello que nazca y sea de su elaboración, es inteligente.

        La autovaloración de inteligente permite al pensamiento la transformación de lo falso en verdadero, de lo que no es en lo que es, de lo que debería ser en verdad, así, considera irrefutables sus especulaciones intelectuales y creaciones psicológicas.

        El pensamiento no tiene la capacidad de verse a sí misamo tal cual es, ya que solamente su capacidad se limita al análisis, a la interpretación, de modo que la percepción imprescindible para observarse es reemplazada por el autojuicio, la autovaloración, la autoconsideración, etc., o sea, el narcisismo intelectual que encuentra la limitación de sus conclusiones en el contenido de la memoria, lo que significa que la autovaloración que realiza el pensamiento sobre sí mismo no tiene relevancia alguna frente a lo que realmente es, ya que lo que es sólo puede ser captado por la percepción, no por el análisis, el recuerdo, la especulación, la interpretación, la descripción, el relato, la comunicación.

        El análisis, la interpretación, transforman a lo que es en una idea sobre el hecho que determina lo que es; la idea sobre lo que es, es el análisis del pensamiento acerca del hecho concreto, objetivo, exento de especulación intelectual. El análisis es el camino intelectual por el cual el pensamiento hace transitar a lo que es para deformarlo en una idea. Una vez que el pensamiento termina de transitar el camino del análisis, surge como resultado la conclusión y cómo destino la consecuente ideación de lo mejor, que ya se ha transformado en idea pura, descartando por completo al hecho desnudo tal cual es, lo que significa que el pensamiento logra suplantar el lugar de importancia y privilegio que tiene el hecho sobre la idea, por medio de la especulación intelectual. Eso hace que de aquí en más la idea pase a ser lo importante, no el hecho.

        Desplazar el hecho a las penumbras de la realidad, le permiten al pensamiento gobernar al mundo y a la vida individual de las personas a través de la especulación, la utopía, la ideología, la suposición, el dolor, la ideación, el deseo, la doctrina, la creencia, lo que debería ser, la esperanza, la conclusión, la interpretación, la ilusión... todo lo que es el resumen del temor.

        Ante la presión que ejerce el temor la mente reacciona a través del análisis, la especulación y la conclusión, siendo la memoria la encargada de guardar dicha información en el archivo que cataloga como experiencia, al cual recurrirá cada vez que el vivir le presente un desafío parecido sin percibir que nada de eso le servirá puesto que no existen los problemas viejos: todo y cualquier problema es nuevo. Este proceso reaccionario se repetirá tantas veces como hechos sucedan en el vivir, siendo este hábito el que termina transformando en mecánico al pensamiento. Esta reacción automática es la que lleva al pensamiento -con la ignorancia e inconciencia del propio pensamiento- a la auto consideración de que él tiene la capacidad para resolver todo, cómo así también a ignorar y desconocer a las demás herramientas de la mente: inteligencia, percepción, alerta intuitiva, las cuales sí tienen la capacidad de resolver verdaderamente los problemas.

        Este habito es el que convierte a la memoria y al pensar en las únicas herramientas conocidas de la mente, y lleva al ser humano a deducir que son las herramientas adecuadas para comprender el vivir y la vida, porque supone que tienen la cualidad de la inteligencia. De allí que asocie a las creaciones intelectuales y a la buena memoria con el equivalente de inteligencia, como así también a sus análisis, deducciones, exámenes, tesis, conclusiones e interpretaciones.

        La inteligencia jamás se reconocería a sí misma como inteligente, eso en realidad es estúpido, le esta reservado al pensamiento, puesto que sólo lo estúpido puede catalogar al perfecto recuerdo y a la especulación intelectual nacida de su creación cómo sinónimo de inteligencia y ello lo realiza, sin ningún tipo de empacho el pensamiento, de modo que se hace obvio que estas equivalencias impiden descubrir que hemos terminado catalogando a la obsesión, al parloteo, a la locura, a la especulación, como inteligentes.

        Suplantar a la inteligencia por las reproducciones y creaciones del pensamiento, transformo a la ignorancia y al temor en los dueños de la mente humana y por lo tanto, del mundo, para lo cual el pensamiento le dio a la filosofía, a la teología, a las ideologías políticas, a las variadas y múltiples creencias espirituales y religiosas, a la psicología, a la literatura, a la sociología, etc., el estatuto de ser las supervisoras de la sabiduría. Así, este abanico de malabarismos especulativos intelectuales psicológicos, son los que determinan lo que es sabio y lo que no lo es, de suerte que cualquiera de estas divagaciones del pensamiento deciden lo que es falso e incorrecto, cómo también lo que es correcto y verdadero.

        Es innegable que la ausencia de inteligencia en la mente, es la causante del agravamiento y de la multiplicación de los problemas, con la consecuente desdicha colectiva. Cuando el hombre discute sobre teorías e intereses y no hechos, el pensamiento se endiosa y empieza a proponer soluciones que se sustentan en sueños intelectuales, esperanzas psicológicas, utopías especulativas, las cuales terminan por ser -en el mejor de los casos- inútiles y paupérrimas reformas sobre lo mínimo de lo más mínimo, reforma que luego se convertirá en el posterior problema a resolver.

        El circulo vicioso creado y alimentado por el pensamiento es la practica del Apocalipsis en cuotas, puesto que es el pensamiento y sus soluciones [¿?] quienes han diseñado, esquematizado y creado la sociedad en que vivimos. Para demostrar esto bastaría con describir los problemas que nos aquejan como humanidad, y con ello además comprobaríamos que las profecías sobre el Apocalipsis algo de verdad guardan en sí.

        La retroalimentación del pensamiento hacia la idea, y el resguardo de esta última en la memoria para luego ser reformada con nuevas iluminaciones intelectuales, es la esencia del círculo vicioso de la mente sobre el cual se mueve la crisis del mundo. El pensamiento propone cómo solución su vieja y arcaica formula intelectual: teoría, doctrina, ideología, creencia, ideación de lo mejor con un maquillaje especulativo renovado -imprescindible para ser creíble- ante lo cual se rinde la humanidad para convertirse en seguidora de la propuesta intelectual del líder, lo que termina significando que la rueda de la ignorancia ha girado de nuevo y nosotros hemos comprado todos los boletos de la calesita psicológica, la cual nos hará girar nuevamente en la arcaica promesa y la vieja esperanza, todo lo cual se encuentra sustentado en el antiguo sueño que nos ilusiona con que mañana todo irá mejor [¿?]. La consecuencia subsiguiente de tamaño infantilismo psicológico es la desilusión. De modo que la pregunta que se impone a continuación es: ¿de que nos desilusionamos?

        El círculo vicioso de la ignorancia lo hemos inventado, creado, retocado, maquillado, reformado, lo hemos aceptado como la única alternativa posible -aunque siempre termine siendo un fracaso- por eso... ¿de que estamos desilusionados?... ¿del mundo?, ¿de los demás?, ¿de nosotros mismos?... ¿de que?

        Es obvio que las creaciones del pensamiento no le pueden dar solución al drama humano, lo que significa que nos debemos cuestionar ¿no existe una manera distinta de vivir? ¿No existe una acción de la inteligencia o sólo existe la reacción del pensamiento? ¿No tenemos la posibilidad de tratar con los hechos desnudos tal cual son sin la intermediación de la especulación intelectual? El mundo se despedaza y nosotros seguimos aplicando la misma formula intelectual que el pensamiento ha creado para solucionar los eternos problemas que el propio pensamiento ha creado. De suerte que una cosa queda clara con todo esto y es que no nos estamos haciendo los locos... somos locos ¿verdad? Pero a no preocuparnos, nos encontramos a salvo, nadie nos encerrará porque este esquema de pensar es el aceptado como... lo psicológicamente cuerdo [¿?].

El pensamiento tomó por asalto y se atrinchero en la mente  manteniendo cómo rehén a la inteligencia.

        El pensamiento es la única herramienta de la mente capaz de crear confusión y conflicto con la finalidad de sobrevivir y reinar sobre la inteligencia, la percepción, y anular al silencio. El análisis, la especulación, el argumento, el parloteo, la obsesión, la opinión, la interpretación, son las municiones que lanza el pensamiento para mantener vivas las explosiones que sustentan el ruido con que aniquila al silencio.

        Es innegable que mientras exista ruido en la mente el silencio estará ausente, y mientras el silencio se encuentre ausente la mente se encontrara privada de la inteligencia, puesto que la inteligencia no puede operar mientras el pensamiento se encuentre en actividad: el silencio es el hábitat de la inteligencia y sólo desde ahí ella puede operar. Cuando existe ausencia de movimiento en la mente, cuando el pensar se encuentra en reposo, o sea, en el estado de absoluta paz mental, es cuando florece la inteligencia y actúa sobre el presente activo.

        Siendo la inteligencia la fuente de la creación, es evidente que su accionar sólo puede funcionar en el aquí-hora, en el presente activo, lo que se convierte en la antítesis del pensamiento, este no puede ser creativo ya que mantiene su existencia apegado a los tiempos psicológicos del pasado y del futuro, de forma que el pensar se moviliza desde el pasado hacia el futuro y desde el futuro regresa al pasado, usando al presente como trampolín que le permite saltar el presente y como consecuencia toda y cualquier creación posible. El presente para el pensamiento solamente es tiempo para recordar o proyectarse, de modo que lo único no presente en el presente del pensamiento es el presente. El pensar se encuentra en el presente recordando o proyectándose, lo que significa que nunca esta presente en el presente, de modo que el aquíahora es solo un pasaje para transitar hacia las dos dimensiones psicológicas que abarcan al tiempo que no existe: pasado y futuro. Ello significa que la ausencia de presente en la mente la obliga al constante análisis del pasado porque supone en su creencia que así entenderá lo que ya sucedió y que ello dará como resultado obvio la comprensión de lo que esta sucediendo [¿?]. Mientras realiza este masoquismo intelectual la realidad continúa produciendo hechos que naturalmente la mente se perderá por estar ocupada en entender lo que pasó... y así hasta el fin de sus días.

        No ver la inutilidad de este masoquismo intelectual es desperdiciar el presente que en definitiva es lo único que se puede vivir realmente, puesto que el hábito al cual nos lleva esta masturbación mental es el de tratar constantemente de descifrar hoy lo que paso ayer, ejercicio que inevitablemente distrae a la mente de lo que esta pasando ahora, lo que a su vez será analizado, explicado y entendido mañana. O sea, jamás estamos presentes en el presente.

        Este vicio intelectual-psicológico en realidad es el simulacro de claridad con el cual el pensamiento intenta disimular su confusión y la consecuente ignorancia sobre la comprensión de sí mismo, puesto que el simulacro abarca el supuesto entendimiento pero... de lo que ya paso. Este mecanismo de retroceder la realidad al ayer no tiene ninguna relevancia en el presente puesto que en la práctica de la vida diaria ha quedado demostrado que dicho mecanismo no ha prestado ninguna utilidad para resolver los problemas y las desdichas que contiene el mundo presente.

        El presente, sus retos, desafíos y problemas, está sucediendo, aconteciendo  ahora, pero la mente se encuentra entretenida con la interpretación y el análisis del pasado, pero para que el simulacro aporte una supuesta luz al presente, el pensamiento propondrá soluciones pero... para el futuro.

        Innegablemente la vida y el vivir son algo dinámico, activo, vivo, que se encuentra en constante movimiento, lo que significa que cuando el pensamiento pretende aplicar su solución futurista a los problemas del presente, dicha solución queda obsoleta, porque en el hoy todo cambió. Este mecanismo nos termina demostrando que todo análisis, interpretación, con su consecuente conclusión realizada hoy para entender el ayer y dar soluciones a los problemas del presente que se resolverán en el futuro es nada más que la práctica de la ignorancia de la mente que no se conoce así misma y que ni siquiera puede percibir que lo único que ha obtenido con este mecanismo durante toda la vida es desilusión, incredulidad y desconfianza, con el consecuente sufrimiento y la desdicha que surge al descubrir que no se puede confiar en el líder, el gurú, el maestro, el sacerdote, el gobernante. En este punto aparece la inseguridad y todo lo que se obtiene es nada más que el temor al descubrir que estamos solos y que en nadie podemos confiar.

        Buscamos en quien confiar porque no tenemos confianza en nosotros mismos, lo que nos lleva a ser dependiente de todo aquello que auto consideremos nos puede dar seguridad para evadir el temor, y esta es la razón por la cual terminamos confiando en promesas y esperanzas. La falta de conocimiento propio es la causa del temor a la soledad, a la pobreza, a la enfermedad, a la oscuridad, a las tormentas eléctricas, al futuro, y en definitiva a la muerte. De este modo, de manera que el buscar refugio en una imagen, un líder, un culto, una doctrina, una creencia, un equipo de fútbol, con la finalidad de escapar del temor, refleja la total ausencia de conocimiento propio, conocimiento sobre sí mismo, conocimiento sobre el mecanismo del pensar, conocimiento sobre la causa por la cual nos agradan o nos desagradan las cosas, conocimiento sobre la causa de nuestros fanatismos, conocimiento sobre la causa por la cual adoptamos creencias, doctrinas, fundamentalismos o equipos de fútbol.

        Es innegable que la ausencia de conocimiento propio convierte a cualquier otro tipo de conocimiento en irrelevante porque se convierte en un simple instrumento de uso intelectual con el cual se pretende suplantar a la sabiduría, de modo que es usado con la finalidad de rellenar aquello que nos hace falta interiormente: comprendernos a nosotros mismos y como consecuencia a la vida.

        La ausencia de conocimiento propio es la fuente que propicia e incita al pensamiento a ocuparse de asociar ideas, alimento fundacional que hace surgir al temor. El temor se alimenta de la asociación de ideas, nace al comparar lo que conviene con lo que no conviene. El sentir que se esta insatisfecho con la vida, lleva al pensamiento a ver la inconveniencia que es el morirse, de modo que es obvio que se desea morir una vez que uno se encuentre satisfecho totalmente con la vida, y ello incita al pensar a la comparación de lo conveniente versus lo inconveniente.

        El no-conocimiento sobre sí mismo, o sea, la esencia de la ignorancia, es la fuente que inventa, crea y transforma a miles de deseos fútiles, en necesidades y en leyes de la vida. Pero en el fondo el ser humano sabe que eso no es ni necesario ni ley alguna, de modo que la contradicción entre lo que es y lo que se desea que fuera, incita al pensamiento a la especulación psicológica con la esperanza y finalidad que dicha especulación le de alguna seguridad ¿? -sobre lo objetivo y real que son sus deseos y lo necesario que es satisfacerlos para alcanzar la felicidad- puesto que ello le permitiría alejar la inseguridad que le produce dicha contradicción. La mente con ausencia de conocimiento propio debe llenar con deseos y necesidades el vacío que produce la ignorancia de suerte que no tiene otra alternativa que no sea el creer que la satisfacción de sus deseos la llevara sin escalas al paraíso o en su defecto encontrar la respuesta que contenga la solución de los misterios de la vida, para lo cual el pensamiento recurre a todo tipo de especulación intelectual-psicológica con la finalidad de encontrarse con dicha respuesta que, según supone, existe y que lo llena todo.

        Es obvio que la mente desconoce que aquello que lo llena todo no es una respuesta intelectual-psicológica, puesto que la satisfacción total solo se encuentra en una mente exenta de conflictos, confusiones, contradicciones, lo que significa comprender desnudamente lo que es. La comprensión desnuda es la respuesta que trae como consecuencia la satisfacción, la respuesta es la comprensión desnuda que satisface por eximir a la especulación intelectual-psicológica… causante de todo conflicto y confusión.

        Innegablemente toda respuesta intelectual es irrelevante ante la vida y el vivir, ya que ninguna respuesta de esta índole satisface ni trae paz mental elemento imprescindible para comprender es sólo el trampolín que da pie para que la propia respuesta se convierta en la siguiente pregunta. Una respuesta para dar satisfacción tendría que ser final, pero para ello la vida, el vivir y nosotros mismos tendríamos que ser algo fijo, inamovible, estático, incuestionable. En ese mundo muerto la respuesta intelectual encajaría perfectamente como solución final al enigma que sería la vida. Pero ni la vida ni el vivir ni nosotros somos algo muerto, fijo, inamovible, estancado; la vida, el vivir y nosotros, pertenecemos a la dinámica del movimiento, del cambio, de la transformación, no a la dimensión de lo inerte, de lo muerto, de modo que ninguna respuesta del intelecto es la respuesta. Pero sí lo es la comprensión de todo esto.

        La comprensión no es la traducción intelectual de lo que es, la comprensión es la visión desnuda sin interpretación de ninguna índole. Traducir intelectualmente lo que es, es la respuesta que da el intelecto a lo que no acepta, de modo que intenta modificarlo para que encaje en sus conveniencias e intereses, lo cual le permitiría tener seguridad, puesto que se da por sentado que solo lo que tiene claro el intelecto es verdad, lo que en la practica de la vida diaria termina por ser el temor.

        Tenemos el convencimiento de que el pensamiento tiene la capacidad para esclarecer todo, lo que nos a llevado a depositar en él -por sus conclusiones y respuestas- la fe de lo que es verdadero. O sea, si el pensamiento responde y nosotros quedamos conformes a raíz de que dicha respuesta se acomoda a nuestros intereses materiales, intelectuales o psicológicos, ello automáticamente lo adoptamos como verdad. La creencia que nace a continuación es la de estar seguros de que comprendemos, esa es la consecuencia lógica al aceptar la respuesta que nos conviene, pero ello obviamente ni nos hace comprender, ni es verdad.

        Ni el intelecto ni el pensamiento tienen la capacidad de comprender; ellos analizan, interpretan, concluyen, y se aprueban así mismos dando por entendido el hecho que desmenuzaron, de modo que la comprensión es suplantada por decisión del intelecto y el pensamiento por este entendimiento intelectual, lo que significa la ignorancia del intelecto y el pensamiento sobre la percepción y su capacidad para comprender.

        La percepción es la herramienta de la mente que tiene la capacidad de captar sin la necesidad del análisis, la interpretación, la conclusión o aprobación -previa o posterior- lo que significa ver lo que es, desnuda y cruelmente. El pensamiento analiza, la comprensión ve; el pensamiento especula, la comprensión percibe.

        La percepción prescinde del pensamiento para comprender, el pensamiento cree que debe analizar para comprender, de forma que al estar el ser humano sometido a la dictadura del pensamiento, le parece lógico que las soluciones que propone el pensar sean las únicas valederas y que tienen sentido, y esto provoca la despreocupación por el carácter transitorio de las soluciones reformistas que propone el intelecto y el pensar.

        Como el pensamiento y el intelecto esclavizan a la mente con un parloteo incesante sobre sus especulaciones analíticas, la misma se encuentra en un estado de trastorno académico con status de normal, lo que significa en la practica del vivir, ausencia de paz mental y locura permanente pero... permitida, lo cual es la fuente desde donde nace la solución que propone el pensar, de manera que se transforma en obvio que dichas soluciones jamás tengan carácter de duraderas y permanentes porque la mente que las propone carece de la paz necesaria para comprender el reto que la realidad le presenta.

        El pensamiento en su autodeterminación de líder de la comprensión ha intentado dilucidar el misterio que la vida es, además de plantear soluciones a los desafíos que surgen en el vivir, y en esa tarea -para disimular su ignorancia- ha diseñado distintas guías teóricas que ha intentado elevarlas al nivel de ciencia para darle carácter de verdad indiscutible, o de creencia con peso psicológico para que sean irrefutables. Ejemplo de esto último son las creencias religiosas, esotéricas, místicas, teológicas, espiritualistas, filosóficas, etc.; de lo primero, las psicologías, sociologías, filosofías, teorías políticas, económicas, sociales, culturales, etc. En este afán de esclarecer tanto nuestros dilemas existenciales como el dar soluciones a los problemas que él mismo ha creado en la realidad cotidiana, el pensamiento se perdió en el laberinto del análisis especulativo, convirtiendo a la mente en un mercado de ideas. Es ese mismo mercado quien crea el atolladero que entrampa a la mente impidiéndole percibir, ver, observar sin opciones, estar alerta desnudamente.

        El mercado de ideas internas ha condicionado a la mente a un amoldamiento mecánico que obedece a un pensar repetitivo, imitativo, automático, donde toda auto consideración se da por sentada que es así. Estas auto consideraciones especulativas son el sustento del amoldamiento, siendo el más común y vulgar de ellos la escala de valores.

        La construcción de la escala de valores es el sello final del amoldamiento de la mente a los puntos de vista fijos sobre el bien y el mal, lo justo e injusto, lo correcto e incorrecto, lo moral e inmoral, etc. Pero al ser el pensamiento quien elige los valores a ser respetados y tenidos en cuenta, cómo así también los defectos despreciables y desechables, es el propio pensar quien se limita a sí mismo al esclavizarse a su propia gestación auto valorativa.

        A partir de esta creación valorativa, cuando en la acción del vivir contradecimos uno de estos valores, la culpa y la condena martirizan a la mente a través de la tortura psicológica, puesto que sometemos a la mente a la contradicción entre lo que es y lo que debería ser. Nuestra acción fue hacia la izquierda, pero la escala de valores estaba en la derecha; el pensamiento se condena porque la acción lo contradijo, de modo que al no haber coherencia entre el pensar y el actuar la culpa y la condena se adueñan de la mente, el pensamiento se martiriza a sí mismo por saber que él creo para sí la ideación de lo mejor pero hizo algo distinto, o sea, por pensar una cosa y hacer otra. La acción ha contradicho lo establecido por el pensar, de modo que el propio pensar descubre que sus valores inamovibles son absolutamente flexibles, frágiles, endebles, inconsistentes, lo cual lo lleva al masoquismo psicológico; en vez de darse cuenta que sus autovaloraciones no tienen relación alguna con el vivir y la vida, puesto que ni el vivir ni la vida son entes rígidos, esquemáticos, inamovibles, fijos, muertos, el pensamiento elige condenarse y culparse.

        El pensamiento elige, determina y fija las pautas que él considera importantes, lo cual se convierte en el punto de vista que será regido por la escala de valores. Esto implica el amoldamiento de la mente a una pauta, a un molde, a un patrón de pensamiento fijo, estático, mecánico, automático, que sólo verá como agradable, simpático y amigable a todo aquello que se identifique con su manera de pensar, o sea, a todo y a todos los que piensen cómo él... Todo el resto ingresara en la categoría de enemigo o será desechado a la columna de la indiferencia.

        El establecer puntos de vistas fijos produce conflictos internos que se extienden hacia el exterior, terminando por dividirnos, separarnos los unos de los otros.

        Los puntos de vista individuales o colectivos teorías, creencias, ideologías, doctrinas son la cuna de toda guerra, de cualquier conflicto, de todo enfrentamiento, porque ello nos separa individualmente o nos divide en segmentos masivos. La guerra se produce porque un segmento considera su ideación de lo mejor como suficiente argumento para asaltar al segmento que no se somete voluntariamente a su ideación. Es obvio que el segmento asaltado se defenderá porque su consideración es la mejor, de modo que la ideación de lo mejor es la causa de toda guerra, y ello nos revela que la guerra en todo tiempo fue y es un enfrentamiento de ideas, lo que significa la confrontación de lo mejor en contra de lo mejor... obviamente idealmente hablando [¿?].

        Cualquier conflicto bélico que hoy examinemos nos permitirá comprobar que toda guerra es antes que nada una guerra de ideas sustentada en, lo mejor para el otro [¿?]... lo cual incluye la argumentación de cualquier terrorismo, puesto que su accionar es motivado por su ideal [¿?]... Toda acción bélica es motivada por la ideación de lo mejor, por lo que se piensa que debería ser, de modo que el suelo donde se siembra todo conflicto es en el terreno de la mente individual mucho antes que ella se traslade al terreno que se define como teatro de operaciones.

        El sin número de conflictos que mantenemos con nosotros mismos lo podemos ver reflejado en el mundo exterior, puesto que el mundo exterior es solo el reflejo del granito de arena que aportamos al conflicto generalizado.

        El pensamiento ha creado el problema, el propio pensamiento se plantea solucionarlo, y ello es el mayor impedimento para encontrarle solución, puesto que primero crea los intereses -escala de valores- a ser defendidos y luego actúa en consecuencia, lo que significa que, pautar lo que supone importante es en sí mismo el conflicto porque todo lo importante -para la mente- debe ser resguardado a cualquier precio. El panorama por lo tanto es que el problema y el consecuente conflicto están planteados, la guerra es el desenlace final.

        Hemos sobrevalorado al pensamiento sin ver -ni examinar- todo lo que él es capaz hacer y hacernos. A pesar de ello seguimos rindiéndole culto y usando sus argumentos para menospreciar al silencio y a la inteligencia que surge de él, lo cual es igual a confiar la paz del mundo a Bush y a Bin Laden.

        Diseñamos la vida con el pensar; el vivir cotidiano contradice nuestra ideación de la misma, pero retornamos al pensamiento para que encuentre el porqué las cosas no salen como nosotros deseábamos, de manera que hemos perdido toda capacidad para darnos cuenta que el vivir constantemente contradice nuestros planes psicológicos e intelectuales... Pero a pesar de ello seguimos depositando toda nuestra voluntad y fe en que sea el pensar quien resuelva nuestra vida. Pero el diseño que dibuja el pensar sobre nuestra vida es la confusión.

        Al diseñar una vida que esta fundada en lo que debería ser, es evidente que el pensar se encuentra en oposición a lo que es, al vivir y a la vida. Pensamos que la vida debería ser así, pero cómo no lo es... sufrimos... De modo que para no sufrir la mente debería optar por la única opción que nunca ha probado: dejar de especular y estar alerta a lo que es; ya que ver lo que es como es, libera a la mente de la especulación intelectual y, por lo tanto, del sufrimiento y el temor.

        La confusión y el conflicto se establecen en la mente como hábitos del vivir, lo cual es alimentado por el diseño intelectual-psicológico que dibuja el pensar con el formato de lo que se desea que fuera. La vida es, pero al contradecirla con lo que se desea que la vida fuera, el pensar por medio de la esperanza instaura en la mente el conflicto, la confusión, porque confronta a la realidad, a lo que es, al hecho, con algo subjetivo, abstracto, como es el pensar basado en el deseo de que la vida sea así, de acuerdo a como uno la proyecta, la ilusiona intelectualmente. Toda proyección intelectual es subjetiva; todo hecho es objetivo. El deseo del pensamiento de poner al mismo nivel de realidad, los hechos y las ideas, conduce a la mente del pensador a la imposibilidad de ver que ello es en sí mismo el conflicto, puesto que el esfuerzo y la energía que se desgasta en este malabarismo intelectual, centran al pensador en el pensamiento sobre sí mismo, lo cual obviamente disipa la energía que se necesita para penetrar y descubrir la esencia de la confusión, la raíz del conflicto, del parloteo, de la obsesión.

        El pensar es el ejercicio que produce en la mente la ceguera, lo cual no permite la visión desnuda de lo que es, porque el pensamiento en acción se transforma en la actividad única de la mente, de modo que el pensador no puede disponer de otra herramienta de la mente para tener claridad, percepción, libertad, puesto que el pensamiento en actividad es a la paz mental lo que la guerra es a la vida.

        El pensamiento juzga, condena, argumenta, teoriza, opina, supone, sugiere, cree, analiza, convence, especula, intelectualiza, sueña, ilusiona, proyecta, adoctrina, critica, etc., siendo estas las motivaciones que tiene para no cesar en su parloteo incesante-mente-permanente que ni siquiera le permite pensar en lo que piensa.

        Cesar la actividad del pensamiento significa para el pensador el fin de la existencia, es el sinónimo de locura con el consecuente temor, miedo, terror, ya que el pensar es lo único que conoce y lo realiza mecánica, automática y autistamente. El fin del pensamiento es para el normal de los mortales… la muerte. Pero en realidad el fin del pensamiento es el principio del silencio, no la muerte… excepto para el ego. El problema entre el silencio y el pensador surge a partir de la mudez del silencio, ya que este no tiene opinión o argumento alguno, de modo que el silencio, al no manifestar ni ofrecer ningún tipo de seguridad verbal, desconcierta al pensador que encuentra en su parloteo incesante su mundo conocido, o sea, la sensación de seguridad que da el saber que uno piensa […] Estúpido ¿verdad? El pensamiento intenta ofrecer todo tipo de seguridades a través de los eternos ensayos, teorías y presunciones intelectuales-psicológicas que desarrolla con la finalidad de encontrarlas. Como este ejercicio verborrágico de interminables malabarismos de palabras no lo realiza el silencio, el pensador termina por desecharlo pues lo asocia con la cuna del temor.

        Es así como el pensamiento da al pensador una sensación de total independencia puesto que se piensa a sí mismo como libre. Es obvio que el pensamiento que se piensa a sí mismo como libre no lo es puesto que tiene como prueba de ello su propia autoafirmación, necesitando de ello para auto convencerse, pero ninguna libertad necesita de auto evaluación, ni auto convencimiento, puesto que la libertad es. Cuando el mismo pensador que se considera libre desea liberarse del pensar -por cansancio, agotamiento, aburrimiento o frustración-   es el propio pensamiento quien se encarga de mostrarle su esclavitud al continuar con su actividad independientemente de los deseos de dejar de pensar del pensador, de modo que el pensador se encuentra atrapado en su propio enjambre que contradicen su teoría de libertad con la realidad que le muestra el pensamiento al manejar su vida -ya que él no lo puede hacer- cuando se supone que es el pensador quien maneja al pensamiento y no el pensamiento al pensador, lo que significa que el pensar se transformó en el pensador y el pensador se transformó en el pensamiento.

        Cuando esta mutación acontece el pensador le declara la guerra al pensamiento por un corto periodo hasta que se rinde, hecho que lo sumerge definitivamente en la ceguera puesto que ¿cuál es la posibilidad que tiene el pensador de descubrir que el pensamiento es el problema una vez que se ha hecho uno con él? Es obvio que el pensador ni siquiera sospecha que él y el pensamiento son lo mismo, de modo que ¿como se libera de aquello que ni siquiera sospecha y mucho menos ve como problema?

        El pensador embutido en el pensamiento se encuentra cegado frente al hecho que revela que el pensamiento ha envuelto y cercado a la totalidad de la mente sin dejar espacio ni lugar para ninguna otra actividad o herramienta que ésta pueda usar -su única y exclusiva actividad es pensar, o sea, parlotear u obsesionarse- de modo que la inteligencia, la percepción, la claridad, etc., solo serán palabras, nombres, que usará el pensamiento en su intención de transformarlas en sinónimo del pensar.

        Ante esta situación de confusión absoluta, la única opción para despertar es de índole exterior… una gran crisis. Sólo una gran crisis tiene la capacidad para desectructurar el esquema mental y el enjambre psicológico creado por el pensar. La crisis pone en jaque todas las verdades [¿?] creadas por la mente, cuestionando todos los valores y creencias que el pensamiento a elevado a nivel de suma importancia y a dimensiones de verdad absoluta. Son estos valores y creencias los que esquematizan y amoldan la mente y alimentan el parloteo, la obsesión y el miedo.

        Una mente parlanchina con el consecuente temor proporciona al pensador la ceguera absoluta para que el pensamiento pase total y absolutamente desapercibido como el creador y el factor esencial de todo problema; tanto interno como externo. El pensamiento obtiene frente al pensador un libertinaje absoluto que el pensador no puede controlar, siendo este mismo desvasaje y descontrol el fertilizante del miedo, lo cual nos lleva a la ecuación: a mayor pensar más miedo; a mayor miedo mas especulación. Esto constituye y sustenta el círculo vicioso de la asociación de ideas y el consecuente temor.

        El pensador, para entender el enjambre en el que se encuentra envuelto necesita de una tregua entre él y el pensamiento, y quien proporciona mejor que nadie este impas es la crisis, porque ella quiebra la rutina mecánica a la cual se encuentra esclavizado el pensador, de manera que ella lo obliga al cuestionamiento de la validez de sus argumentos, teorías, opiniones y creencias.

        La crisis no permite el continuar mintiéndose a sí mismo -razón por la cual todo el mundo la detesta- puesto que nos pone frente a lo que realmente somos y nos despoja de toda ilusión, sueño, esperanza, especulación, o sea, nos deja solos y desamparados ante lo que realmente somos, aniquilando lo que pretendemos y proyectamos ser.

        Toda crisis es desagradable porque desnuda nuestras miserias, mentiras y ventila la hipocresía de aquello que pretendemos ser. La crisis desorienta los esquemas y moldes intelectuales-psicológicos que sostenemos como verdades absolutas y certezas inmutables. La crisis revuelve, mezcla, arremolina los moldes psicológicos y los esquemas intelectuales, estableciendo como norma el desorden mental con la consecuente imposibilidad de poder tener una sola idea en donde apoyar la cabeza y seguir manteniendo la aparente cordura que representamos y pretendemos tener cuando la crisis esta ausente.

        En este estado de anarquía psicológica existe la única posibilidad de ver lo inútil del pensamiento como salvavidas de cualquier conflicto, confusión, desasosiego, desorden o maraña mental; además de la consecuente inutilidad para los momentos en que más lo necesitamos… salvarnos de la obsesión que tanto alimentamos como odiamos. La crisis es la posibilidad que nos brinda la vida para desechar por completo los esquemas intelectuales y psicológicos que perturban y nublan la mente e imposibilitan de esta manera el surgimiento de la inteligencia.

        El no desechar los esquemas y moldes psicológicos-intelectuales es permitir su retorno con renovación previa cuando la crisis se ha disipado, lo que significa que la oportunidad que la vida nos ha dado para demostrarnos que el pensamiento es el creador de problemas de nada servirá; con el retorno de la desdicha e insatisfacción consecuente.

        El temor a perder lo conocido alimenta en el pensador el desconcierto que produce la crisis puesto que ella desbarata, destruye y desvaloriza la escala de valores, aniquila la ideación de lo mejor, la creencia dogmática, la verdad de la doctrina [¿?], el idealismo utópico, etc., -todo lo cual hace al mundo psicológico conocido por el pensador-. Así, se teme de modo que el miedo es a la pérdida del reconocido y amoldado mundo mental obsesivo, que el pensador disfraza por medio de la representación de cordura y seguridad. Esto es lo que incita al pensador a regresar al mundo de la especulación, la suposición, el análisis, la proyección y la ilusión, además de alimentar la eterna y utópica esperanza de encontrar con el pensamiento la formula mágica-alquímica-esotérica que le de la respuesta final que solucione todos los dilemas y problemas, además de traer consigo la paz y la felicidad.

        El temor del pensador es a perder el pensamiento como guía del vivir. Aunque este -desde siempre- sólo le ha creado conflicto, confusión, problemas. Pero para el pensador lo único concreto, tangible, es el pensamiento.

        Para el pensador el silencio es su enemigo, para el pensador el silencio es el demonio, para el pensador el silencio es una mentira utópica inexistente, de modo que la verdad no tiene opción frente al dogma como el silencio no tiene opción frente al parloteo.

        La verdad se relaciona directamente con el silencio porque carece de argumentos u opinión alguna que la sustente o la justifique… ella no los necesita. La verdad no es una opinión, un argumento, una teoría o una doctrina, de modo que el pensador no puede encontrar la verdad en el pensamiento, necesita ir más allá de él, siendo obvio que aquello que esta más allá del pensar es el silencio.

        La verdad es una sin razón para el pensador, o sea, para el creyente, para el dogmático, para la mente adoctrinada, para el intelectual, para el científico lógico, lo que significa que la verdad es una absoluta sin razón para el parloteo incesante de la mente. La verdad no es verdad para el argumento porque, justamente, carece de uno de ellos para defenderse contra el argumento del pensador que niega su existencia. El pensador desea ser convencido, para lo cual lo único que funciona es el argumento, no el silencio; y es obvio que ningún argumento puede demostrar la verdad que guarda el silencio.

        El argumento es un invento que crea el propio pensador, el silencio no puede ser inventado ni creado por ningún pensamiento. El ser humano va hacia el argumento, mientras que el silencio adviene a uno, y esta es la razón por la cual la verdad termina siendo una sin razón para el razonamiento, lo que significa que vivimos en y de la mentira. Y ello será así hasta que el pensador no logre callar su mente, hasta tanto no vaya más allá del pensamiento.

        El silencio es, el argumento es un pensamiento con un discurso sobre lo que debería ser, lo que significa que sólo el silencio puede percibir lo que es, de modo que el sabio percibe mientras que el pensador inventa. Percepción es la visión desnuda de lo que es desde el silencio, argumento es el análisis y la justificación del pensamiento sobre lo que debería ser desde el punto de vista particular del pensador, lo que significa que el parloteo argumentativo de la mente es el discurso del argumento en su afán de reafirmarse así mismo como verdad irrefutable.      

        La verdad irrefutable que sustenta el discurso indiscutible del argumento [¿?] es el arquitecto psicológico que dibuja el molde de la mente en armonía con el ingeniero intelectual que es el encargado de armar la estructura mecánica, imitativa y repetitiva de la mente, lo cual constituye al pensador y su contenido.

        El contenido psicológico del pensador se basa en conclusiones, experiencias, creencias, teorías, suposiciones, etc., lo cual constituye la limitación del pensamiento puesto que el pensador no puede ir más allá de la información acumulada en su memoria. Es dentro de este contenido que se mueve el parloteo incesante de la mente y ello es la rutina del pensar.

        El argumento obviamente necesita de la comparación para encontrar los elementos que le den razón a su punto de vista, lo cual da nacimiento al juicio, la condena, el análisis, la especulación y a todo tipo de abstracción. Cuando la mente ingresa en el mundo de la comparación, al pensador se le abren las puertas del infierno por ser la comparación el mecanismo psicológico que inventa la ideación de lo mejor sustentado en su propia auto evaluación que determina las metas que el pensador debe conseguir para alcanzar al ser humano que el pensamiento diseñó como ideal.     

        El ser humano ideal que el pensamiento sueña con ser, se encuentra elaborado en la aritmética psicológica que logra sumar lo que debería, desea y le gustaría ser, para luego restarle a ello lo que es, dándole el idílico resultado de… eso seré en el futuro. La utópica aritmética que suma, resta, divide y multiplica papas con soja y el valor de las acciones en la bolsa [¿?], o sea, entre lo que somos y lo que debemos ser, es obvio que sólo existe en la mente del pensador, que considera que la comparación es el único ejercicio válido que puede demostrar que la esperanza de ser algún día lo que se sueña, nos puede llevar a ser los Pitágoras de la nueva matemática psicológica que logra sacar los resultados futuros de iluminación garantizada por el sólo hecho de creer que ello es posible. Es innegable que lo que somos es lo que es, de modo que cuando el pensamiento se proyecta en lo que el pensador sueña con ser, lo que realmente esta haciendo es sumar langostinos con guanacos, lo que obviamente dará como resultado un picurú.

        El resultado final de toda comparación -en el mundo psicológico- es cualquier cosa -un Picurú- o sea, algo que tiene nombre pero nadie sabe lo que es, lo cual sucede cuando analizamos lo que somos y nos proyectamos hacia lo que deseamos ser. Nos analizamos y nos encontramos imperfectos, de modo que ideamos lo que creemos que es perfecto, lo que significa que ideamos lo perfecto comparándolo con algún referente que auto consideramos como la representación de la perfección y a ello deseamos llegar, lo que -en el camino hacia esa meta idílica- nos transforma en un auténtico Picurú.

        El deseo de querer ser algo distinto a lo que se es, crea la ansiedad y la consecuente desesperanza por no haber llegado a lo que es la meta soñada, de modo que el deseo de ser algo distinto a lo que se es, en sí mismo es el conflicto psicológico porque tortura a la mente contra el paredón de la realidad, o sea, lo que somos. Nos desagrada lo que somos y como somos, para lo cual creamos el escape psicológico de lo que deseamos ser, lo que nos permite a su vez evadirnos de la aceptación de lo que simplemente somos.

        El permitirnos ser lo que somos nos abre las puertas de la comprensión y desecha todo complejo de inferioridad, toda violencia interna y todo temor. La lucha que liberamos para ser algo diferente a lo que somos -además de no llevarnos a ningún lugar- transforma a la mente en una maraña psicológica compuesta de ambición, deseo, envidia, egoísmo, vanidad, o sea, en egolatría narcisista, que en nosotros se transforma en individualismo autista que produce el miedo de toda mente hedonista. La constante búsqueda de placer inevitablemente produce en la mente el dolor, de modo que es necesario usar la imagen para disimular y esconder dicha insatisfacción.

        La insatisfacción que nos produce lo que somos incentiva -al parloteo de la mente- a esforzarse para encontrar alguna solución posible con la finalidad de acabar con la obsesión que nace de la ignorancia producida por el no saber que el pensamiento no es quien puede resolver este dilema creado por el mismo. De modo que la supuesta sin razón del silencio nos indica que debemos buscar la claridad en el pensar en el confuso barullo de nuestra mente [¿?].

        Hemos endiosado al pensamiento, el precio que pagamos por ello es la actual ignorancia. Hemos sembrado pensamiento, la cosecha que hemos obtenido es la obsesión y el parloteo incesante de la mente. Hemos desechado el silencio por inútil, lo que hemos obtenido es el mundo despiadado y cruel en que vivimos.

        La razón por la cual la mente no cesa de pensar es nuestra ambición y el consecuente deseo. La mente siempre piensa en relación con algo que ambiciona: material, sentimental, psicológico, emocional. Nunca la mente piensa en relación con nada; el pensamiento siempre esta direccionado a lo que la mente anhela, desea, ambiciona. La mente al ser vacía por naturaleza encuentra en el parloteo su conflicto, puesto que la obsesión desea llenar ese vacío con respuestas intelectuales las cuales colman a la mente de especulaciones, teorías, doctrinas y creencias, lo que significa que la mente está llena de nada pero confusa.

        El pensamiento transformado en teoría, doctrina, dogma, creencia, especulación, argumento u opinión, no puede rozar la naturaleza de la mente que es vacío celestial, de modo que ello sólo puede ser tocado por el silencio, ya que esta es la única herramienta que contiene la mente que es de la misma naturaleza que el vacío virginal.

        El vacío natural o reino de los cielos es lo que da claridad al pensar porque permite percibir la verdad, puesto que la verdad es el silencio percibiendo los hechos tal cual son, de la misma manera que es solo este tipo de mente la que puede amar ya que el amor es la acción que nace de la mente silenciosa. La percepción y la acción de una mente silenciosa es la claridad de la mente incontaminada por el proceso de pensar mecánico, imitativo, reiterativo y esclavo de un punto de vista, ya que el silencio es la única dimensión que la mente no puede manejar imponiéndoles sus intereses psicológicos, materiales, sentimentales, etc.                

        La negación del silencio ha permitido el ensayo generalizado de la locura como forma de vida. El parloteo incesante de la mente es el desayuno, almuerzo, merienda, cena, picada y la glotonería del diario vivir… ello es lo normal ¿?... de modo que solo nos restaría ser felices…¿VERDAD?.

        Hemos establecido el filo de la navaja como el camino por donde transitar la vida, para ello no hemos tenido otra opción que la de establecer la locura del parloteo incesante de la mente como la manera natural de ser [¿?]... lo que nos ha permitido autocalificarnos de seres humanos lucidos, académicamente correctos, intelectualmente iluminados y sabiamente preparados para gobernar, dirigir, liderar y opinar sobre como debe manejarse el mundo. Todo ello nacido obviamente desde nuestra confusión interior. De modo que lo único que nos resta es… ¡Tener Suerte!.

        Lo que podemos ver es que nuestras creencias, avales intelectuales y supuestas verdades, son nada más… que el ensayo sobre la locura, que practicamos en el diario vivir.

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