6 feb 2010

LA VIDA Y EL VIVIR

LA VIDA Y EL VIVIR

La vida contiene al vivir, el vivir no contiene a la vida. Nacemos, nos desarrollamos, somos educados, buscamos nuestros logros, deseamos, nos ilusionamos, anhelamos, codiciamos, demandamos, pretendemos, envidiamos, celamos, aspiramos, perseguimos, buscamos, ambicionamos, nos consumimos y perecemos en el vivir. Este trayecto, de la cuna al cementerio, es nuestro vivir en la vida. En el vivir somos educados sobre y en base a la ambición, porque toda la educación esta centrada en el logro, de forma que todo lo terminamos realizando con la finalidad de conseguir algo. Más amistades, más reconocimiento, más cosas, más títulos, más dinero, más prestigio, más éxito, más fama, más inteligencia, más correcto, más sabio, más, más, más y más. Nada puede ser hecho simplemente por que hay que hacerlo, ello significa perder el tiempo y el tiempo es oro, logro, conquista, trofeo, premio, ganancia, lucro, provecho. En otras palabras, todo nuestro vivir esta regido por la ambición, la codicia, la avaricia.

El vivir contiene las necesidades de alimento, vestimenta y techo, pero astutamente convertimos los deseos en necesidades y con ello justificamos el egoísmo y la avaricia. Como no comprendemos el proceso de la ambición, terminamos dependiendo y esclavizándonos a las cosas. Pero mientras exista la dependencia de las cosas para nuestra propia satisfacción mental, persistirá la codicia de más y más cosas que necesitamos; materiales, intelectuales, psicológicas o espirituales y ello creara más conflicto social, individual y caos.

De modo que es sólo la comprensión del proceso de la ambición quien nos liberara de la codicia y avaricia, que tanta desdicha y desgracia crean en el mundo.

La ambición es la particularidad que mueve y motiva al ser humano en el vivir y del porque vivir. Es obvio que miramos el mundo, el vivir y la vida, desde el contenido interior y ese contenido es ambición por donde se lo mire. Todo el vivir es lograr y por tanto, creemos que nos podemos adueñar de la vida de la misma forma que nos adueñamos de las cosas. La codicia, es obvio que da sus resultados en el vivir cotidiano, pero no tiene utilidad ni da resultado alguno para comprender la vida y sus misterios. La visión con la que miramos el vivir la trasladamos a la vida y por ello deseamos y ambicionamos a Dios, la Verdad, la Iluminación, la Comprensión. Pero al trasladar nuestra visión del vivir para comprender la vida, creamos y desarrollamos más conflicto y confusión en nosotros, puesto que la visión ambiciosa es caos, confusión y conflicto en sí misma al estar centrada en la posesión y el temor a perder lo poseído. Pero ¿de que manera nos podemos adueñar de la vida, poseerla? Ello es lo que el pensamiento quisiera pero se le hace imposible alcanzarlo.

Cuando vemos a la vida con la visión del vivir -concordemos que otra opción no tenemos mientras no nos conozcamos a nosotros mismo- la miramos como algo mas a conquistar, a poseer; la paz, la comprensión, la inteligencia, la lucidez, la iluminación, lo sagrado, lo inconmensurable, lo eterno, lo divino, Dios. Todo ello es objeto de conquista. De manera que nuestra ignorancia pretende hacer de lo desconocido algo a conquistar como lo hace con lo conocido. Intentar poseer lo desconocido es como creer que hablando del medicamento que necesitamos para curarnos de la enfermedad que nos aqueja, nos sanaremos. Pero es innegable que por mas que intentemos hacer de lo desconocido algo conocido -a través de la filosofía, la teología, la creencias, ello sigue siendo desconocido, de manera que la mente se encuentra imposibilitada para penetrarlo y, por tanto, de adueñarse de ello.

La visión del vivir solo puede juzgar, analizar o sacar conclusiones sobre las cosas trascendentales de la vida. Ese punto de vista no puede ir mas allá de su propia limitación que es la codicia, la avaricia, la ambición. Con esa mirada pretendemos comprender la vida, o sea, penetrar las cosas sagradas que el pensamiento no puede profanar, en otras palabras, no podemos desde la mirada del vivir ver la vida, pero el vivir se hace traslucido cuando lo miramos desde la vida. El vivir es una de las partes de la vida; la vida lo contiene. Nuestra existencia, en este planeta, surge en el vivir y en ese vivir cotidiano, trabajo, tenemos responsabilidades, nos relacionamiento, nos educamos, vamos formando nuestro punto de vista -lo cual se transforma en la manera que miramos el mundo- y con el juicio y el razonamiento preestablecido pretendemos e intentamos descubrir el contenido y los misterios de la vida.

Es innegable que no podemos, con el limitado razonamiento que tenemos, ir más allá de su contenido, vale decir, de él mismo, lo que nos lleva a plantearnos que elemento usaremos para poder penetrar lo insondable de la existencia, y es solo la comprensión de que no podemos ver la vida con el análisis con el cual juzgamos el vivir. Ello puede servir para el vivir, para relacionarnos en él, pero no podemos usas los argumentos del análisis para descubrir tal cual es lo trascendental, de manera que se hace imperioso el ver, el observar, sin juzgar, seleccionar u optar, o sea, es imprescindible la ausencia de movimiento del pensar en la mente, lo que significa la necesidad del silencio. Ver la vida desde el silencio es permitir que lo nuevo y desconocido se nos revele, es ver La Realidad y cuando vemos el vivir desde esa Realidad sembramos en nosotros la ausencia de conflicto, caos y confusión, lo cual lo cosechamos como paz y felicidad.

Mientras estemos presos a la visión ambiciosa y no comprendamos como ello afecta el relacionamiento humano, por nuestro afán de posesión, no comprenderemos que todos nuestros relacionamientos en el vivir es fricción, por la utilización que hacemos del otro, puesto que la posesión crea dependencia y dicha relación de dependencia no es otra cosa que la utilizan para la satisfacción y el provecho psicológico mutuo.

Todo el vivir es relación y para la mayoría esa relación se encuentra basada en la dependencia económica o sentimental. Esta dependencia crea temor porque engendra en nosotros el afán posesivo, lo cual se traduce en fricción, suspicacia, frustración. La relación que más nos afecta es la que contiene la dependencia de otro por ser el anhelo de satisfacción personal, puesto que se tiene la sensación de que el otro acrecienta la pequeña llama de plenitud que enriquece nuestro placer, que nos hace más despiertos y vivos. Y así, no queriendo perder esa fuente, terminamos temiendo la perdida del otro y de esa manera nace en nosotros el temor posesivo, con los consecuentes problemas que ello acarrea.

El vivir no existe sin la convivencia, pero lo hemos hecho en extremo angustioso por nuestra visión ambiciosa que no lleva a privarnos de compartir, porque el temor posesivo no lo permite. No siendo libres de ese temor posesivo pretendemos tener claro lo que es el vivir y la vida. El temor engendrado es la fuente que inspira el libro de nuestra vida y recurrimos a él para resolver todos los problemas, pues suponemos que encontraremos todas las respuestas. El pensar especulativo, dualista, posesivo, codiciosos, es la tinta que utilizamos para escribir el libro. Y este libro lo usamos como biblia para intentar unificar el vivir y la vida, pero este capitulo nunca tiene una edición final porque lo queremos redactar con el punto de vista que hemos adquirido en el vivir, lo que se transforma desde el mismo comienzo en lucha, caos, incoherencia, desconcierto y embrollo.

La vida al ser lo ilimitado y, por tanto, abarcar al vivir, no puede ser penetrada por lo limitado que es el pensar desarrollado en el vivir. El vivir lo hemos hecho basado en nuestras propias limitaciones e ignorancia y en ese mundo exterior vemos reflejada nuestras luchas, nuestra crueldad, nuestro egoísmo, nuestra violencia, nuestra ignorancia y nuestra maldad. Ese es el mundo hoy y ese es mundo proviene de nuestro mundo interior y con ese mundo interior nos relacionamos con los demás, lo cual conforma el caos y la desdicha del mundo.

No comprendemos la vida, pero somos ansiosos por arreglar el vivir cotidiano, donde concursamos como seres humanos todos los días. ¿Es posible esto? ¿Cómo nuestro punto de vista confuso e ignorante puede tener la solución para los problemas que aquejan al vivir? En el vivir podemos tener una cierta coherencia intelectual para expresarnos en el relacionamiento y para desarrollar puntos de vista, pero esa coherencia solo sirve para tener razón y, como sabemos, razón tiene todo el mundo ¿Quién no tiene razón de los seis mil quinientos millones de seres humanos existentes en el planeta? Esto nos explica que la verdad nace y puede ser percibida cuando no utilizamos la herramienta que arma y constituye la razón; el pensar. La verdad no puede ser construida por el pensar y cuando intentamos mirar la vida con el pensar, siempre terminamos pinchando el vacío con una aguja.

Nos aprovisionamos de una estructura de pensar adquirida en el vivir: puntos de vistas, argumentos, razones, escala de valores, juicios, condenas, elucubraciones, utopías, doctrinas, creencias, lo cual forma y conforma nuestro pensar. Con esa mente sobrevivimos y la insatisfacción que nos produce el mecanismo reiterativo e imitativo de la misma, nos lleva a preguntarnos si no hay algo más. Nacen así los cuestionamientos existenciales.

Tales cuestionamientos nos llevan a indagar en lecturas, charlas, conferencias y todo tipo de información sobre el tema. Todo lo cual lo absorbemos con la mente que fue adiestrada en el vivir, de modo que captamos de la misma manera que hemos captado la política, la economía, una materia en el colegio, y con ese entendimiento verbal guardado en la memoria empezamos a creer que sabemos algo sobre lo inconmensurable.

El vivir nos da un tipo de razonamiento que nos permite interpretar los sucesos y sus hechos, de la manera y forma que se nos antoje. Pero es obvio que a la verdad, a la vida, a lo sagrado, no la podemos someter a nuestro capricho intelectual con la formula utilizada en el vivir. Lo desconocido no puede ser sometido al anhelo posesivo de la ambición que nace de la inseguridad y el temor consecuente. Pero es inevitable que no intentemos adueñarnos mental-mente de lo sagrado porque ese es nuestro hábito al tratar las cosas. Toda y cualquier cosa que conocemos la intentamos poseer, ya sea intelectual, sentimental o económicamente. El hábito es poseer; lo sagrado no se puede.

El vivir condiciona y estrena nuestra mente para la competencia feroz que nos exige la sociedad; ser el primero en el colegio, en el deporte, en el arte, en la política, en los negocios, en el empleo (el empleado del mes: hay algo más horriblemente feo que esto) en lo profesional, etc., etc. Todo ello crea y alimenta el individualismo, el egoísmo, la vanidad, los celos, la ambición, el temor y la arrogancia, [todo lo cual compone nuestro mundo interior y ayuda a conformar nuestro punto de vista]. Con este bagaje intelectual nos aventuramos a buscar (no tenemos otro) pero es este mismo equipaje quien no nos permitirá encontrar porque para encontrar necesitamos estar libres del baúl de miserias humanas por ser la causa que nos limita para avanzar.

Las miserias humanas nos atan a nuestro mundo mental porque fueron creadas por el pensar con la finalidad de alcanzar un lugar en nuestro entorno. Liberarnos de ellas es sinónimo de perder nuestro entorno, porque para el entorno esa personalidad quimérica es la verdadera y con la cual nos identifican. Como esta concepción sobre nosotros que tiene el entorno la conocemos, surge el temor a cambiar por la perdida que suponemos vamos a tener de aquello -que así como somos- bien o mal lo poseemos y es parte de nuestra dependencia que además nos da cierta sensación de seguridad. Perderlo es sinónimo de perdernos y ante esta situación de desconcierto ¿en que nos apoyaremos? Ese es el temor.

Necesitamos de la dependencia porque no confiamos en nosotros mismos. Confiamos y creemos que el otro es imprescindible para nuestra existencia, aunque dicha existencia sea un infierno, de forma que el otro, sea como sea, siempre es un punto muerto para nuestros dilemas infernales y existenciales. Él no los puede ni resolver ni solucionar por nosotros. Lo que significa que aunque el entorno, el otro, este a nuestro lado, siempre pero siempre, estamos solos y ello es lo que no percibimos por conveniencia sicótica o por omisión voluntaria, lo cual siempre es temor. Este relacionamiento regido por el temor lleva a la dependencia y la dependencia retroalimenta al temor, de forma que se convierte en un círculo vicioso sin salida con consecuencias desastrosas para nuestro vivir porque nos obnubila, nos ciega y acrecienta la inconsciencia de lo pernicioso que es.

La dependencia del otro, al igual que toda dependencia, se funda, así, en último término, en el temor, en el miedo, el cual nos hace irresolutos, nos entorpece y nos lleva a ser superficiales y artificiosos, restringiéndonos y limitándonos a esa supuesta conveniencia que atribuimos a lo conocido, que es aquello que tenemos a mano y a lo que nos habituamos y atamos. En este sentido, lo que poseemos nos posee, y terminamos atrapados en un modo de vivir rutinario, sujetos por conductas habituales y por evasiones de todo tipo, intentando encubrir una insatisfacción que corroe interiormente y que no reconocemos o que no nos atrevemos a enfrentar. Dicha insatisfacción es el producto de ese temor y del proceso de la ambición que el mecanismo habitual del pensar supone. Esto crea conformismo y nos limitamos a la perspectiva que nos ofrece el vivir condicionado, porque es lo único que conocemos y nunca nos cuestionamos si no existe una manera distinta de ver y vivir.

Lo anterior supone la existencia de una atadura y una ceguera, y ello tiene lugar porque la mente no conoce una alternativa diferente para vivir, la mente no sabe qué o cómo sería el vivir sin lo conocido, y el aventurarse por allí deviene como inseguro, de modo que para ella, que es (condicionada como está) temerosa y ambiciosa, resulta siempre preferible una supuesta certeza (aunque tan sólo sea una suposición) a tener que dar un paso en el vacío… El temor y la especulación de la mente ambiciosa son las cualidades que nos retienen e impiden ir más allá de lo conocido, y en tanto permanezcamos en este terreno no existirá, obviamente, ninguna posibilidad de experimentar lo nuevo ni de vivir desde una perspectiva total lo que realmente es la Vida.

Miramos la vida con la visión que adquirimos y nos dio el vivir. Con esa visión ambiciosa, individualista y arrogante enfocamos nuestros problemas, conflictos, confusiones, desdichas y también los del mundo. Lo único que terminamos consiguiendo es tener razón, pero jamás una solución ni para el mundo ni para nosotros. El argumento, el análisis nos obnubila y termina por no dejarnos ver que: LA RAZÓN SIEMPRE CRUCIFICA A LA SABIDURÍA Y A LA VERDAD. No nos preocupa la sabiduría ni la verdad, nos preocupa nuestra histeria, nuestra obsesión y en base a ellas reaccionamos, creando el consecuente infierno en nosotros y en el mundo.

La educación adquirida en el vivir nos limita, el alimento que nosotros le damos nos amolda. Adquirimos en el vivir educación, cultura, tradición, a paso seguido alimentamos esa base intelectual con nuestros propios argumentos, teorías, conveniencias e intereses, vale decir, amoldamos nuestra mente creyendo que pensamos libremente, que somos libres pensadores, pero no percibimos que las ideas y argumentos que propiciamos como propios, fueron sacadas del molde social, eran y son las ideas que están de oferta en la sociedad. De esa manera LA VERDAD ES VOLATIL CON RESPECTO A LA RAZÓN PORQUE SE SUSTENTA EN UN HECHO DESNUDO SIN UTILIZAR ARGUMENTOS, OPINIONES O TEORÍAS SOBRE ÉL; LA RAZÓN ES MECANICA, FIJA, SE SUSTENTA EN UN HECHO QUE PUEDE SER INTERPRETADO ANTOJADIZAMENTE POR CUANTA ESPECULACIÓN EXISTE EN LA MENTE HUMANA. El hecho le da sustento al argumento, al análisis, y así, al hecho lo convertimos en idea. El hecho es indiscutible, el análisis es lo discutible, de modo que nunca estamos discutiendo hecho sino las ideas que le imponemos al hecho.

El vivir nos encierra en el mundo cotidiano, el cual es regido y gobernado por el pensar. La economía y los problemas sociales nos atosigan, nos envuelven, y a partir de ello planificamos la sociedad; la educación, la justicia, las leyes, las normas, los valores, etc. El súper poder mediático del periodismo alimenta la ignorancia, que encierra a la totalidad del vivir y la vida, en el 1% de lo que es la compleja existencia humana, vale decir, en la política. El 99% restante, de aquella inmensidad que es la vida en su totalidad, queda huérfana y aislada de nuestra existencia cotidiana, de modo que terminamos auto-convencidos que solo la política es lo importante e imprescindible en nuestro vivir y que ello resolverá nuestra búsqueda de dicha, paz y felicidad. Como esto se transforma en cultura y tradición, de la particular sociedad donde vivimos, adoptamos la forma y el esquema de pensar de la victima que no es responsable de nada. De nuestra desdicha, conflicto y confusión, siempre el culpable es el otro, los demás, la sociedad, el gobierno, el imperio, el mundo, la mala suerte o Dios. No importa quien, siempre el culpable es alguien, no nosotros. Esta visión es la que nos da y nos alimenta el vivir. Responsabilidad nuestra es no cuestionarla. Responsabilidad nuestra es no realizar una revolución absoluta en nuestro pensar. Responsabilidad nuestra es, nuestra desdicha, ausencia de inteligencia, paz y felicidad. De nadie más. ¡Lo que siembres cosecharas!

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