18 mar 2010

¿QUÉ BUSCA EL BUSCADOR?

Es imposible encontrar cuando lo que se busca es el resultado de aquello que florece del conocerse, comprenderse y aprender sobre sí mismo. La pasión debe estar puesta en conocernos y aprender sobre nosotros mismos, no en encontrar a la verdad, a Dios, a la iluminación, al amor, a la libertad, porque eso es el resultado, la consecuencia del habernos encontrado con nosotros mismos.

Buscamos a Dios de la misma manera que buscamos novia/o, o sea, primero bosquejamos a la persona ideal y luego salimos en su búsqueda, endosando todas las proyecciones que hemos inventado sobre una persona que simplemente nos agrada, lo que no significa que sea o se parezca a lo que nosotros diseñamos intelectualmente como el ideal de pareja. Con Dios pasa exactamente lo mismo, primero proyectamos sobre él lo que nosotros creemos o nos conviene que sea y luego salimos en su búsqueda. Obviamente jamás encontraremos a ese Dios que sólo existe en nuestra cabeza ideado, diseñado, moldeado y creado por nuestro pensamiento.

El amor, la libertad, Dios, la comprensión, la verdad, la iluminación, son la consecuencia de haberse conocido a sí mismo, de modo que el buscar lo eterno, lo inconmensurable, lo incontaminado, sin aprender primero sobre uno mismo, es una búsqueda vana, equivocada, estéril, pero todo buscador la prioriza por sobre el aprender sobre sí mismo.

Buscar la verdad como algo ajeno a uno mismo es buscar lo que no conocemos como si supiéramos de antemano que ella se encuentra fuera de nosotros y en algún lugar remotamente lejano, al cual accederemos por medio de un pensamiento mágico que surgirá milagrosamente en nuestra mente o por una fórmula esotérica que también encontraremos con el esfuerzo de no dejar de pensar y que servirá como llave milagrosa que abrirá la puerta del cuarto secreto donde se ocultan los mas grandes y sublimes misterios [¿?].

Buscar la verdad fuera de uno mismo es como desear encontrar ostras en el desierto. La búsqueda se torna infructuosa, rutinaria, cansadora, esquizofrénica, mutilante, porque se mueve en el círculo vicioso del pensar obsesivo: se intenta descubrir la palabra perdida [¿?] o la frase milagrosa [¿?]que libere a la mente de la obsesión buscadora y de la insatisfacción que trae el fracaso por no haber encontrado.

El buscador busca lo que no conoce como si lo conociera y supiera donde encontrarlo. Por eso decide emprender la aventura de la búsqueda evadiendo el aprender primero sobre sí mismo, porque cree que así ahorra camino y podrá para alcanzar la meta propuesta más rápido, considera que lo que no conoce se encuentra fuera de su mundo interior.

La invariable equivocación del buscador es que sale directamente a querer encontrar el premio que viene como consecuencia del juego del aprender sobre sí mismo. Pero para ganar el premio uno debe jugar y ganar el juego. El buscador no percibe que el juego es la búsqueda de sí mismo, que el premio es encontrarse, conocerse, aprender sobre sí, y la consecuencia es la verdad, Dios, la iluminación, etc.

Para el buscador el juego de la búsqueda es ir directamente a reclamar el premio, o sea, el encuentro con la verdad, con Dios, aunque no sepa lo que ello es. Así, cabe preguntarnos ¿cómo se encuentra lo que no se conoce ni tenemos a mano? ¿Cómo, si además no se sabe donde ir a buscarlo? Para encontrar el tesoro, sólo cuenta con la información guardada en su memoria y su especulación intelectual sobre Dios… lo cual obviamente no es Dios.

Todo lo que tiene el buscador es su propio mundo y nada más, y ese mundo interior ni siquiera lo conoce, de suerte que toda su búsqueda es azarosa: se trata de encontrar milagrosamente lo que supone fuera de sí, para obtener como resultado la paz, el amor, la verdad, la armonía, Dios, la iluminación. Como su búsqueda no se centra en su mundo interior, se entrega a todo tipo de prácticas exteriores que aparecen en su camino; esas prácticas constituyen vanas entretenciones que lo llevan a evadirse de sí mismo desperdiciando la oportunidad de encontrar lo que verdaderamente quiere, aspira y apetece fervientemente.

Pretender buscar la verdad dentro de uno como si ella fuera algo fijo, esquemático, establecido, también se convierte en una búsqueda infructuosa porque la verdad no es algo, no es una definición, una opinión, un argumento fijo, estable, estructurado o preestablecido. Simplemente debemos buscar conocer el mecanismo y el funcionamiento de nuestro pensar que hemos pergeñado para mentirnos a nosotros mismos. Las proyecciones que bosquejan la manera mas convincente para aceptar lo falso como verdadero, la mentira como verdad, y la miseria humana como virtud, son nada mas que el plagio del recto pensar, de la claridad que necesitamos para ser honestos con nosotros mismos. Al descubrir nuestras mentiras debemos abandonar el ejercicio de seguirlas practicando, y dejar de aceptar que lo falso es verdadero sólo porque hemos inventado una proyección psicológica para que nuestras mentiras nos permitan vender la imagen de lo que no somos a los demás. La práctica de ese ejercicio es equivalente a que todo siga igual, con las consecuentes quejas porque todo sigue igual a pesar del esfuerzo denodado y el exceso de voluntad que ponemos en la búsqueda.

Comprender la manera que tenemos de mentirnos a nosotros mismos, sin juzgar ni condenar dicho hábito, y luego no alimentarlo ni justificarlo sino actuar en consecuencia con lo que es verdadero siendo honestos con nosotros mismos, es el único camino espiritual que existe y trae como consecuencia el premio, o sea, Dios, la verdad, la libertad, el amor, la iluminación, la armonía o como le quieran llamar.

Cuando desechamos el hábito-costumbre que tenemos para avalar todas las miserias humanas como si fueran virtudes, surge lo verdadero y con ese mundo interior verdadero es obvio que siempre percibiremos lo que es tal como es. Nuestro problema para ver lo que es tal cual es reside en que el precio a pagar para vivir en lo verdadero es el abandono de nuestro mundo psicológico, que es narcisista, egocéntrico, temeroso, conflictivo, confuso y obsesivo, pero el único que conoce la mente. Abandonar ese infierno trae el temor paralizante de perder lo conocido, aunque sea la fuente del sufrimiento. El miedo a perder lo conocido es el freno que inmoviliza toda acción destinada a aventurarse en el mundo desconocido para la mente, o sea, el mundo del silencio, la paz, la cordura, la simpleza, la claridad, la percepción, la inteligencia, la dicha. Este es el mundo desconocido para la mente por que ella lo único que conoce es el conflicto, el narcisismo, la confusión.

Ese mundo confuso, conflictivo, narcisista, ególatra, es el que debemos conocer por que él es la fuente, la raíz, la causa, la esencia del sufrimiento y de la desdicha humana. Al conocer ese mundo infernal que arma el pensamiento, estamos en condiciones de saltar fuera de el, abandonarlo, para permitir que lo nuevo, lo eterno, florezca en nosotros. Pero mientras sigamos apegados a ese infierno conocido sólo porque nos da miedo abandonarlo, seguiremos en la rueda del eterno sufrir, que únicamente se detiene momentáneamente por matices de alegrías pasajeras.

La canción que dice que la tristeza no tiene fin, pero la alegría si, es la expresión de la más profunda y rancia ignorancia. Establecer que la tristeza no tiene fin es la sentencia y la condena eterna al sufrimiento al mejor estilo del dogmático religioso que establece lo falso como verdadero y luego lo convierte en ley del vivir. La tristeza llega a su fin cuando el hombre no teme aprender sobre sí mismo. La felicidad no tiene fin, la tristeza es algo pasajero mientras uno no se encuentra a sí mismo, pero en aquel que se realizó a sí mismo, en aquel que se encuentra satisfecho con la vida, la tristeza no existe; o sea, la tristeza es la única que tiene fin.

Lo eterno es la felicidad porque cuando ella adviene a uno jamás lo abandona. La persona narcisista, conflictuada, sólo sabe de pequeñas alegrías, a las cuales confunde con felicidad y por ello termina diciendo que esta tiene fin. La alegría tiene fin, el sufrimiento tiene fin, porque uno y otro son gatillados por motivaciones, sentimentalismos e intereses creados por el pensamiento. Mezclamos e igualamos a la alegría con la felicidad porque no conocemos la felicidad, pero esa mezcla e igualación permite que nos engañemos para concluir que ella tiene fin, de modo que la tristeza queda sellada en nuestra vida como algo inalterable; si debemos someternos y resignarnos a ella, no podremos transformar nuestro conflicto, confusión y temor, no podremos transformar nuestro sufrimiento.

El buscador busca a Dios o a la verdad con la finalidad de dejar de sufrir, o sea, no busca la verdad, la iluminación o a Dios sino que busca la fórmula que lo libere del sufrimiento, y a esa fórmula la llama Dios, verdad o iluminación. Por razones culturales, de tradición, de educación, supone que Dios o la verdad tienen la capacidad para liberar a cualquiera de cualquier cosa, entonces sale en su búsqueda con la finalidad de encontrar a quien lo libere de su sufrimiento, por ello considera que es una pérdida de tiempo buscar dentro de sí mismo; aprendió que Dios vive en los cielos, lo que supone que vive fuera de él.

Lo que el buscador ignora es que el sufrimiento que padece y del cual desea liberarse fue diseñado, establecido, y realizado por su propio pensamiento, de suerte que es la propia comprensión de su mecanismo de pensar lo que lo liberará de la desdicha que padece. O sea, que es el conocimiento de sí mismo la llave esotérica que lo liberará del circuito de desconsuelo, amargura, desolación, abatimiento, angustia e insatisfacción, y no la búsqueda de sus suposiciones sobre Dios o la verdad, porque ello es parte del juego especulativo de su propio pensar, es nada más que otro auto-gaño.

El mecanismo de pensar que uno usa para mentirse, que crea el ego y alimenta la vanidad, los celos, la ambición, el egoísmo, el resentimiento, la envidia, la avaricia, etc., no fue creado por Dios, ni por la verdad, ni por la iluminación; fue creado por nosotros mismos, de manera que somos nosotros mismos quienes lo debemos descubrir, comprender y abandonarlo para vivir en lo verdadero, lo cual da como resultado la felicidad, la verdad, la iluminación, Dios. O sea que el auto-conocimiento es la llave que abre la puerta del cuarto de los misterios, la palabra perdida, el mayor milagro, y trae como consecuencia la dicha absoluta de la iluminación por ser quien nos revela la felicidad de saber como somos, quienes somos y qué somos.

Si desea la respuesta a eso último estoy dispuesto a revelársela -aunque dudo que a su ego o a su narcisismo le guste y le agrade-, esa respuesta es…NADA.

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