17 mar 2010

RELIGIÓN IV

Ser religioso es ser la religión caminando por la calle, fuera de toda postura intelectual sustentada por creencia alguna y por ideal que sustenta pautas y patrones de pensamientos que fijan reglamentos a cumplir y meta a conquistar. Ello simplemente es ambición, de modo que se transforma en la negación de la religión porque no existe la ambición moderada, buena y virtuosa; la ambición conforma la esencia de la miseria, la violencia y la crueldad humana. Toda ambición es la negación de Dios, de la verdad, por estar basada en la posesividad. Toda posesividad es obsesiva, es enfermedad mental por degenerar la inocencia natural y, por lo tanto, lo sagrado de la mente. La ambición es el motor que frena todo progreso humano por infectar la cualidad y calidad de la mente humana, donde se hace imprescindible la sanidad para la racionalidad y la claridad en la mente. La ausencia de sanidad infectada por la ambición crea e inventa la guerra y la crueldad subsiguiente. Obvio que la ambición jamás será una virtud, y en consecuencia es, la negación absoluta de la religión y de Dios ¿verdad?

Es evidente que la ambición encarcela al ser humano en la ignorancia, de forma que lo limita al ingreso en la sabiduría, porque la ambición para justificarse inventa seudo necesidades que la llevan a la ceguera de la realidad, y la sabiduría es el descubrimiento y la comprensión de la realidad de instante en instante. La ambición niega la sabiduría en el ambicioso por su búsqueda de éxito y poder, y son los desdichados, los infelices, quienes buscan el poder y la fama, como forma de escapar de su propia desdicha.

El pensador ambicioso produce un desligamiento entre la comprensión y la vida, entre la memoria y la inteligencia, porque está obligado a buscar refugio en la proyección del pensamiento subjetivo, el cual es capaz de idear la eternidad que necesita su mundo psicológico, ya que la muerte es el fin de todo y, por lo tanto, de su existencia ambiciosa, de modo que debe proyectar la prolongación de su vida por medio del ideal de eternidad. El problema surge porque la eternidad no es un ideal, y él lo sabe, lo que suscita la búsqueda exterior de seguridad a través del consumo, con lo que intenta calmar la sensación permanente de carencia e inseguridad interior con el fin de alejar la muerte hasta tanto no se sienta satisfecho con la vida.

La mente y el pensamiento ambicioso es común a la humanidad, de manera que ambicionar lo espiritual es tan común como la ambición de lo material; lo cual es aprovechado por toda creencia, ideología o doctrina, para trasformar esta miseria humana en una noble causa. Ello es apreciado por el ser humano porque le permite esconder su realidad interior detrás de la causa altruista. La mente ambiciosa no esta basada en virtudes y valores perennes sino en intereses espirituales o materiales codiciosos, de modo que jamás puede ser una mente religiosa o ayudar a construir religión alguna quien este poseído por la más mínima avaricia, fama, poder, ambición.

Al ser la memoria una capacidad que puede acumular y almacenar información, para que luego el pensamiento use esa información para analizar, asociar, comparar y calcular, se hace incuestionable la ausencia de inteligencia en la mente ambiciosa, puesto que la inteligencia es lo que le da luz a la memoria y no hay luz en una mente que intenta transformar la lacra de la ambición en virtud, ya que la mente que inventa virtudes y luego se las impone para superarse así misma, termina por considerar a lo falso como verdadero, siendo todo este mecanismo de pensar nada más que asociación, comparación, análisis y calculo, o sea, simple memorización. El mecanismo de pensar ambicionando, es nada más que la máxima corrupción del pensamiento, ya sea que ambicione a Dios o bienes materiales, porque la mente que inventa razones para ser algo o alguien no es nadie. La mente que intenta ser pacifica es porque es violenta, de la misma manera que la mente que intenta ser humilde es porque es codiciosa, orgullosa, avarienta; y es obvio que ello no es sinónimo de inteligencia ¿verdad?

La mente ambiciosa no puede ser religiosa porque no percibe que lo realmente importante es saber cómo vivir, cómo ser libres, lo que significa el saber cómo librarnos de toda la desdicha, desgracia y confusión del presente, no como conquistar, adquirir, tener, llegar, obtener, porque ello alimenta y acrecienta el conflicto y, por lo tanto, la desdicha y el consecuente sufrimiento, de modo que una mente religiosa es aquella que comprende que religión es la comprensión del pensador, no la satisfacción de las miserias que crea el pensamiento. La satisfacción de miserias que crea el pensador es el truco para evadir la realidad, lo que es, de suerte que ello jamás le permitirá ser libre de su lastre psicológico por estar anclado en el deseo del devenir, lo que debería ser, lo que desea que fuera, etc. Esta es su propia limitación para ser libre de la desdicha, porque ello no existe, sólo existe lo que es, y cuando se intenta encontrar lo que no existe es innegable que lo que encontramos es decepción, depresión, esquizofrenia y más confusión. Pero ahí están las doctrinas y creencias para invitarnos a que nos dediquemos a buscar todo lo que no existe: seguridad, lo que debería ser, muerte segura, vida invulnerable, etc.

La cultura del consumismo no es otra cosa que el mundo de las gratificaciones objetivas, con lo cual se intenta sustituir, con la adquisición de objetos materiales o arquetipos espirituales, la ausencia de vida interior dichosa y feliz, lo que significa que se hace con el fin ultimo de prolongar la vida y evitar la muerte, hasta tanto no alcancemos esa vida interior total. El buscar gratificaciones sustitutivas de nuestra desdicha, es la expresión de la insatisfacción, lo cual convierte a la cultura del consumismo en una ecuación monocorde: consumo + poseo + estoy seguro = prolongo la vida. Esta cultura del consumismo posmoderno es producto de la colaboración que realizó la religión organizada a partir del constante incentivo a sus adeptos y al resto de la humanidad a consumir sus gratificaciones subjetivas, las cuales al no dar el resultado esperado, por no encontrar la satisfacción con la vida, los adeptos y la humanidad se volcaron a las gratificaciones sustitutivas de cualquier índole y clase. El resultado de ello es la posmoderna cultura consumista.

La mente ambiciosa es quien inexorablemente lleva al ser humano al consumismo, y esa mente que ha sido incentivada y educada, por todos los estamentos sociales para ser codiciosa, es la que terminó produciendo la cultura light del consumismo banal. Es notoriamente incuestionable que dicha mente sólo puede producir la negación de Dios en la práctica de la vida diaria, pero también puede producir la ideología de la inmortalidad, ya que esta creencia doctrinaria sugiere que para ser alcanzada es imprescindible la prosperidad eterna. Esta inmortalidad es el sinónimo de eternidad y futuro para la mente con ausencia de inteligencia, ya que no puede percibir que el futuro en una mente inteligente es privarse de la eternidad porque la vida y la eternidad son aquí-ahora, no mañana. La prueba de que la vida es ahora, hoy, es la muerte porque todo lo que muere no tiene ningún futuro, ya que su espacio, su tiempo y su presencia están limitados por su existencia cronológica, lo que significa que carece de futuro.

La intelectualidad religiosa es quien ha desarrollado estas ideologías de eternidad suspendidas en el futuro con el fin de dar esperanza y consuelo a las identidades independientes que necesitan de un refugio después de la muerte, lo que ha significado el alimento del miedo, no su trascendencia.

La propia creencia por parte del ser humano de que existe en nosotros una identidad independiente es falsa, pero facilita proyectarla psicológicamente hacia el futuro con el fin de encontrarse con ella más adelante, lo que además permite el no tener que enfrentarse así mismo hoy porque existe la eternidad prometida ideológicamente. Esta acción la realiza el miedo a través del pensamiento en su vano intento de reprimir y negar la muerte, ya que todo tipo de identidad independiente necesita del futuro para mantener la esperanza de que la muerte no es hoy [¿?]. La religión ideológica al crear y alimentar esta noción de existencia de individualidad independiente, al asegurarnos que somos creaciones únicas de Dios, ha dado rienda suelta a la instauración del narcisismo en el hombre y el consecuente establecimiento del individualismo ególatra en la sociedad. Es manifiesto que la individualidad independiente es nada más que un supuesto psicológico ficticio, subjetivo y abstracto, instituido por la mente banal, que consiste en lo que creo que soy, a lo cual nosotros lo conocemos como ego.

La presencia del ego supone en nuestra vida la existencia de un testigo que es independiente de nosotros, el cual le transferimos inconscientemente la tarea de diseñar nuestra vida. Esta entidad psicológica busca ordenar la mente de la misma manera que lo pretende la psicología, la política y la religión desde las pautas de la razón, la lógica; mundo que esta limitado a la memoria y su contenido. La intención de la psicología y la religión es la de construir estructuras y esquemas mentales que le den al ser humano la sensación de orden interno. Este trabajo lo toma el ego para su supervivencia alimentando la ignorancia, ya que el ego y quien lo posee son lo mismo, porque no existe ningún testigo independiente del pensador. Toda la responsabilidad del pensamiento es del pensador y no de una entidad psicológica supuestamente independiente.

La religión, la psicología, la educación, la política, las escuelas espirituales y cuanta institución contenga la sociedad, han dedicado toda la existencia a promover al ego como ente indispensable para el vivir y la vida. El ego es quien crea las doctrinas, creencias y demás dogmas, siendo todo este enjambre intelectual quien más daño le produce al mundo. Es obvio que el ego no tiene nada de humilde y virtuoso pero ha sido el aliado eterno de cuanta creencia y doctrina han surgido en el mundo, de modo que la religión jamás se atrevió a desnudarlo por la conveniencia que significa el tener simpatizantes y adeptos a sus cultos y a sus puntos de vista exclusivos.

El ser humano transformado, que está exento de una mente contaminada por el ego -la cual intenta sostener sus argumentos a través de puntos de vistas exclusivos y dogmáticos- no pretende sostener ni legitimar ninguna visión especial del mundo y de la vida. La mente egocéntrica legitima y confirma la necesidad de un punto de vista de la vida y del mundo -visión sostenida a través del consenso que tiene la mentalidad colectiva- lo cual es promovido por el miedo-ego con el fin de darle sentido a su vivir y a su vida. Esta promoción ideológica de visión especial muestra cómo el miedo-ego promueve la ignorancia a través de la identificación del pensamiento con sus motivaciones, sensaciones, emociones, sentimientos, intereses, deseos y ambiciones insatisfechas, que se van presentando en la mente en el transcurso del vivir. El ser humano percibe como amenaza al equilibrio de la mente y de la existencia del intelecto si no lo sostiene algún tipo de muleta psicológica en la forma de mamotreto intelectual que contenga promesas y esperanzas placenteras a su mente banal. Cuando la religión satisface la ignorancia del hombre por medio de algún mamotreto sagrado [¿?] anula la visión de totalidad que es necesaria a todo religioso, de modo que en este ministerio intelectual la religión deja de ser religiosa, convirtiéndose en un exponente especulativo más en la promoción ideológica de su particular visión especial, la cual obviamente es limitada por la propia cualidad del pensamiento sectario del pensador que la desarrolla; ello es lo que alimenta la ignorancia y la consecuente desdicha.

El propio hecho de pensar a Dios como creador de la vida es la máxima herejía que puede expresar la ignorancia del pensamiento, ya que Dios para crear tenia que estar vivo, de modo que en Él ya existía La Vida, lo que significaría en todo caso, que La Vida le dio vida a Dios y este la reprodujo, porque lo contrario seria pensar que Dios creó la vida sin tener Vida Él primero, o sea, la creo desde su muerte y la nada. ¿Estúpido verdad?

Es obvio que nada puede existir fuera de la vida, de modo que la vida es Todo. Todo esta dentro de ella, lo que significa que nadie la puede crear si primero no esta vivo para hacerlo. La vida, por lo tanto, es una unidad y totalidad en su naturaleza, de forma que el supuesto creador tiene en sí la naturaleza que simplemente reproduce. El separar a Dios de la vida es el intento del intelecto que no comprende la vida, por ello le inventa un creador al cual puede describir, de modo que esta falta de comprensión transforma al propio intelecto en la barrera para develar el misterio de la vida por medio del enlace con lo desconocido sin la necesidad de intermediarios intelectuales. Es innegable que la creación de Dios como creador de la vida le da razón a la interpretación y, por lo tanto, un valor desmesurado al intelecto por haberse atrevido a sacar a Dios de su propia naturaleza para convertirlo en creador de lo mismo que ya era: La Vida.

El Creador es la Creación porque La Vida y Dios son lo mismo, ya que no se puede pensar a Dios diferente y separado de la Vida, porque a la vida no se le puede añadir ni sustraer nada: nada puede tener existencia fuera de ella. Lo que se manifiesta en la vida es obvio que tiene la misma naturaleza que ella, porque sólo la vida le da nacimiento a la vida: ¿No puede ser de otra manera verdad?

Lo que se manifiesta contiene un detalle; en ello existe causa y efecto, puesto que la manifestación es la multiplicidad de las cosas de la existencia. Lo único sin causa y efecto es la vida misma. Lo que se manifiesta surge como extensión de la vida.

La comprensión del misterio que la vida es, requiere no separar a la mente de la vida, no intentar examinarla como algo separado y distinto de ella, porque al separarse de su fuente y naturaleza original crea su propio límite y limitación frente a algo que es ilimitado como la vida. Evidentemente que lo limitado no puede ni tiene condiciones de penetrar a lo ilimitado. La separación que intenta la mente de su naturaleza original para comprender la propia naturaleza original, o sea, la vida, es la paradoja que impide la comprensión y, por supuesto, crea la dualidad, la confusión y el conflicto, lo cual se complica mucho más al querer comprender la multiplicidad de lo manifestado; el universo, la naturaleza, la sociedad, el ser humano, el pensamiento.

La limitación puede conocer sólo la medida que la limita, de modo que cuando la limitación llega al extremo de su medida, es cuando la mente tiene la posibilidad de percibir porque el intelecto se encuentra encerrado en su propia limitación; desde este punto hacia adelante esta la libertad de la mente, y esta es la tarea de la religión: ayudar al hombre a ser libre, no a esclavizarlo a una creencia

0 comentarios:

Publicar un comentario