17 mar 2010

RELIGIÓN V

La religión ha desperdiciado su papel de liberadora de las esclavitudes psicológicas y seudo espirituales que apresan a la mente humana cuando abandonó el autoconocimiento como camino de emancipación redentora. Al remplazar el conocimiento de si mismo por el sometimiento a una creencia, se vio obligada al simplismo de prometer la felicidad para después de la muerte, o sea, a promesas y esperanzas futurísticas que debían servir como soportes psicológicos para el diario vivir del ser humano, de modo que el Reino de los Cielos ya no estaba dentro de nosotros, sino en algún lugar que tendremos que encontrar después de nuestro final en este mundo. Esta ausencia de autoconocimiento de sus líderes, gurúes, sacerdotes, rabinos o como deseen denominarse, los obliga a fortalecer, engrandecer y reforzar la doctrina con dogmas, culpas, condenas, amenazas y castigos de toda índole de la divinidad sobre los hombres, lo que dejaba suponer que estos vicarios de lo divino conocían la mente de Dios, sus designios y sus puntos de vista. Evidentemente esta visión dio como resultado el mayor criadero de duda, agnosticismo y ateismo de la historia humana.
Es natural que así sea, puesto que, ante terribles injusticias Dios no actuaba para corregirlas como se había prometido; el final obviamente fue la desilusión. La incomprensión de la conducta de Dios frente a la promesa de su castigo inexorable ante los pecados e injusticias que se cometan, hizo dudar al hombre de ese Dios colérico y vengativo, que ante las grandes crueldades humanas jamás castigo a los responsables ante los ojos de la humanidad. El hombre dudo, y dudo de este tipo de Dios, pero como no conoce otro, entonces opto por la desconfianza, o el agnosticismo y el ateismo.
El marketing, la publicidad y la propaganda de Dios difundida por el mundo, es la de este Dios colérico y no el Dios de Amor de Jesucristo, de manera que en el mercado del mundo religioso, el Dios, tan irritante como cualquier ser humano, se quedó con el poder del universo [¿?], pero la justicia prometida ni los creyentes, ni los desconfiados, ni los ateos, ni los agnósticos ni los que restan, -o sea, ningún ser humano- la ven todavía. Existe la posibilidad de que aquellos que más sufren, los que mueren de hambre junto a sus hijos y los otros que ven morir a sus hijos por desnutrición, los que son explotados, sometidos, humillados, bombardeados, las victimas de las guerras preventivas, las victimas inocentes del terrorismo, los descartados definitivamente por el mercado, sean los castigados por Dios a raíz de causas que nadie tiene la capacidad ver, percibir o comprender, de suerte que la confusión sobre lo justo, equitativo y cuerdo de este tipo de Dios, sigue vigente. En definitiva, la religión sigue teniendo guardado en alguna biblioteca y escondido en algún libro sagrado al Dios de amor de Jesuscristo, mientras el Dios que no comprendemos sigue gobernando el mundo y el universo. Esta es la oferta de Dios que la religión organizada nos obliga a consumir; de ahí el alejamiento y el conflicto del ser humano contra la religión organizada: la gente sigue siendo creyente pero no obedece las directivas de sus cúpulas gobernantes. La religión hace siglos que dejo de ser religiosa, espiritual y de tener alguna utilidad para que la humanidad pueda tener una vida más dichosa y feliz.
La religión se encuentra atrapada en sus propios laberintos intelectuales, que en vez de aclarar oscurecen la racionalidad y anulan la percepción intuitiva, dejando en el desamparo absoluto al ser humano en su búsqueda de respuestas a sus preguntas existenciales. Esto a llevado a la religión a quedar atrapada en la mundanalidad de la lucha estéril de mantener a sus adeptos y el intento de conseguir nuevos, mediante la discusión con los demás sistemas expresivos en donde los intelectuales de la religión inventan y crean argumentos cada vez más conservadores, arcaicos, medievales y primitivos, con el fin de reforzar y salvaguardar sus posiciones ideológicas, que solo ellos y un grupo de seguidores ultra conservadores consideran como la verdad absoluta.
La mundanalidad y lo profano siempre atrapan a la religión cuando la religión se vuelve profana y mundana en el despliegue propagandístico y mediático que realiza para mantener o ganar adeptos por medio del análisis y la interpretación intelectual de los hechos. Al convertir los hechos en ideas, la religión transfiere la importancia a la idea, al pensamiento, de modo que el hecho se pierde en la interpretación intelectual, y el ser humano pasa a discutir la idea porque, obviamente, un hecho es indiscutible. El ejercicio constante de transformar los hechos en ideas, no sólo transforma al hecho en subjetivo y especulativo, sino que también transforma la atención que el hecho necesita para ser comprendido puesto que el pensamiento analítico evidentemente le da importancia a la idea, al pensamiento sobre el hecho y no al hecho en sí, al hecho desnudo. Cuando la religión ingresa en el mundo de la discusión intelectual de los hechos, se mezcla y se confunde con la burocracia expresiva, en donde la verbalización es lo importante, no el hecho. Esto obviamente que hace banal y profana a la religión por ingresar en el hábito costumbre de evadir los hechos y dedicarse a la especulación intelectual.
El esfuerzo de conservar su verdad absoluta, a través de convertir los hechos en ideas, obliga a las cúpulas religiosas a optar por una posición ideológica conservadora-fascista o por una renovadora-progresista, de manera que este posicionamiento inevitablemente divide a los propios militantes del dogma por obligarlos a optar, a elegir; en consecuencia ello crea el conflicto dentro de la propia organización religiosa y mayor grado de alejamiento de la sociedad.
La religión no es una idea, de modo que el centrarse en la producción de teorías para defender puntos de vista intelectuales, la convierte no en una forma de vivir sino en una muleta ideológica que sostiene la confusión psicológica producida por el enjambre intelectual que producen las preguntas existenciales y las respuestas finales, prometidas pero no cumplidas ni resueltas. La religión es espiritual cuando es una forma de vivir, lo otro es una actitud de imagen egocéntrica protegida por el sello que da el pertenecer a algo.
Nos identificamos con algo para tener la sensación de seguridad que brinda la pertenencia, porque ello nos aleja de la soledad que tenemos y de la cual deseamos escapar. El pertenecer a algo, a un grupo, una institución, una nación, nos facilita la construcción de esa imagen propia narcisista que arma el pensamiento a contracorriente de una forma de vida simple, sencilla, humilde, la cual obviamente no necesita de muletas ideológicas ni de construcciones de imágenes egocéntricas que aparenten ser lo que no se es. La pertenencia a una institución religiosa nos sella como creyentes, como religiosos, como dedicados a la espiritualidad [¿?] lo que no es sinónimo de que lo seamos, ni que ello evite la construcción de la imagen propia.
La imagen psicológica que formamos de nosotros mismos y la pertenencia a algo nos obliga a resguardarlo, protegerlo, para que no sea herido, dañado, destruido, de modo que ello nos insita e invita inconscientemente a la violencia que justifica su salvaguarda. La imagen y la organización a la cual pertenecemos deben ser refugiadas con el fin de evitar el riesgo que significaría para la mente su destrucción y el consecuente quedarnos sin nada. Esta motivación psicológica es suficiente para justificar la violencia inconsciente que promueve el miedo.
Toda violencia es la respuesta del miedo ante la impotencia, el resentimiento, de modo que la violencia termina siendo la acción del odio convertido en venganza. Ello nos puede llevar a una cruzada.
La violencia es la máxima expresión que tiene la ausencia de conocimiento propio, o sea, la ignorancia.
De manera que cuando la religión siembra en el terreno de la mente humana la creencia en contraposición al autoconocimiento, siembra la violencia y la desdicha que implica la defensa de las trincheras ideológicas, y la incomprensión del otro, del diferente, del que no piensa igual. La mente que se propone ser ecuménica, ecléctica y pacifica, es obvio que no lo es, ya que la propia predisposición es el impulso premeditado del pensamiento en función de ser lo que no se es.
El pensamiento humano inventa teorías de la tolerancia, de tomar lo mejor de los otros y de la no-violencia, con el fin de negar lo que realmente lo invade: la intolerancia, el sectarismo y la violencia, de modo que esa mente no puede ser pacifica, comprensiva y holística. Creamos el opuesto intelectual a lo que realmente somos.
Esta negación de la realidad interior del ser humano refleja la posición intelectual de la religión en su búsqueda permanente de argumentos que eviten que el hombre enfrente su mundo interior y en cambio se contente con sustentar ideas nobles y altruistas.
Cuando la organización agrega teorías con el fin de reforzar sus argumentos, no tiene la capacidad de percibir que sumerge cada vez más a sus adeptos en la ignorancia por alejarlos del autoconocimiento, y de esa forma los sumerge cada vez más en el conocimiento libresco, verbalístico, que es inútil en la dimensión trascendental. Como consecuencia, desarrolla cada vez más esclavitud y el sometimiento ciego a la creencia, ya que sin conocimiento propio es de muy escaso valor el conocimiento y aquello en lo que ciegamente se crea.
El alejamiento del adepto, del discípulo, del iniciado, del monje, del simpatizante, del laico o de quien sea del autoconocimiento alimenta la violencia, la cual se disimula con una ideología educada, adecuada y diplomática que la contradice y niega porque al no existir conocimiento propio es obvio que no existe comprensión de la violencia que usamos como reacción supuestamente natural [¿?] frente a los hechos que vemos como peligrosos para la supervivencia de aquello que necesitamos proteger y cuidar en el mundo psicológico, mi orgullo, mi nación, mi propiedad, mi ego, mi identidad, mi maestro, mi opinión, mi doctrina, etc. La ausencia de autoconocimiento no permite que el hombre comprenda el daño que produce el pensamiento aplicado al mundo psicológico donde no tiene ninguna utilidad y mucho menos cuando ese pensamiento se extiende a través de una ideología, o en costumbres, hábitos y mentiras convertidas en verdad. El ser humano considera que todo ello debe ser salvaguardado en el refugio de la pasión, pasión que se encuentra en el filo de la navaja del fanatismo, la intolerancia y la incomprensión, que ante el peligro de su desmembramiento se transforma en violencia.
Esta ausencia de autoconocimiento no permite estar atento a la reacción violenta, que debemos observar sin dejar que ella tenga alguna posibilidad que le permita encontrar raíces para afincarse en nuestro interior, porque una vez que se arraiga hace que los intereses intelectuales-psicológicos que ha decidido velar crezcan, y ello obviamente alimenta e incrementa la predisposición a la violencia. Se construye la teoría de la no-violencia como forma de negar la violencia; el problema surge porque quienes aceptan esta ideología son violentos, pero pueden enarbolar la bandera de la no-violencia mientras siguen siendo violentos. O sea, se niega lo que es y se lo transforma en positivo mediante la intelectualidad ideológica de lo que no es. Lo que no es, no puede ser ni representa lo sagrado, lo religioso, pero sí representa y es la religión organizada porque llega a lo positivo negando lo que es mediante la proyección de la promesa y la esperanza. Con ellas intenta suplantar los temores que produce la falta de realización propia producto del autoconocimiento.
Religión es la comprensión de lo que es, de modo que religión es el conocimiento de nuestro mecanismo de pensar, la comprensión del pensador, por lo tanto, del hombre que tiene temor y busca esperanzas y consuelos para evadirlo. La comprensión es el resultado del autoconocimiento; en cambio la creencia es la aceptación de la doctrina, la cual se encarga de permitir la evasión del miedo a través del alimento de la esperanza y la promesa, por lo cual el creyente se convierte peligrosa y latentemente en violento, porque desde ese lugar se predispone a su defensa. La defensa de la doctrina ha llevado a la religión a la tortura, el asesinato, la persecución, la pena de muerte en la hoguera, la invasión, la guerra, el apoyo a dictadores y gobiernos corruptos, explotadores y crueles, de manera que es la violencia latente, simplemente porque la creencia ha llegado a ser más importante que la verdad, y el dogma y los artículos de fe presentados como más fundamentales que la percepción.
La violencia religiosa es de lo más peligrosa por estar latente en la mente que ha sido previamente chantajeada psicológicamente por la creencia, la cual se encuentra en predisposición para reaccionar o colaborar con los gobiernos despiadados y crueles, que ante los cuales la cúpula religiosa se asocia o apoya silenciosamente sin denunciarlos, y los creyentes cómo buenos seguidores también. El callarse es su violencia secreta: porque la ejercen los órganos gubernamentales correspondientes [¿?] los vicarios de... [¿?] ellos callan.
Cada ser y grupo humano tiene sus argumentos y justificativos para la aplicación de la violencia, de modo que lo importante es saber sí nosotros como miembros de la comunidad humana podemos estar libres de violencia. Hoy asistimos a carnicerías que avergüenzan a la humanidad porque son realizadas por seres supuestamente educados en las mejores universidades del mundo [¿?], que representan a la mayor civilización y el mayor progreso del mundo [¿?], lo que significa que la educación, la civilización y el progreso tienen poco o ningún significado para que seamos más racionales, elemento básico que imprescindiblemente necesitamos hoy. Esto demuestra que ningún conocimiento libresco puede hacernos comprender ni trascender nuestras miserias humanas. La intelectualidad demuestra aquí su fracaso para formar seres humanos que puedan comprender la imprescindible necesidad del racionalismo para la creación de un mundo más justo, solidario y digno donde vivir.
Podemos ver sí es posible encontrarnos fuera del circulo que da vida y alimenta la violencia, solo por medio del autoconocimiento, la observación desnuda de nuestra violencia tal cual es, sin intentar escapar por medio de creencia alguna o doctrina que nos permita evadirnos del miedo que es la causa de dicha violencia. La intelectualidad en este caso sólo servirá, cómo sucede con toda la realidad, para subjetivizar el hecho de la violencia y transformarlo en mera especulación, de modo que debemos descartarla para comprender.
La intelectualidad distancio y distancia tanto a la religión de lo religioso como a lo religioso de la religión. La responsabilidad de este divorcio evidentemente no es de la intelectualidad sino de la religión por introducir la intelectualidad en forma de teología, creencia o dogma en el campo religioso. Allí la intelectualidad no tiene utilidad y no puede jugar ningún papel por su condición limitada; lo limitado no puede penetrar a lo ilimitado.
La inutilidad en el campo religioso del intelecto, es absoluta, ya que pertenece a la dimensión de la información almacenada en la memoria con toda la limitación que ello significa, mientras que lo religioso pertenece al campo de lo trascendental, de lo metafísico, de lo existencial, y por lo tanto, al campo de la percepción directa, de la intuición desnuda, lo que no pertenece al intelecto ni a la limitación consecuente que tiene el pensamiento. Al introducir la intelectualidad en el campo religioso, la religión lo limitó y se limitó así misma por reducir lo inexplicable a lo explicable, lo inconmensurable a lo mensurable, lo ilimitado a lo limitado, lo atemporal a lo temporal, y con ello descendió al campo de lo profano, de lo mundano, por introducir lo sagrado al campo del sistema verbalístico, libresco, o sea, al campo de lo intelectualmente discutible, precario, vacilante, ambiguo; y esto termino así por pretender que la propia intelectualidad doctrinaria sea quien explique todo, con lo cual se pretende que se deje todo en manos de los que saben. Los seres humanos deben conformarse con ser meros espectadores porque... ¡la creencia, la doctrina, explica y lo sabe todo…¿?...!
El intento de explicar lo desconocido, lo innombrable, ha sido la máxima expresión de arrogancia del intelecto humano, el cual no puede percibir el grado ni la dimensión de ignorancia que ello implica, lo que podemos ver reflejado en el teólogo, en donde esa arrogancia ignorante pretendió hacer tangible a lo intangible, rebajándolo todo a la medida del argumento. El pretender explicar lo inexplicable dio posibilidad a las demás expresiones intelectuales a discutir: ¿cómo lo que se había explicado era lo inexplicable, cómo aquello que estaba más allá de las palabras era explicado por las propias palabras? Lo sagrado se había convertido así en profano, lo venerado en despreciable, y era justificado desecharlo por ser demostrablemente incongruente, incoherente y no resistír el menor análisis.
Así la religión deja de ser religiosa por haber sido y ser mera especulación intelectual mundana, todo lo trascendental pasó a ser tan terrenal como la economía, la sociología, la psicología, o sea, mera política. Es hora de regresar al autoconocimiento.
El autoconocimiento no es una idea, una teoría, una doctrina, una creencia, es hacernos responsables de nuestra propia vida, es sacarle el poder que les hemos entregado a las autoridades, a los líderes, a los gurúes y sacerdotes, para que guíen nuestras vidas, y tomarlas definitivamente en nuestras manos. El autoconocimiento no depende de doctrina, creencia, líder o Mesías alguno, no tiene guía intelectual que nos diga en lo que tenemos que creer; es una aventura solitaria hacia nuestro mundo interior y lo desconocido. Mundo que no puede ser revelado por otro, ni por teoría o por definición intelectual alguna. El sentido del autoconocimiento y de la vida es aprender; aprender sobre nosotros mismo, sobre el vivir y la vida

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