17 mar 2010

RELIGIÓN II

La mente humana jamás dice no sé, lo que impulsa a todo intelectual a desarrollar y convertir sus inclinaciones en teorías, de las cuales, ninguna, ni siquiera las científicas, son demostrables, a pesar de lo cual son adoptadas por el hombre como verdades finales, y ello termina por alejar al hombre de su mundo interior. Lo sagrado, lo inconmensurable, lo atemporal, como el amor, la verdad, la esencia de la vida, etc., son tratadas como cosas que deben ser demostrables al mejor estilo científico, y es obvio que aquello que esta más allá de la mente materialista-pragmática no puede ser demostrable al estilo científico. De todos modos los fundamentalistas dogmáticos de las teorías promueven la deformación de lo sagrado y lo innombrable a través de la teología, intento cientificista de convertir en fáctico lo que nunca será. Es ahí donde la religión deja de ser religiosa por verse tentada a imitar a la moda efectivista de turno.

La religión trata de las cosas existenciales intangibles del ser y de la vida, la ciencia trata de las cosas tangibles y de la composición de la materia y el ser humano. El reconocimiento de sus áreas y la diferencia que existe en los temas que tratan, permitirían a cada una de ellas el respeto de introducir en su temática lo que pertenece a la otra sin intentar imitarla en su totalidad con el afán de suplantarla en el raiting de aceptación de la sociedad; ejercicio permanente que hace la religión con respecto a la ciencia. La religión no debe intentar imitar a la ciencia debido a los temas que trata, o intentar discutir sobre quién tiene razón en los temas en que la ciencia imita a la religión como es el Big Bang -tan genesiano como el Génesis- o la evolución de las especies -tan metafísica y esotérica en sus tiempos profundos y mutaciones [¿?] como la teoría creacionista- o el Big Crunch -que es tan enigmático cómo el Apocalipsis- o sobre los Agujeros Negros -que diluyen tanta materia como el oscuro Herebo de Moisés- o sobre los Agujeros de Gusanos -tan profundamente misteriosos y turbios como el Limbo Católico-. La religión no es ciencia y la ciencia no es metafísica; cuando una invade el campo de la otra no es para que discutan, ello simplemente sirve para reconocer que ninguna de las dos tiene la verdad final y, aunque no lo deseen, se complementan en la búsqueda de esa verdad que las trasciende a las dos. Y esto es así porque la verdad es metafísicamente tangible, tangiblemente metafísica, de modo que la ciencia y la religión se complementan y se necesitan mutuamente para llegar a verdades finales que tanto necesitan ante el desprestigio actual por sus promesas incumplidas de soluciones reales para los dilemas y problemas de la humanidad.

La sociedad vive una etapa caracterizada por una condición humana imperturbable e inconmovible, donde sólo surge la sensibilidad frente a un acto terrorista salvaje. Independiente de ello existe una antipatía generalizada frente a las consecuencias dejadas por la etapa de regulación neoliberal, que dio por sepultada la era de emancipación, lo cual a su vez les dio el suficiente animismo como para declarar el fin de la historia [¿?]. Esta situación actual ha sido alimentada por los autismos de la religión, la política y por las ciencias naturales más que por ninguna otra disciplina, lo que significa que hoy más que nunca tenemos la posibilidad de descubrir e investigar por nosotros mismos el sentido de la vida sin apoyarnos en muletas psicológicas que, para nuestra suerte, están desahuciadas por su propia arrogancia, banalidad y egocentrismo. La nueva religiosidad es obvio que debe nacer del conocimiento propio, lo que permite prescindir de la organización religiosa, de la autoridad profesional-académica-cientificista, del líder político y de toda jerarquía autocalificada de represente de Dios [¿?] porque ello es lo único que nos puede llevar a la comprensión de la importancia del vivir, de la vida y de su sentido.

Un decreto de sin sentido de la vida por más científico que sea [¿?], o un edicto que inventa el sentido de la vida por más intelectualmente académico que sea, es evidente que refleja la ignorancia de la mente que no sabe decir no sé. El sentido de la vida es obvio que comienza por el conocimiento propio, por el mecanismo de nuestro pensar, ya que todo conocimiento es irrelevante sin conocimiento propio, y es sólo este conocimiento en sí mismo quien tiene como desenlace una mente sin conflicto, sin confusiones, la cual se realiza un exorcismo así misma del nihilismo hueco y vacío de la mente actual. Esta es la mente religiosa, y esta mente es la que puede percibir lo religioso, lo sagrado, lo inconmensurable, por encontrase libre de toda atadura psicológica e intelectual, de modo que esta mente es la que hace religiosa a la religión porque no es una mente que adula, adora, cree, con el fin de y para refugiarse del temor.

Es sólo la mente con ausencia de temor la que puede vivir la religión no como un dogma, sino como una actitud.

Actitud que no es culto religioso porque su propio accionar es la religión ejemplificada en el diario vivir, de modo que prescinde de la adoración o el culto a Dios -sí es que se le puede rendir culto- lo que significa que un ateo honesto tiene mucho más de religioso que un religioso deshonesto porque sólo el ejemplo revela virtudes sin palabras. En todo caso una mente que comprende jamás sería atea o creyente porque dicha mente no niega ni afirma sobre lo que no sabe. Una mente que comprende no sabe, por lo cual se encuentra permanentemente en estado de aprendizaje sobre lo conocido y lo desconocido. Esa es la calidad y la cualidad esencial de la mente religiosa: la predisposición al aprender eterno.

El despertar de esta mente comienza por la desestructuración de la ideología, la creencia, la doctrina, en vista que las mismas conforman el trasfondo psicológico e intelectual que bloquea el hecho y la consecuente claridad que se necesita para que actúe la inteligencia sobre él. Cuando se actúa sobre el hecho desde una mente adoctrinada, lo que realmente actúa es la respuesta condicionada de la memoria, de modo que ello no es acción, es simple reacción del trasfondo psicológico-intelectual que tiene esquematizada a la mente, Toda doctrina, creencia o ideología se convierte en culto milagroso porque viene de la sociedad hacia uno con su interpretación, lo que significa que solo es un consuelo y una esperanza de lo que será, y lo que será no existe, sólo existe lo que es. Esta mente profana es la mente antirreligiosa por ser una mente premeditada que se privó de su libertad natural suplantándola por todo tipo de creencias: religiosas, económicas, políticas, espiritualistas, psicológicas, filosóficas, cientificistas, sociales, con el fin de inventarle un sentido a su vida.

La religiosidad no es una organización agrupada detrás de una doctrina, una ideología, una creencia, es el estado de una mente ajena a los enjambres intelectuales que sólo acrecientan los enfrentamientos, los conflictos, las divisiones y la crueldad entre los seres humanos, de forma que sólo existe religión en una mente que es religiosamente libre de todo tipo de amoldamiento. Cuando la mente es libre, es ahí donde la religión es religiosa, por la cualidad de sagrada que tiene la libertad en sí misma.

El ser religioso tiene que ver con la sabiduría, no con la pertenencia a una creencia porque ello es adoptar la ignorancia como guía espiritual con la consecuencia subsiguiente de desperdiciar la oportunidad de la claridad, racionalidad y libertad que necesita una mente para ser inteligente.

En la actualidad nadie se preocupa por la sabiduría y, por lo tanto, por ser sabio, de modo que simplemente se suplanta una creencia por otra, lo que implica la prosecución de metas sensuales, pasajeras, triviales, que ofrece el mercado posmoderno con el fin de sustituir virtudes. Pero a pesar de ello el hombre sigue buscando la paz y la felicidad. El problema fundamental para encontrarla es que busca por fuera de sí mismo y a través de cualquier tipo de consumo, de modo que al escapar de su realidad sólo encuentra pasatiempos de toda índole y clase -materiales, psicológicos e intelectuales, que ofrece mejor que nadie la Nueva Era- y se apega a ellos porque le permiten no enfrentar y, por lo tanto, no transformar sus miserias humanas. Este consumismo material, psicológico e intelectual da consuelo, promesa, esperanza, ya que todo tipo de consumismo alienta al hombre a creer en el éxito, el triunfo y la realización, lo cual no le permite ver que son sólo paliativos psicológicos que llenan circunstancialmente la mente intelectual, huérfana de inteligencia y sabiduría.

Al ser la inteligencia la madre de la sabiduría, la mente adoctrinada clausura esta posibilidad de ser racional, ordenada, transparente, por lo tanto, religiosa, de forma que se suscribe a la ambición de cualquier índole: material, espiritual, psicológica o intelectual, y ello la lleva a ser movilizada por el miedo y el temor de perder la sensación de seguridad que brinda la ideología, la creencia. De ese modo se transforma en una mente peligrosa, egoísta y violenta. La otra alternativa que encuentra esta mente es la de movilizarse por el deseo de conquista, de poder, de fama, lo que implica la imposibilidad de que surja en ella la inteligencia. La muralla que este tipo de mente ambiciosa crea entre lo interior y exterior esta determinado por la memoria, de lo cual surge el entendimiento interpretativo, no así la comprensión desnuda de los hechos tal cual ellos son, siendo este percibir en sí mismo inteligencia.

Ninguna mente ambiciosa puede ser religiosa aunque pertenezca a una organización denominada así, puesto que la propia ambición es la negación de la humildad, virtud elemental y esencial para que la mente refleje la inteligencia, de modo que religioso no es la cualidad que uno tiene después de haber elegido creer en Dios, ello simplemente sirve para distinguirse del ateo, no para amar a la sabiduría y, por lo tanto, abrazar la bondad y la humildad.

No es religión aquello que nos ofrece la afiliación a dicho punto de vista, como tampoco es sinónimo de antirreligiosa la postura que niega dicha creencia, ello simplemente es una postura intelectual y nada más, por lo tanto, el punto de vista que sostengamos frente a la creencia, a favor o en contra, es tan intrascendente como egocéntrica. La creencia no nos hace mejores devotos de Dios ni mejores seres humanos que aquellos que no creen, simplemente nos hace creyentes, meros seguidores de aquello que no estamos seguros que así sea, como ansiamos que debe ser, como desearíamos que fuera.

La creencia religiosa es una representación intelectual entre el pensamiento y lo desconocido lo cual es expuesto a través de una interpretación especulativa que resumen los llamados libros sagrados, los que necesariamente están obligados a ofrecer premios y castigos que luego son utilizados para chantajear la conciencia del ser humano. Esta representación intelectual es teñida por la cultura y tradición particular donde es desarrollada, lo que significa que su aplicación moral depende de los intereses intelectuales, sentimentales, materiales, psicológicos, de la sociedad y del teórico que la produce. Ello es lo que resume su escaso valor frente a la verdad.

Ninguna creencia, ideología, doctrina o teoría es resumen de la verdad o mantiene relación alguna con ella, de modo que su relación con el ser humano depende de algo tan sensible como la confianza que este le brinde. De esa confianza depende su éxito o su fracaso, no del examen que verifica lo verdadero o falso que ella contenga, lo que hace evidente que para indagar sobre lo verdadero, sobre la verdad, es imprescindible el retirar nuestra confianza ciega en la creencia para poder examinarla sin el animismo inconsciente que avala, sin examen previo, la pretensión de verdadera que tenemos de ella.

Verdad y creencia son tan contrapuestas como el agua y el aceite, lo que significa que ni siquiera se juntan en algún punto. Creencia es la confianza que deposito en lo que proyecto y deseo intelectualmente en mi imaginación, con la esperanza de que ello se convierta en realidad. Verdad es lo que es, de modo que no la puedo proyectar, ni imaginar, ni desear, ni depositar promesas y esperanza en ella; es eso, es lo que es. La creencia permite mezclar cuanto elemento, real, fantástico, ilusorio, etc., se antoje, a fin de satisfacer la demanda psicológica que esta ávida de consuelo y seguridad. La verdad no permite mezcla alguna, es así como es. La creencia es un firme asentimiento y conformidad con alguna cosa a la cual se le da un completo crédito que se tiene por verdadero o probable, o sea, se confía en algo que puede o no ser verosímil, lo que significa que es tanto una lotería como una adivinanza. Es obvio que ello no tiene relación alguna con la verdad. En la creencia sólo se puede confiar, de modo que la misma se encuentra limitada por auto-convicción de la mente que se encomienda a la esperanza, lo que significa que es contrapuesta a la verdad porque a la creencia no se la puede amar como a la verdad.

El triunfalismo religioso a llegado a considerar que la creencia es la única fuerza, diferente y omnipotente que, por sí misma, mejoraría el mundo. Los hechos hablan por si solos: fracasó la religión en su apego al incentivo sobre la creencia, la cual en competencia con el efectivismo de la ciencia -triunfalismo que también creyó que su omnisciencia mejoraría el mundo por efecto matemático obvio- ha intentado imitarla creando cada vez más dogmas y artículos de fe con el propósito de que sean tan efectivos en el ser humano como lo son los producidos por la tecnología. El resultado de esta renovación del dogma, es que el incentivo a funcionado al revés de lo esperado, siendo los creyentes quienes abandonan y buscan fuera de las estructuras dogmáticas respuestas diferentes a las promulgadas por siglos, reforzadas actualmente por teólogos conservadores que son incapaces de percibir, pero intentan condicionar y amoldar, a su chatura mental, al hombre que grita su deseo de ser cada vez mas libre. Se busca la consolidación de algo que sólo esta vivo en la mente del teólogo pero completamente muerto en el corazón del creyente; la creencia ciega. El fracaso del triunfalismo religioso en el mundo, está expresado en que cada vez tienen más peso en las religiones organizadas los grupos fundamentalistas, no así los hombres de fe sincera, los místicos y devotos humildes, las congregaciones numerosas pero modestas. La religión ha dejado de ser religiosa.

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